La soledad puede afectar a nuestra salud de más maneras de las que imagina. Y no solo a nivel mental, sino también físico. Analizamos sus efectos a partir de un experimento protagonizado por una alpinista que ha permanecido ¡500 días sola en una cueva!
Beatriz Flamini es una alpinista y deportista de élite que detenta un curioso récord (además de peligroso para la salud, como verá enseguida): ser la persona que más tiempo ha estado en soledad del mundo.
¡Ni más ni menos que 500 días!
Aunque lo más llamativo es que este largo aislamiento, que ha tenido lugar en una cueva de Granada (acondicionada para que tuviera luz y pudiera asearse), no ha sido fortuito.
El encierro de Beatriz era totalmente voluntario, ya que formaba parte del proyecto “Timecave” en el que han participado expertos de las Universidades de Granada y Almería. (1)
¿El objetivo de este experimento? Investigar hasta qué punto la soledad y la falta de percepción del tiempo afectan a la salud.
Y sus conclusiones no tienen desperdicio.
Esta fue una de las cosas que más sorprendió a la alpinista. Y es que además de no tener ningún contacto con el exterior, la principal particularidad de este experimento era que Beatriz Flamini no tenía ninguna referencia temporal.
Es decir, no sabía en qué momento del día o de la noche se encontraba, así como los días que habían transcurrido desde su encierro.
Puede que de entrada esto no parezca algo muy grave. Pero lo cierto es que se trata de un factor clave para nuestra salud, ya que el correcto funcionamiento de nuestro organismo depende de los “ritmos circadianos”, de los que ya le he hablado en alguna que otra ocasión.
Estos ritmos son los que controlan el ciclo vigilia-sueño, de 24 horas de duración, por el cual nuestro cuerpo experimenta cambios a lo largo de la jornada. Y estos son necesarios para que estemos activos durante el día, mientras que en la noche descansamos y acumulamos energía.
Además, gracias a ese ciclo el sistema inmunitario repara durante la noche los tejidos dañados, lo que es esencial para mantener la salud, entre muchas otras funciones.
Pues bien, todo esto se ve comprometido por el “simple” hecho de no saber qué hora es ni en qué momento del día nos encontramos. Justo lo que le ocurrió a nuestra protagonista.
Los investigadores de neuropsicología clínica y experimental que participaron en este experimento ya han ofrecido algunos datos al respecto. El aislamiento cognitivo y temporal produjo cambios neuronales que conllevaron problemas de memoria y de concentración, además de alucinaciones.
Por supuesto, a estos efectos hay que añadir la total ausencia de luz natural que experimentó la alpinista, lo cual es nefasto para la salud.
Sin esa luz nuestro cuerpo sufre un importante déficit de vitamina D, que desempeña un papel fundamental en la formación -y mantenimiento- de todos los tejidos del organismo, huesos y músculos incluidos.
Además, gracias a esa vitamina se sintetiza melatonina, que es una hormona clave para el sistema cardiovascular, cutáneo e inmunitario. Y también para que se lleven a cabo todas las funciones metabólicas del organismo: respiración, termorregulación, contracción muscular…
Ahora bien, aun con todos estos efectos adversos, hubo un factor en concreto que afectó más que ningún otro a Beatriz Flamini.
Somos animales sociales. Esta es una realidad que no debemos olvidar. ¡Nuestra supervivencia como especie depende de ello!
Al ser mucho más débiles que otros animales, solo estando en grupo el ser humano ha podido enfrentarse a los peligros de un mundo inhóspito. Y nuestra evolución sigue firmemente condicionada por esta realidad.
Está ampliamente demostrado que la soledad afecta a la salud. Sobre todo a las personas mayores, que por desgracia son quienes más la sufren en la actualidad.
Un completo estudio confirmó que vivir solo (o teniendo muy pocas relaciones sociales) incrementa el riesgo de depresión, ansiedad y suicidio. Y aumenta casi en un 50 % el riesgo de demencia. (2)
Pero la salud mental no es la única que se ve afectada por esa ausencia de lazos sociales. Otra de las conclusiones de esta investigación fue que tener menos relaciones aumenta en un 29% el riesgo de enfermedad cardiovascular.
Y en el caso de que la persona ya sufra alguna patología cardíaca, si además vive sola, tiene 4 veces más probabilidades de fallecer por esa afección en comparación con las que también la tienen, pero no están solas.
De hecho, el aislamiento social aumenta significativamente el riesgo de morir por cualquier causa de manera prematura. Y en unos niveles equiparables al tabaquismo, la obesidad o el sedentarismo, que son los principales factores de mortalidad a cualquier edad.
Pese a las condiciones extremas, durante 500 días Beatriz se mantuvo firme en su objetivo. Seguía una rutina de ejercicios para mantenerse activa a nivel físico, además de actividades para trabajar la mente, como la lectura, la música o la costura.
Estas estrategias, que la han ayudado a mitigar el deterioro cognitivo y físico durante su encierro, son las mismas que deberían seguir las personas que por una razón u otra pasan mucho tiempo solas en casa. Sobre todo si son mayores.
Pero si algo hemos aprendido del proyecto “Timecave” es que de poco servirá mantener el cuerpo y la mente activos si lo hacemos estando solos. Porque la soledad también mata.
Por ello le invitamos a leer este otro texto, donde se ofrecen herramientas para acabar con esta terrible epidemia. Ahora que somos conscientes de hasta qué punto la falta de relaciones daña nuestra salud, es hora de ponerle remedio. Juntos.
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