“Los ciudadanos de la Antigua Roma tenían los dientes perfectos, sin ningún tipo de necesidad visible de acudir al dentista”. Esta fue la gran sorpresa que se llevaron los expertos tras analizar los cuerpos fosilizados de los ciudadanos de Pompeya, que quedaron intactos, momificados, tras ser sepultados bajo las cenizas del Vesubio en el año 79 d.C.
Una mañana de aquel lejano año, del volcán Vesubio comenzó a salir una columna de humo, a la que los habitantes de Pompeya no hicieron mayor caso, pues era algo relativamente frecuente. Sin embargo, una lluvia de cenizas y de piedras volcánicas, a la que siguieron nubes de vapores de azufre, demostró que aquello era diferente. Muchos no pudieron huir, quedando supultados en ceniza mientras intentaban protegerse.
Los primeros cuerpos comenzaron a extraerse en las excavaciones arqueológicas que se realizaron en el siglo XVIII, pero ha sido ahora, gracias a la tecnología actual, cuando los expertos han conseguido estudiar a fondo lo que esos cuerpos guardaban en su interior, para saber más sobre cómo vivían y qué salud tenían.
Y ahí llegamos a la gran sorpresa de su salud dental. Y es que uno de los hechos que más sorprendió a los científicos fue la buena salud bucodental y la calidad de los dientes de los pompeyanos. (1)
Estos expertos confirmaron que, aunque los habitantes de Pompeya no utilizaban cepillo de dientes ni dentífrico, sus dientes estaban en excelente estado; de hecho, aquella población muy rara vez sufría caries.
¿Su secreto? Muy simple: no había azúcar en su dieta.
“Los habitantes de Pompeya comían muchas legumbres y frutas, pero muy pocos azúcares”, explica la ortodoncista Elisa Vanacorequi, que ha supervisado los estudios dentales. “Comían mejor que nosotros y tenían unos dientes realmente muy buenos”.
Según Massimo Osanna, director del yacimiento de Pompeya, su régimen alimentario era sano, equilibrado y similar a lo que hoy denominamos dieta mediterránea. (2)
En su libro Cholestérol, mensonge et propagande (en español, Colesterol, falsedad y propaganda), el Dr. Michel de Lorgeril dedica nada menos que 12 capítulos a la dieta mediterránea.
No obstante, aquí le resumo con unas simples pinceladas sus ideas básicas acerca de este régimen tan bueno para la salud y los dientes:
“La dieta mediterránea es una dieta rica en cereales poco refinados, sobre todo trigo tomado en forma de pan, pasta, cuscús, etc.
Además, es muy rica en frutas y verduras frescas, que se consumen según su estacionalidad. En prácticamente cada comida se cuenta con verduras de hoja de temporada. Y también abundan las legumbres: judías, habas, guisantes, garbanzos, lentejas…
Las poblaciones mediterráneas acostumbran a comer también frutos de cáscara (almendras, nueces, avellanas…) y, durante el invierno, frutas desecadas (como las famosas pasas de Corintio, higos y albaricoques).
Los huevos, el pescado y la carne (sobre todo de ave y conejo, según la zona) se consumen de una forma generalmente moderada. Y los productos lácteos, únicamente en su forma fermentada (queso y yogures), en cantidades muy moderadas y siempre elaborados a partir de leche de oveja o de cabra.
Para la cocina sólo usan aceite de oliva e ignoran la mantequilla y los aceites poliinsaturados (de girasol, maíz, etc.).
Por su parte, las hierbas aromáticas (como el romero, el tomillo, el orégano…), el ajo y la cebolla son ampliamente usados en la preparación de las comidas, así como el zumo de limón y otros cítricos”.
Sumemos a este resumen que esta dieta es rica en ácidos grasos omega-3, presentes en pescados como las sardinas y las anchoas y en el aceite de oliva y otros aceites extraídos de diversas semillas. (3)
La dieta mediterránea nos protege no sólo de las caries, sino también de las enfermedades cardíacas, el síndrome metabólico, la diabetes e incluso algunos tipos de cáncer. Pero, eso sí, debe adaptarse a cada caso. Por ejemplo, las personas sensibles al gluten pueden reemplazar los productos a base de trigo completo por otros a base de arroz completo y legumbres secas.
