¿Y si la dieta paleo, la cetogénica, la crudívora… estuvieran equivocadas? Un revolucionario hallazgo arroja luz sobre la auténtica dieta prehistórica.
El hombre prehistórico que saborea su chuletón de mamut junto al fuego y duerme en una cueva después de pintar en una pared algunos bisontes parece una imagen fuertemente arraigada en nuestras mentes.
Además, se considera que la civilización, tal como la conocemos hoy en día, dio sus primeros pasos cuando el hombre dejó de ser nómada, se asentó en un lugar fijo y comenzó a cultivar trigo, a criar ganado y a construir granjas.
Pues bien, esta visión de la Prehistoria -en parte correcta; pero solo en parte, como ahora veremos- ha ejercido en los últimos años una notable influencia en las nuevas tendencias de alimentación.
Muchos regímenes y enfoques nutricionales ahora en auge -como el crudivorismo y las dietas cetogénica y paleo, entre otros- parten de la idea de que nuestros antepasados, antes de volverse sedentarios, se alimentaban exclusivamente de lo que cazaban y pescaban, así como de la recolección de frutos.
Nada más.
Por tanto, de acuerdo con los argumentos de los defensores de estas dietas, nuestro metabolismo no estaría realmente adaptado al consumo de cereales y de alimentos ricos en almidón. En concreto, estos habrían aparecido relativamente tarde en el plato del hombre, hace menos de 10.000 años.
Algunas dietas, como por ejemplo la que se fija en el grupo sanguíneo, van mucho más allá. Esta incluso aconseja favorecer o excluir ciertos alimentos como los cereales en función del período de la Historia cuya “firma” aparezca en la sangre de la persona (es decir, si genéticamente se ha originado en el Neolítico, en el Mesolítico…).
Sin embargo, en la actualidad ciertos descubrimientos arqueológicos están desmontando esta visión de la evolución. Y es que parece ser que el “cazador-recolector” del Paleolítico también era consumidor de cereales, incluso cocidos. Es decir, ni más ni menos que… ¡de pan!
Uno de los descubrimientos más espectaculares en este sentido se realizó en Shubayqa, en Jordania, donde se están estudiando rastros de la cocina prehistórica.
Los análisis de los restos descubiertos en ese yacimiento demuestran que hace más de 14.000 años ya se horneaba pan y se fermentaba una cerveza bastante amarga. (1)
Sin embargo, el período generalmente aceptado para la aparición tanto del pan como de la cerveza se remonta a 8.000 años como máximo.
En otras palabras: el uso por parte del hombre de cereales como la espelta o la cebada es, al menos en esta región del planeta, ¡6.000 ó 10.000 años más antiguo de lo que se creía!
Un equipo de investigadores alemanes recreó las condiciones de cocción de las antiguas variedades de cereales y demostró que los habitantes primitivos de este lugar preparaban una especie de gachas con la suficiente regularidad como para que las consideremos un alimento cotidiano.
Sin embargo, las pruebas que atestiguan el cultivo del trigo siguen situando el comienzo de esta actividad varios milenios después. Entonces, ¿cómo podían estas poblaciones paleolíticas preparar platos tan sofisticados?
La respuesta en realidad es muy simple: utilizando variedades silvestres de trigo.
Estos revolucionarios descubrimientos lo que hacen es forzarnos a revisar el orden tradicionalmente aceptado de algunas “invenciones” del hombre. Y es que no fue el cultivo del trigo lo que condujo a la creación del pan ¡sino el consumo de pan al cultivo del trigo!
Y lo mismo cabe decir de la cebada: primero se empezó a recolectar en su forma salvaje para hacer cerveza y luego el consumo de esta bebida hizo que se comenzara a cultivar la cebada.
Es decir, que son estos alimentos cocidos y fermentados los que hicieron que el hombre cultivara semillas. No al revés.
Y que los seres humanos habrían estado procesando y consumiendo cereales durante mucho más tiempo de lo que pensábamos hasta ahora.
Quizás usted esté pensando que 5.000 ó 10.000 años no suponen mucha diferencia en el largo recorrido de la evolución humana.
