Los casos de cáncer han aumentado un espeluznante 28% en los últimos seis años en todo el mundo. Se trata de una cifra que sin duda habrá visto en todos los telediarios y periódicos estos días.
Como para que no se hablara de ello. Son las últimas cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que corrigen al alza sus anteriores estimaciones. (1)
Claro que luego llegan los argumentos con los que se pretende justificar semejante barbaridad. Y, así, el mayor envejecimiento de la población como consecuencia del aumento de la esperanza de vida se presenta como el “culpable” de esta situación.
¿De verdad? ¿En sólo seis años? Estas cifras significan que una de cada seis mujeres y uno de cada cinco hombres tendrá cáncer y muchos morirán por su culpa. La ruleta rusa ya está girando para todos nosotros y debemos conformarnos con la explicación de que es un efecto colateral de la mayor esperanza de vida. Casi que deberíamos alegrarnos.
En estos tiempos de “fundamentalismo científico”, en los que también se nos pide que creamos ciegamente en la “bondad suprema” de la ciencia, hace falta tener en cuenta otro dato cuando se habla de cáncer: la “fuerte influencia” de la industria farmacéutica en los ensayos clínicos, tal como ha reconocido el “Primer informe sobre investigación e innovación del cáncer en España” presentado también esta misma semana y elaborado por, entre otros, la Asociación Española de Investigación sobre el Cáncer (Aseica). (2)
Las cifras son un chiste.
Un 76% de los ensayos clínicos que se hacen en España, por ejemplo, están patrocinados por la industria, cuyo objetivo, como no puede ser de otra forma, es encontrar moléculas patentables que se conviertan en beneficios para sus cuentas de resultados.
Así, ocurren dos cosas: que hay tipos de cáncer de incidencia y mortalidad creciente (como el de hígado o el de pulmón) que no se investigan lo suficiente, y otros tipos de cáncer en los que las farmacéuticas concentran sus estudios y en los que se logran avances minúsculos pero que luego los sistemas sanitarios públicos no pueden dejar de adquirir (a precios desorbitados) para ofrecérselos a los pacientes.
Es la pescadilla que se muerde la cola: no hay fondos para investigaciones independientes con enfoques distintos a los de las farmacéuticas porque, entre otras cosas, todo el dinero se destina a comprar sus tratamientos a esas mismas farmacéuticas.
Y lo peor es que esos avances suponen en realidad sólo unos pocos días más de vida extra para los pacientes de cáncer, como le explicaré un poco más adelante.
Otra noticia relacionada con el cáncer ha irrumpido también esta semana en la actualidad: el prestigioso oncólogo español Josep Baselga, una de las grandes figuras internacionales en la investigación de terapias contra el cáncer y autor de decenas de artículos científicos sobre la enfermedad, omitió confesar un pequeño detalle: el cobro de millones de dólares en pagos que le hacían empresas farmacéuticas.
La noticia ha sido destapada por el diario The New York Times y ProPublica, una organización de periodismo de investigación sin ánimo de lucro. Y así, mientras con una mano Baselga escribía artículos científicos favorables a moléculas desarrolladas por grandes empresas multinacionales farmacéuticas, con la otra recibía millonarios pagos por parte de esas mismas empresas.
Baselga ha tenido que dimitir como director médico del Memorial Sloan Kettering Cancer Centerde Nueva York y se están revisando todos sus trabajos y estudios.
Todos estos escándalos nos llevan a una reflexión: ¿de verdad podemos confiar ciegamente en lo que nos dicen que es lo mejor para nuestra salud cuando el cáncer irrumpe en nuestra vida?
Nadie quiere oír ni pronunciar la palabra “cáncer”, las seis letras más temidas en cualquier consulta médica. Pero es aquí donde me gustaría plantearle una pregunta inevitablemente incómoda: ¿hay que aceptar sin más los tratamientos convencionales que nos proponen?
Nos dicen que son “lo último” de la investigación científica, carísimas terapias que somos muy afortunados de tener a nuestra disposición, que dudar de ellas es poco menos que ser “anticiencia” y volver a las cavernas, pero… Nosotros creemos que debemos conocer con más detalle en qué consiste el arsenal terapéutico contra el cáncer, porque es imprescindible tener un criterio propio que nos permita decir “esto sí” y “esto no”.
La cirugía y la radioterapia suelen ir acompañadas de la probabilidad clara de una mayor supervivencia frente al cáncer, pero eso no ocurre en todos los casos con la quimioterapia. Y es algo que los pacientes no suelen saber.
Hoy en día existen muchas familias de medicamentos quimioterapéuticos para tratar el cáncer. Junto a los derivados del gas mostaza (el arma química que se usó durante la Segunda Guerra Mundial) se encuentran los productos procedentes de plantas o de origen microbiano. ¿Qué pueden esperar realmente los pacientes de ellos?
A veces poco; e incluso pueden resultar contraproducentes.
Varios investigadores de la Universidad Albert Einstein (Nueva York), descubrieron que en el cáncer de mama el tratamiento de quimioterapia con una molécula de referencia (el paclitaxel) puede reducir el tamaño de los tumores en un primer momento. Sin embargo, también acelera su reaparición después, al volverlos más resistentes. Además, el paclitaxel debilita los vasos sanguíneos y, por lo tanto, facilita las metástasis del cáncer por todo el organismo. (3)
Aunque exijan tratamientos intensivos y los resultados sean inciertos, las investigaciones realizadas en personas con cáncer demuestran que existe una tendencia muy clara a querer luchar contra la enfermedad a cualquier precio, aunque el resultado sean efectos secundarios graves y sólo se consiga prolongar la vida en estado terminal unas pocas semanas.
Hay información sobre los tratamientos convencionales sobre el cáncer que los pacientes no conocen y tienen derecho a saber. Porque detrás de esas frases hechas que pintan a los enfermos como héroes que luchan contra la enfermedad, en ocasiones hay un inútil ensañamiento terapéutico que nadie le cuenta al paciente.
Y, lo que es más grave, existen investigaciones muy serias sobre tratamientos complementarios eficaces que esos mismos pacientes desconocen. Tampoco se lo cuenta nadie.
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