La romana no era la única civilización antigua que gozaba de una salud dental envidiable.
Los estudios de restos humanos prehistóricos que se remontan a la época en la que el hombre era cazador-recolector señalan que ellos tampoco tenían caries. (4)
Además, estos antepasados ya se preocupaban por su higiene bucal: las piezas dentales de los hombres de Neandertal (de una antigüedad de 42.000 años) poseen unas marcas que prueban que utilizaban utensilios puntiagudos de hueso o madera para limpiarse los dientes. He aquí el “ancestro” de nuestro hilo dental.
Asimismo, de acuerdo con un estudio llevado a cabo por farmacéuticos de Dresde cien años atrás, egipcios, griegos y romanos ya usaban diferentes sustancias a modo de dentífrico hace más de 2.000 años. En el Antiguo Egipto usaban como pasta de dientes una mezcla de vinagre y piedra pómez machacada, y en la Antigua Roma, por su parte, utilizaban orina humana como enjuague bucal y para frotarse los dientes.
Puede parecer aún más sorprendente, sin duda, que ocurriese algo similar en la Edad Media.
Muchas películas han generalizado la idea de que en aquella época la población tenía los dientes podridos y el aliento fétido, pero hay investigaciones que apuntan todo lo contrario.
Por ejemplo, se ha demostrado que la población inglesa bajo el reinado de los Tudor (siglo XVI) gozaba de una salud dental excelente.
Es cierto que la reina Isabel I, la más conocida de la Casa Tudor, tenía los dientes podridos. Pero esto, por supuesto, no es fruto del azar.
Al contrario que el resto de la población, que se alimentaba de raíces, tubérculos, coles y otras verduras, la reina era muy golosa. Era incapaz de resistirse cuando llenaban su real mesa con todo tipo de productos de confitería, pasteles de miel, caramelos y otros dulces, que eran el signo de prosperidad y abundancia de la época.
Este hecho es conocido gracias al testimonio de un viajante alemán, quien contó cinco años antes de que muriese: “la Reina tiene sesenta y cinco años. Su cara es alargada, su piel pálida y arrugada y sus dientes negros. Esto es resultado de un problema: los ingleses parecen enfermos porque consumen demasiado azúcar”. (5)
Ya en aquella época los caramelos y postres ingleses cosechaban gran fama por lo dulces que eran
Los dientes de las poblaciones europeas comenzaron a registrar importantes daños tras el descubrimiento de la caña de azúcar en Oriente por parte de los caballeros cruzados.
Ellos descubrieron (e importaron) los baklavas, las delicias turcas, los malban libaneses y el resto de dulces elaborados a base de caña de azúcar y miel habituales en los países de Las mil y una noches.
Y ya entonces aquellas poblaciones conocían bien los problemas de obesidad y las enfermedades cardiovasculares. ¿Acaso no estaba gordo -y probablemente diabético- el genio de la lámpara de Aladino? Podríamos llegar a suponer, por tanto, que también padecía caries y otros problemas bucodentales.
Por su parte, los orientales habían conocido la caña de azúcar en sus contactos con los comerciantes de las Indias; y éstos, a su vez, lo habían descubierto en su país de origen, Indonesia.
Durante mucho tiempo, los europeos tuvieron dificultades para cultivar la caña de azúcar, dado que el clima del Viejo Continente no se prestaba a ello y la producción agotaba los suelos. Pero llegó el descubrimiento de América y, tras él, los europeos implantaron con éxito este cultivo en Barbados y el Caribe (y poco más tarde, en el continente americano).
A partir de ese momento, la abundancia hundió el precio del azúcar, que pasó a convertirse en un producto común y accesible para todo el mundo, para bien y para mal. (6)
En un principio, esa abundancia de azúcar tuvo consecuencias beneficiosas.
En primer lugar, porque el azúcar gusta a todo el mundo, sobre todo a los niños, y estimula la producción neuronal de dopamina, que es considerada como la hormona del placer, la recompensa y la felicidad.
En segundo, porque es extremadamente energético, con lo que permitía afrontar inviernos, hambrunas y escaseces.
Pero el azúcar también tiene su lado oscuro. Y es que, consumido en exceso, provoca todo tipo de problemas de salud. Tales son sus peligros que hoy en día los costes que provoca el azúcar en nuestros sistemas sanitarios son colosales; ¡es una verdadera ruina!