Sin embargo, estos descubrimientos hacen que los paleontólogos tengan que reconsiderar lo que hasta ahora habían dado por sentado: que el hombre prehistórico, y en particular nuestro famoso antepasado “cazador-recolector”, solo comía carne, pescado y frutos silvestres.
Así, en el famoso yacimiento de Göbekli Tepe (Turquía), que data de hace 11.600 años, los hallazgos de restos animales habían hecho pensar a los arqueólogos que los habitantes de la zona solo se alimentaban de carne.
Hasta que excavaciones recientes hallaron un “tesoro” de alrededor de 10.000 piedras de moler y demostraron que estas poblaciones, que hasta ahora habían sido adscritas a una dieta “paleo”, consumían en realidad cereales en grandes cantidades y de varias formas.
Y aquí es donde surge una cuestión sobre el método científico:
Para un arqueólogo descubrir rastros del consumo de carne y frutas en un yacimiento prehistórico es relativamente fácil.
La carne cocinada deja restos de huesos y de las hogueras en las que se cocinó, mientras que el consumo de frutas deja pepitas, semillas y otros desperdicios.
Pero ¿deberíamos concluir por ello que los hombres prehistóricos comían únicamente los alimentos de los cuales encontramos restos, es decir, carne cocinada y fruta cruda?
¡Ni mucho menos!
Incluso se han encontrado vestigios de alimentos almidonados y cocidos, como tubérculos, cereales y dátiles, en los dientes de neandertales enterrados en Bélgica e Irán hace más de 40.000 años. (2)
Y aún más impresionante: en Sudáfrica se han encontrado rastros de alimentos almidonados y cocidos en las comidas del Homo sapiens (la especie a la que pertenecemos) ¡datados hace 120.000 años!
¿Se están viniendo abajo los fundamentos de la dieta paleo?
Desde luego, estos descubrimientos invalidan gran parte de lo que creíamos saber sobre la historia de la nutrición humana. Y eso, créame, afecta a la forma en que comemos.
Si en su día se pensaba que, aparte de los productos de origen animal, el hombre prehistórico únicamente comía frutos, ahora se demuestra que esto es falso. Resulta que también comía legumbres como las lentejas, cereales silvestres como la cebada y la espelta, tubérculos y plantas ricas en almidón.
También se creía que solo cocinaba la carne y el pescado. Y esto también se ha demostrado erróneo: cocinaba todos los vegetales que acabo de enumerar e incluso preparaba pan antes de cultivar el trigo.
Ahora bien, si nos paramos a pensarlo, en realidad esto es completamente lógico. Desde el momento en que el hombre dominó el fuego… ¿por qué iba a limitarse a cocinar únicamente la carne?
A pesar de ello, en el siglo XX varias corrientes nutricionales han fundamentado sus teorías en creencias erróneas sobre el hombre prehistórico. En una visión idealista del cazador-recolector que justificaría que excluyamos de nuestra dieta las verduras o los cereales ya que “nuestros antepasados vivían sin ellos” y no les pasaba nada.
Por necesaria que sea una revisión de estos preceptos, no voy a cuestionar totalmente estas dietas por 3 motivos:
Ahora bien, afirmar que por sistema cualquier persona se beneficiaría al adoptar estas dietas es sencillamente un error basado en una visión engañosa de la alimentación de nuestros antepasados.
Por el contrario, los descubrimientos de los que acabo de hablar revelan algo muy importante: el hombre come de todo (o de casi todo) desde hace decenas de miles de años, aunque por supuesto se trataba de alimentos orgánicos y sin procesar.
La agricultura, la ganadería y la sedentarización han ampliado la oferta, pero no el contenido básico de su menú (al menos hasta la aparición de los productos ultraprocesados). Y es que como ya ha visto en el Paleolítico se consumía tanto carne y fruta como verduras cocidas o cereales silvestres.
Excluir cualquiera de estos alimentos (en ausencia de algún problema de salud, por supuesto) de la dieta con el pretexto de una “vuelta a lo básico” es un error nutricional… e histórico.
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