La mayoría de los expertos en agricultura ecológica que conozco usan el “calendario lunar” para sembrar, trasplantar, hacer esquejes y podar.
Pero las cosas como son: cuando se lo cuentan a alguien que viene de la ciudad, parece como si se avergonzasen de ello.
“Sigo el ‘dictado’ de la Luna, aunque sé que parece una locura”, escuché decir a un agricultor una vez.
“¡Cómo que locura!”, pensé yo. “Si la influencia de la Luna es un hecho más que demostrable…”.
De hecho, la evidencia científica en este sentido no deja de aumentar.
Hoy vamos a conocer este aspecto un poco más a fondo.
La principal hipótesis es que el que hoy es nuestro satélite habría aparecido hace 4 mil millones de años tras el impacto de un gigantesco meteorito en la Tierra. Este meteorito era tan grande que provocó que un chorro de magma subiese al espacio y empezase a orbitar alrededor de nuestro planeta.
A fuerza de girar, poco a poco este magma fue tomando la forma de una esfera (lo cual no es nada raro, sino que se trata de un fenómeno físico comprobable en una simple masa de pan o de plastilina).
Al enfriarse, la bola de magma se convirtió en la Luna, que en la actualidad está completamente fría. De hecho, ¡a nada menos que casi -250º C en algunos puntos!
Pero el día que la Luna comenzó a girar alrededor de la Tierra sucedió algo más que la aparición de un bello satélite en el cielo nocturno: aparecieron las mareas.
La explicación es más sencilla de lo que parece. Y es que cualquier masa en el Universo provoca una atracción sobre el resto de ellas.
Por ello a medida que la Luna gira alrededor de la Tierra atrae objetos y sustancias hacia sí.
Ese influjo no se percibe en las rocas, los volcanes o las montañas, ya que son demasiado pesados.
Sin embargo, el efecto sí es perfectamente visible en mares, océanos e incluso grandes lagos: el agua se mueve en la misma dirección en la que se encuentra la Luna.
Y eso son, en definitiva, las mareas.
En el momento de su aparición estas eran aún más fuertes que hoy día, ya que la Luna estaba mucho más cerca de la Tierra (hasta el punto de vaciar bahías por completo durante horas).
Pues bien, resulta que ese vaivén de las mareas propició un ambiente muy salado, ni demasiado seco ni demasiado húmedo, que era el caldo de cultivo ideal para la formación de compuestos químicos precursores de la vida: los ácidos nucleicos, que entran en la composición del ADN.
En tierra firme los rayos ultravioleta (UV) del sol los habrían destruido, dado que habrían roto sus enlaces químicos, mientras que en medio del océano tampoco podrían haberse desarrollado.
Es decir, que fue el fenómeno de las mareas el que permitió que apareciesen las formas de vida más primitivas.
Y, de hecho, en realidad sigue determinando nuestra vida y la de algunos animales mucho más de lo que parece.
La Luna tarda hoy 24 horas y 50 minutos en dar la vuelta a la Tierra. Y por ello provoca mareas de 12 horas y 25 minutos.
Esto puede observarse fácilmente en animales marinos como el Eurydice pulchra, un pequeño crustáceo isópodo que se hunde en la arena con la marea baja y vuelve a subir con la marea alta, exactamente cada 12 horas y 25 minutos.
Si un ejemplar de esta especie fuera llevado a un laboratorio, continuaría durante unos días a este ritmo, incluso sin mareas a las que seguir. Y de igual modo cangrejos, langostas, ostras, mejillones y diversas clases de gusanos marinos y peces viven también al ritmo de las mareas y, por tanto, de la Luna.
Pero nuestro satélite habría tenido también otros efectos determinantes para la vida en la Tierra.
Bruce Bills, profesor de geodinámica de la NASA, explica que las mareas en los océanos ayudan a hacer circular el calor de las aguas tropicales hacia los polos: “Sin las mareas las variaciones climáticas entre las edades de hielo y los períodos interglaciares habrían sido menos extremas. Sin embargo, las glaciaciones provocaron migraciones de especies animales y vegetales que probablemente contribuyeron a acelerar la diferenciación entre especies”.
