Le damos 4 consejos esenciales para optimizar su frigorífico y, de paso, comer mejor. Y es que es perfectamente posible conservar los alimentos fuera de la nevera si se sabe cómo hacerlo.
Tenía muchas dudas acerca de contar esto, pero… ¡ahí va!
A comienzos de este año, mi vida dio un vuelco.
Afortunadamente nadie de mi entorno falleció, ni siquiera se puso enfermo. Sin embargo, tengo que reconocer que muchos de mis puntos de referencia se trastocaron de forma drástica.
Y la culpa la tuvo… la nevera, que se rindió el 1 de enero, nada más comenzar el año.
Evidentemente, estaba repleta de provisiones festivas y para los días siguientes. Pero por supuesto como era día de Año Nuevo no podíamos hacer nada al menos hasta el día siguiente.
Debo reconocer que a esas alturas pensaba que pasar un día o dos sin nevera era bastante factible. Con limitar su uso y abrirla solo lo estrictamente necesario, el frío podía mantenerse durante horas.
Sin embargo, con lo que no contábamos era con que el “tsunami” de casos de Covid que barrió el país durante esas semanas retrasaría todo el proceso de reparación… ¡casi un mes!
En lugar de desanimarme, decidí aprovechar al máximo ese acontecimiento inesperado.
Por supuesto, lo primero era vaciar el frigorífico. Así que empecé a sacar:
– Frutas y verduras.
– Queso.
– Huevos.
– Cebollas.
– Botellas de agua.
– Un zumo “bio” por la mitad.
– Un tarro de mermelada casera.
– Un pedacito de margarina que se había quedado a medias de una receta…
Y también yogures y un par de botes de salsa ya abiertos.
Es decir, que en realidad no había nada que no pudiese estar fuera de ella (eso sí, con ciertos matices, como verá).
Realmente usamos la nevera para almacenar una mayor cantidad de alimentos, lo que hace nuestra vida más cómoda.
Pero también, por otro lado, puede hacernos comer más y peor porque:
Hay que ser muy organizado y disciplinado para sacar todo el partido al frigorífico sin caer en estos errores comunes. Y lamentablemente hoy en día, ¿quién tiene todo el tiempo que eso requiere?
Hacer ese ejercicio de vaciar la nevera me hizo ser consciente del volumen de alimentos que se suelen almacenar en ella.
Le invito a hacer lo propio y empezar a retirar alimentos de su frigorífico hoy mismo. Estoy seguro de que entenderá a la perfección lo que quiero decir.
De hecho, si ya antes de este incidente me consideraba un consumidor bastante consciente, desde comienzos de año he reducido todavía más mis compras para consumir y, sobre todo, comer mejor.
Por supuesto, el granel resulta de una enorme ayuda en este sentido, puesto que no es ningún secreto que la industria alimentaria dispone de las más afinadas estrategias para hacernos comprar, consumir y comer cada vez más.
No reniego de la utilidad de un electrodoméstico tan fantástico como es el frigorífico. ¡Solo faltaría!
Pero en cambio sí reivindico que, en cualquier caso, no es un elemento indispensable en una cocina (como muchas cosas en esta vida de las que a priori puede parecer una locura prescindir).
Si no, que se lo pregunten a nuestros antepasados, que sabían cómo conservar perfectamente los productos frescos sin electricidad ni ningún tipo de refrigeración mecánica.
De hecho, en algunas casas antiguas todavía se mantiene esa estancia dedicada a la conservación de los alimentos. (1)
Se trataba de un lugar oscuro, fresco y ventilado, a veces algo apartado del hogar y a cierta altura (a salvo de los animales) en el que se almacenaban las frutas y verduras durante el invierno.
Los muros solían ser gruesos, de piedra y a veces encalados para protegerlos de las heladas y de la proliferación de bacterias.
Allí se conservaba de todo: patatas, zanahorias, endibias, vinagre, judías y otras verduras en tarros, nueces, avellanas, calabazas, etc.
De hecho, cada tipo de alimento tenía su lugar:
– El jamón y tocino en el ahumadero.
– Las hierbas y especias, colgadas.
– El aceite y las bebidas en sus correspondientes jarras.
– La harina en sacos…
Y no solo eso: las técnicas de conservación también se transmitían de generación en generación. Como un precioso secreto, los padres y abuelos enseñaban a los más jóvenes cómo salar, secar, fermentar…
De hecho, durante los meses de buen tiempo lo habitual era ir almacenando cada vez más provisiones para pasar el largo invierno.
E inevitablemente eso también se notaba en la forma de comer: lo hacían con moderación y disfrutando al máximo los alimentos. ¡Con razón las comidas tenían un carácter de celebración y reunión del que hoy en día, con las prisas que nos asedian a diario, la mayoría carece!
Personalmente, al encontrarme sin nevera reproduje lo que siendo pequeño vi en casa de mis abuelos. Ahora bien, lo hice con los medios de los que yo dispongo, claro está.
Por ejemplo, como no tengo la suerte de tener una bodega, convertí un armario en una despensa.
Solo me aseguré de que estuviera bien protegido de la luz y en una habitación sin calefacción y relativamente húmeda y fresca.
Si usted quiere hacer lo mismo, pruebe a almacenar sus frutas y verduras:
– En un rincón oscuro de su casa.
– En un balcón orientado al norte (ojo con las heladas nocturnas).
– En un armario o caja (eso sí, no expuesto directamente a la luz del sol).
– En el trastero (siempre que haya la ventilación suficiente).
Solo el delimitar ese espacio para almacenarlos le hará priorizar el consumo de productos frescos y no procesados, que son la base de cualquier dieta saludable.
Además, favorecer los circuitos cortos y orgánicos comiendo productos locales y de temporada es la mejor forma de ejercer un consumo alimentario sostenible.
Y olvídese de tenerles “miedo” a las frutas y verduras que llegan con mucha tierra o que parecen deformes. Al contrario, son las más ricas en nutrientes y minerales, ya que eso prueba que no han pasado por un proceso industrial que las estandariza para que parezcan más apetecibles.
Ya por último, otras dos importantes medidas de cara a un consumo responsable:
Pero ¡no se alarme! No estoy sugiriendo que coma alimentos en mal estado, sino que exprima al máximo los recursos de los que dispone. Aquí le dejo unas cuantas buenas ideas de cocina de aprovechamiento.
Lo mejor será que se olvide de las gangas y apueste por comprar menos pero mejor. Seguramente lo hará a un precio un poco más elevado, pero no demasiado si sabe a dónde ir (colmenas de distribución de productos orgánicos, productores locales…).
Reconectar al menos un poco con esta forma de alimentarse y conservar los alimentos vale la pena. ¡No sabe cuánto me alegro de haber estado un mes sin nevera!
1. Notre aventure sans frigo, Marie Cochard, Editions Eyrolles
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