Quizá alguien continúe creyendo que una dentadura enferma es un problema meramente estético; ¡ojalá fuese así! La realidad es mucho peor.
Unos dientes enfermos le acarrearán más tarde o más temprano grandes sufrimientos: padecerá horribles dolores de muelas y abscesos en las encías y tendrá que reparar las piezas dentales dañadas y extraer aquellas que tenga podridas.
Y todo ello pagando una importante suma de dinero.
Nos gastamos verdaderas fortunas en este tipo de tratamientos: sofisticado material de odontología, rayos X, anestésicos, prótesis y otros implantes. Y lo peor es que cada vez nos gastamos más.
En España el gasto en salud bucodental se triplicó en las últimas décadas. Hace diez años los españoles ya invertían en el dentista nada menos que una cuarta parte de todo el gasto anual que destinan a su salud, incluyendo los gastos en farmacia y las consultas médicas privadas, según un estudio del Colegio Oficial de Odontólogos y Estomatólogos de Cataluña (COEC).
Y el problema continúa en aumento, como demuestran las perspectivas del sector. El secretario general del Consejo de Dentistas, Juan Carlos Llodra, exponía el pasado mes de marzo que los hábitos sociales, y en especial el aumento del consumo de azúcar, el tabaco y el alcohol, “están incrementando la incidencia de enfermedades bucodentales”.
Y a las visitas al dentista y a los tratamientos hay que sumarles el gasto en pastas de dientes, cepillos, lociones y enjuagues bucales y otros productos para el cuidado de la boca, que la mayor parte de las veces es bastante considerable.
Además, como ya avancé antes, más allá de las caries, el azúcar está asociado a muchos otros problemas de salud. Además de las enfermedades más conocidas que provoca (obesidad, diabetes, enfermedades cardíacas y cáncer), el azúcar es altamente adictivo y está detrás de ciertos trastornos mentales, como por ejemplo la hiperactividad. (8) (9) (10)
No me diga que no son razones suficientes como para desterrar el azúcar de su cocina de una vez por todas.
En Alemania, patria de la famosa marca de gominolas Haribo, el best-seller de Hans-Ulrich Grimm Wie Uns die Zucker-Mafia krank macht (Cómo nos hace enfermar la mafia del azúcar) denuncia las malas prácticas en el negocio azucarero y sus consecuencias fatales. (11)
¿Para cuándo un editor valiente que traduzca este libro al español?
Fuentes:
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Muy curioso.
Muy buen artículo.
Sean un poco más precisos en sus comentarios. El azúcar fue introducido por los musulmanes en España. Cultivándose la caña en el sudeste. A día de hoy existen ingenios en Frigiliana. Para cuando fueron los cruzado a Jerusalén en España ya hacía tiempo que se consumía. Centroeuropa debe mucho a Al Andalus. De justicia es que se reconozca.
Siendo la caña uno de los cultivos que fueron introducidos en América por los Españoles.
Me ha parecido muy interesante el artículo y querría haceros una petición para ir un poquito más allá al respecto: a mi hijo de 6 años le ha detectado caries el dentista. Come muy pocas golosinas es que ha heredado la mala calidad de los dientes de su familia paterna (en mi caso es todo lo contrario, me han hecho el primer empaste con 45 años….).
Bueno, total, que le han indicado lavarse los dientes con pasta con flúor y además un colutorio también con flúor. Según la dentista le reforzará los dientes, que son débiles pero yo dudo porque había estado leyendo muchos artículos sobre los perjuicios del flúor y lo habíamos desterrado de nuestras pastas de dientes. ¿Podrían aclarar un poco este tema?
Muchísimas gracias. Adoro su revista y elogio su gran labor.
Manuela
Hay una gran diferencia entre azúcar blanca refinada de la élite» que te hace polvo los dientes, las articulaciones y los huesos porque impide que el calcio se adhiera a los huesos y el azúcar de caña integral con el mínimo de perjuicios dentro de este campo.
Personalmente pienso que el mal aliento proviene del consumo de carne en general porque está llena de gusanos» y aunque la cocina los mate los restos que queden en la boca vuelven a generarlos y esto propicia determinados bacterias o lo que sea que causan el mal aliento.