Por tanto, la Luna habría favorecido la biodiversidad. Sin ella sería imposible que el mundo en el que habitamos fuese tal y como lo conocemos hoy día.
Existe otro ciclo lunar de gran importancia: el tiempo que transcurre entre dos lunas llenas (que en concreto dura un total de 29,5 días).
Que estos ciclos lunares ejercen una poderosa influencia en el ser humano fue una vez un lugar común.
De hecho, desde siempre se ha atendido a la asombrosa cercanía entre el ciclo de la mujer y el lunar. Y asimismo resulta innegable que todos los seres vivos tenemos un “reloj lunar” en nuestro interior, al igual que tenemos un “reloj solar” o circadiano que nos hace adaptarnos a la noche y al día.
Ya el astrónomo Ptolomeo, nacido en el año 100 d. C en Alejandría (Egipto), dio por sentado que “la Luna ejerce su influencia sobre la mayoría de las cosas del mundo, ya que la mayoría, animadas o inanimadas, simpatizan con ella y cambian con ella”.
Y aún en el siglo XIX los enfermos mentales eran separados según fueran o no “lunáticos”. La explicación es que se daba por sentado que los “lunáticos” veían empeorar sus problemas con la luna llena, la cual los sumía en la mayor de las confusiones.
Muchos aullaban -lo que obviamente recuerda a la leyenda de los hombres lobo-, por lo que se temía que se transformasen en criaturas monstruosas durante las noches de plenilunio.
Fueron aquellas leyendas, junto con las frecuentes quejas de colegas y estudiantes acerca de sus problemas de insomnio en las noches de luna llena, las que llevaron a unos investigadores suizos de la Universidad de Basilea a estudiar los efectos de este astro sobre el sueño.
Y en efecto hallaron un fuerte vínculo entre la demora en conciliar el sueño y el sueño inquieto esas noches, así como dificultad para despertarse. Y en concreto mostraron una reducción del 30% en el sueño profundo en los días de luna llena.
Entre sus explicaciones argumentaron que era mucho más probable que el hombre primitivo fuera descubierto y devorado por bestias salvajes en las noches de luna llena. Y esa sería, por tanto, la razón por la que habría aprendido a dormir más ligero en ese período.
A pesar de lo comentado hasta aquí, parece falso que la Luna influya en los nacimientos, a pesar de que es una de las creencias más extendidas respecto a la maternidad.
Y tampoco hay ningún estudio confiable sobre el hecho de que cortarse el pelo bajo el influjo de la luna creciente acelere su crecimiento.
Ahora bien, ¿podría esto deberse a un problema propio del método científico?
Eso es lo que dejan entrever las explicaciones de ciertos expertos en agricultura, como por ejemplo la reconocida horticultora Noëlle Dorien. Sin creer en el fenómeno lunar, reconoce que es “difícil realizar experimentos válidos sobre la siembra adaptada a las fases de la Luna porque no hay testigo posible”.
Es decir, que no hay un elemento “placebo” que permita comparar los resultados en el mismo momento sin verse sometido a ese influjo lunar.
Entonces, teniendo esto en cuenta y pudiendo apreciarse como se aprecian resultados empíricos (¡por algo si no los campesinos de toda la vida se habrán regido por el ciclo lunar!), ¿por qué no vamos a creer en el inmenso poder que esta ejerce?
¡A su salud!
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Sin decir ni que sí ni que no, lo que es cierto es que las cosas hay que demostrarlas. Es probable que la Luna tenga influencias y también Marte y el Universo en general… otra cosa es que no sepamos cómo influye. Lo de los nacimientos en los cambios de Luna que se propagó durante siglos con médicos incluidos en el tema, se demostró muy fácil… Se escogió un grupo de niños y jóvenes, se miró su fecha de nacimiento y cómo estaba la Luna… Y no existía ninguna correlación.