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Lecciones ocultas de la medicina tibetana

La medicina tibetana ofrece una visión única de la salud, basada en el equilibrio y la responsabilidad compartida entre médico y paciente. Descubra un enfoque sorprendente que parece desafiar los principios de la medicina occidental… y razón por la que conviene tenerla muy en cuenta.

La práctica de la medicina tibetana es tan distinta a la nuestra que para muchos médicos occidentales puede resultar contradictoria e incluso carente de ética.

Sin embargo, es mucho lo que podemos aprender de ella.

Y para que pueda entenderla mejor, quiero compartir la historia de un médico tibetano que le resultará de lo más esclarecedora.

Un paciente que no sana compromete a su médico

Esta historia arranca con una persona que, tras recibir el diagnóstico de leucemia, quiso consultar con expertos de todas las ramas de la Medicina. Quería dar con aquella solución que le permitiría poner fin a su problema.

Entre los profesionales a los que consultó había un médico tibetano, que lo primero que hizo cuando acudió a su consulta fue preguntarle por su estilo de vida. Y cuando el paciente le comentó que, debido al trabajo tan exigente que tenía, sus jornadas solían ser ¡de 80 horas semanales!, el médico le preguntó si estaría dispuesto a reducir esa actividad.

Imposible -dijo el paciente-, ¡soy uno de los jefes de la empresa!”.

Entonces el médico declinó atenderle, comentando lo siguiente: “Si no realiza cambios en su higiene de vida, no sanará, da igual los medicamentos que se le receten. Usted perderá su dinero, y tanto usted como yo perderemos nuestro tiempo. Será un fracaso para los dos”.

Como decíamos, esta forma de actuar puede resultar confusa desde el punto de vista occidental. Pero lo cierto es que esa respuesta tan categórica responde a uno de los principios de la medicina tibetana: un paciente que no sana compromete la reputación del médico.

Dos tipos de enfermedades

Para entender la esencia de la medicina tibetana, lo primero es tener en cuenta que se desarrolló en una cultura de extrema religiosidad. Además de sometida a un clima severo y a una orografía montañosa muy dura.

Debido a estas circunstancias, la devoción y la meditación forman parte intrínseca de su práctica. Por ejemplo, es habitual que el médico recite oraciones y mantras mientras recolecta plantas medicinales, que lleve a cabo ceremonias de consagración de medicamentos, que medite antes y después de atender a un paciente…

Asimismo, la práctica médica es una implementación empírica de la doctrina budista, centrada en uno de los aspectos de la desdicha humana, que es la enfermedad. Dicho de otro modo: los procesos psicológicos y morales también se consideran la causa de los desórdenes inherentes al cuerpo humano.

Y es por ello que los médicos tibetanos distinguen entre:

Enfermedades kármicas

Se trata de dolencias que provienen de las malas acciones que la persona realizó en vidas pasadas, por lo que se consideran imposibles de tratar. En estos casos el médico no ofrece remedios para curar al paciente, sino tan solo para aliviar su dolor. Además de desearle una mejor reencarnación en su próxima vida.

Una enfermedad genética o la muerte en el parto, por ejemplo, pertenecen a esta categoría de enfermedades. Y es un claro reflejo del fatalismo que también caracteriza a la cultura tibetana debido a sus duras condiciones de vida.

Enfermedades humorales

En este caso se habla de enfermedades atribuidas al desequilibrio de uno o varios de los humores que forman parte de esta y otras medicinas clásicas (bilis, flema y pneuma). Son las afecciones más comunes y el principal objeto de atención de los médicos tibetanos, ya que en este caso sí se puede actuar sobre ellas.

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Para ello, primero entrevista al paciente y examina varios aspectos de su cuerpo (orina, lengua, pulsos radiales y cubitales…), tras lo que realiza el diagnóstico y determina la estrategia más adecuada, atendiendo a las causalidades que la han desencadenado.

En este sentido, la mayoría de los consejos que propone se basan en cambios de comportamiento. También porque, dentro de la medicina tibetana, cada humor del cuerpo se corresponde con un «veneno mental». Así, un exceso de pneuma (o viento) se considera un exceso de deseo, uno de bilis se manifiesta como un exceso de ira, y un exceso de flema denota cierto “oscurecimiento mental”.

Por tanto, hay que adoptar nuevos comportamientos para regular los humores, ya sea con meditación, cambios nutricionales, etc. Y solo cuando se hayan llevado a cabo esos cambios, si el médico lo considera necesario, complementará esa estrategia con la toma de medicamentos.

El verdadero juramento Hipocrático

Ahora que ya sabe cómo se desarrolla la medicina tibetana, comprenderá mejor por qué el médico respondió de ese modo a su paciente en la historia que le relataba al principio.

Si ese paciente esperaba curarse tomando remedios concretos, pero sin modificar su higiene de vida, iba a seguir expuesto a los mismos factores que habían desencadenado su enfermedad. Por ello, incluso si esos remedios le iban a servir de alivio, nunca le ayudarían a sanar. Y si el médico no iba a poder curarle… ¿para qué perder el tiempo con él?

La dureza aparente de esta actitud denota, en realidad, un sentido común muy sólido que podemos encontrar en todas las medicinas tradicionales.

Pensemos, por ejemplo, en el juramento de Hipócrates. La versión más antigua de este juramento terminaba con la promesa de gloria eterna para los médicos que respetaran las reglas, así como de deshonra para los que no lo hicieran.

Pero también señalaba que el médico debía comprometerse a no prescribir tratamientos que fueran malos para sus pacientes, además de a reprimir los hábitos perniciosos (para el cuerpo y para el alma) que observara en ellos. Ya fuera en términos de alimentación o de estilo de vida.

Lamentablemente, esta parte del juramento se ha perdido y en la actualidad solo se menciona el cuidado en su sentido más amplio. Y, más triste aún, hoy en día ese cuidado parece haberse reducido a la toma de medicamentos en muchos casos.

A diferencia de la medicina tibetana, la medicina occidental parece haberse olvidado de la prevención. Y también ha olvidado la importancia de seguir un ritmo de vida adecuado, así como una buena alimentación y comportamiento social (tanto a nivel individual como colectivo).

Un olvido que, por otro lado, está intrínsecamente ligado a este mundo tan acelerado en el que vivimos, así como a la actual sociedad de consumo tan propia de Occidente.

Es por ello que deberíamos intentar alejarnos de ese ritmo frenético, prevenir antes que curar… y escuchar más a los médicos tibetanos.


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