Una nueva tendencia propone comer insectos. Unos dicen que es bueno porque tienen muchas proteínas, mientras que otros lo consideran algo desagradable y no exento de riesgos.
Quiero preguntárselo directamente: ¿Comería insectos? No por curiosidad, le pregunto si estaría dispuesto a incluir de manera regular los insectos entre sus fuentes alimentarias.
Lo cierto es que la Unión Europea (UE) o la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) llevan unos años promocionando la entomofagia, comer insectos.
Y es que existe un interés creciente hacia dietas exóticas o fuera de lo habitual; ya sea por principios (por ejemplo, los veganos), por necesidades de salud (quienes no comen gluten) o por ambas razones.
El asunto llama la atención porque lo que comemos también es parte de un sistema cultural. Por ello quienes vivimos en países occidentales, por ejemplo, no estamos acostumbrados a comer hormigas, mientras que en otras culturas les sorprenderá que aquí se coman artrópodos.
La principal razón que aducen para no consumir insectos quienes ponen cara rara cuando se les habla de esa apuesta gastronómica, es el asco. Pero lo cierto es que hubo un tiempo en el que la entomofagia fue una práctica común entre nuestros ancestros.
La dieta del ser humano primitivo consistía en frutos secos y frescos, miel, tubérculos, hierbas y flores, huevos de aves, pequeños mamíferos, reptiles… además de insectos.
Y su consumo ha persistido hasta la actualidad, en mayor o menor medida, especialmente en Asia, África y América. Incluso en la Biblia y en el Corán se citan como parte de la alimentación humana.
Además, es muy probable que usted ya haya comido insectos, ¡incluso sin darse cuenta! Por poner un ejemplo, en la actualidad muchos bichillos o larvas que crecen entre los cereales terminan molidos… como los gorgojos, cuyos restos están presentes en la harina. Pueden observarse como pequeños puntos oscuros en el pan.
Y las frutas y verduras tienen con frecuencia pequeñas larvas y restos de mosquitos.
Hay quienes argumentan que comer insectos es una fuente sostenible de proteína en la dieta del futuro. Varios estudios han probado los efectos positivos del consumo de insectos para la salud.
Se ha demostrado que comer ciertos insectos mejoran la salud intestinal, reducen la inflamación sistémica y aumentan significativamente las concentraciones sanguíneas de aminoácidos (moléculas que se combinan para formar proteínas, que son fundamentales para la vida). (1)
Pues bien, para promocionar la entomofagia la UE aprobó el consumo de pequeños animalillos en 2021. Así, la Comisión Europea -el Gobierno europeo- ha recibido solicitud para considerar “nuevos alimentos”, especies de insectos como Alphitobius diaperinus larvae (escarabajo del estiércol), Gryllodes sigillatus (grillo rayado), Acheta domesticus (grillo doméstico), Locusta migratoria (langosta migratoria) y Hermetia illucens larvae (mosca soldado negra).
Lo cierto es que, por lo general, todo “nuevo” mercado está promovido por los intereses comerciales que se benefician del mismo.
La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) lleva tiempo diciendo que no se sabe bien cómo pueden sentarnos a nosotros y al medio ambiente los artrópodos comestibles.
Comer insectos tiene sus peligros. No se sabe gran cosa sobre las sustancias químicas peligrosas utilizadas en insectos criados en “granjas”, que así es como se producen para el consumo humano. Se producen desde hace siglos en países del Sudeste asiático (Laos, Camboya o Thailandia) pero también en Ghana o en México.
En Europa, Dinamarca está a la cabeza de este mercado junto con Francia y Países Bajos.
El grillo es el más consumido y cultivado y necesita 6 veces menos alimento que una vaca para producir las mismas proteínas. Hay quienes alegan que así no provocan el efecto invernadero de las segundas con sus abundantísimas ventosidades…
En nuestro país y en concreto en Aragón existen varias empresas que crían insectos, sobre todo para la alimentación animal, tanto de mascotas como de gallinas ponedoras y para abastecer las piscifactorías.
El elegido para el experimento es el gusano de la harina, un coleóptero rico en proteínas y bajo en grasa.
Esos “bichos”, por desgracia, también portan metales pesados como plomo, cadmio o cobre) y pesticidas. Sí, muchos insectos son criados en residuos agrícolas y por ello pueden estar expuestos a micotoxinas, productos para la protección de cultivos como pesticidas y otros peligros químicos como metales tóxicos y dioxinas. (2)
Si se utiliza estiércol de ganado o de aves de corral para la cría de insectos, pueden estar expuestos a productos antimicrobianos y pesticidas.
Estos sistemas de producción animal no distan mucho de otros bien conocidos como la cría de pollos o de cerdos en grandes granjas. Por ello, se espera que los peligros para el medio ambiente sean similares. Y ya sabemos que todo lo que afecta al medio natural nos daña también a los humanos.
Y en ocasiones los insectos sirven como vectores de determinados parásitos lo que puede generarnos un problema de salud. Por ejemplo, la malaria es una enfermedad causada por un parásito que lo transmite el mosquito Anopheles.
Después de lo que ha leído ¿va a animarse a probar un grillo frito? Creo que somos muchos los que nos lo pensaremos varias veces antes de incluirlos en nuestra dieta, aunque reconozcamos que “sin saberlo” de vez en cuando ya los ingerimos.
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