Uno de los primeros recuerdos que conservo es de cuando tenía unos dos años. En él estoy recogiendo conchas junto a mi abuela, los dos sentados frente a la playa del pueblo donde solíamos pasar los veranos con toda la familia. Es un destello del pasado que siempre me provoca una gran ternura, pues refleja una época especialmente feliz de mi infancia, sobre todo porque mi abuela aparece alegre y libre de la enfermedad que años después la dejaría postrada en el sillón.
Pero hace unos cuantos años descubrí, para mi sorpresa, que eso no era real. Al parecer, la primera vez que fui con mi abuela a la playa tenía cuatro años y por aquel entonces ella ya tenía problemas de movilidad (padecía artrosis). Es decir, que el que creía que era mi primer recuerdo de la infancia, en realidad me lo había inventado.
Y lo curioso es que esto no es tan extraño como podría parecer. De hecho, algunas investigaciones estiman que 4 de cada 10 personas inventan su primer recuerdo. (1)
¿Por qué ocurre esto?
Parte del responsable es nuestro cerebro, que no es capaz de almacenar información hasta al menos cumplidos los dos años de edad. La explicación está en que a edades más tempranas el cerebro se encuentra en su fase de máximo desarrollo y está creando constantemente nuevas células. Y ello hace que las conexiones neuronales se vean interrumpidas a menudo, lo que impide almacenar la información a largo plazo.
Por esta razón, aunque sí es posible que los menores de dos años puedan generar recuerdos, lo más probable es que estos no se conserven en el tiempo. Ese es el principal motivo por el que numerosos estudios sugieren que, si alguien cree recordar un evento vivido antes de los 2 años de edad, es muy probable que no sea real. (2)
Entonces, ¿de dónde procede ese primer recuerdo que guardamos como un tesoro?
Junto a la explicación más biológica de por qué existen estos falsos recuerdos, hay otra razón inherente a la condición humana. Y es que nuestra propia existencia y concepción como seres humanos depende de que exista una narrativa coherente y fija. (1)
Dicho de otro modo, que para poder tener una percepción completa de nosotros mismos y de nuestra existencia necesitamos vernos dentro de un escenario más completo. Necesitamos sentir que formamos parte de algo más grande. Y si en esos primeros recuerdos no hay suficiente información que nos permita tener esa imagen completa, inventamos los detalles a partir de otros momentos vividos más recientemente o a historias que hemos oído de otras personas.
Esta teoría confirma la de otros estudios que señalan que, de niños, resulta mucho más fácil crear una falsa memoria a partir de secuencias o imágenes que se han visto en la televisión o en una revista, por ejemplo. Aunque también se han dado casos entre adultos que tienen una gran capacidad de abstracción; por ejemplo, aquellos que mientras están leyendo un libro están tan concentrados que llegan a olvidar lo que ocurre a su alrededor. (3)
En la capacidad de crear falsos recuerdos también interviene el llamado “monitoreo de fuente”. Según este concepto cada vez que un pensamiento nos viene a la mente nuestro cerebro debe tomar una decisión inmediata y determinar entre si ese pensamiento es de algo que hemos experimentado de verdad (nos ocurrió realmente a nosotros), si lo hemos imaginado en otra ocasión, o si simplemente nos han hablado de ello otras personas. (4)
Por regla general somos capaces de identificar correctamente de dónde provienen esas experiencias y si efectivamente las hemos vivido o no. Pero a veces nuestro cerebro se equivoca. Y en esa equivocación intervienen las emociones que lleva asociado ese fragmento del pasado (ya sea propio o de otra persona).
Por ejemplo, cuando el recuerdo real pertenece a algún primo que disfrutaba de la compañía de su abuela mientras recogía conchas en la playa. Al rememorar ese hecho mi primo siempre se emocionaba, y precisamente por eso hablaba a menudo de ello, por lo que al final yo acabé asociándolo a mi propia historia vital. ¿Quién no quiere recordar algo agradable de sus seres queridos?
A eso se añade un último detalle de lo más interesante. Al igual que ocurre cuando contamos la misma historia varias veces, pero ninguna de ellas es exactamente igual que la anterior (añadimos nuevos detalles o suprimimos partes que creemos que no van a interesar a nuestra audiencia), un recuerdo es igual de maleable cada vez que lo traemos al presente.
Y es que al hacerlo se activa una red neuronal del cerebro, que se está modificando constantemente, y cada recuerdo sufre pequeños cambios debido a varios factores: nuestro estado de ánimo, el conocimiento que hemos adquirido desde la última vez que lo recordamos o las personas con las que estamos en el momento en el que volvemos a evocar ese hecho del pasado, entre otros.
Pero en ocasiones un evento de nuestra infancia no evoca alegría, sino desagrado. Y a veces el rechazo es tan grande que llega a condicionar nuestra forma de ser y de actuar, incluso a una edad adulta. Por ejemplo, ¿le ocurre que detesta algún alimento porque conserva un mal recuerdo de la primera vez que lo comió de niño?
Esa mala experiencia puede afectar tanto a nuestro subconsciente que ya de adultos vamos a seguir rechazando ese alimento, cuyo sabor nos resulta desagradable por las malas vivencias que lleva asociado.
Pero lo más curioso, y peligroso, es que ese comportamiento puede ser inducido por otra persona. De hecho, algunos estudios en el campo de la psicología han confirmado que es bastante fácil inducir recuerdos falsos en personas que en realidad nunca experimentaron esa vivencia.
Así ocurrió con un experimento llevado a cabo con 180 voluntarios y cuyo objetivo era, por medio de técnicas de recuperación de la memoria (hipnotismo, relajación, visualizaciones guiadas, escritura automática…) y sucesivas entrevistas, crear el recuerdo de que de pequeños se pusieron muy enfermos después de haber comido ensalada con huevo. Pues bien, aunque se trataba de un hecho inventado, no solo se consiguió que algunos voluntarios (la minoría) creyeran que aquello ocurrió de verdad, sino que evitaran esa comida en concreto, incluso cuatro meses después de que finalizara el estudio. (5)
Junto a este curioso ejemplo existen otros casos más terribles. Por ejemplo, el del experimento realizado en la University College de London (Reino Unido) en el que, siguiendo las mismas técnicas que el estudio anterior, el 70% de los participantes acabó creyendo que de joven había cometido un crimen. Y en algunos casos ese recuerdo inducido llegó a ser tan real que eran capaces de dar descripciones muy concretas de las personas que estaban con ellos cuando tuvo lugar el suceso, como los agentes de policía que los interrogaron. (6)
Con estos experimentos, además de ser moralmente cuestionables, existe cierta controversia en torno a las técnicas para recuperar la memoria que se emplean. Son herramientas propias de la psicología para confirmar, por ejemplo, si un paciente sufrió algún tipo de abuso durante su infancia y cuyo recuerdo acabó reprimiendo. Lo que ocurre es que últimamente se tiende a dudar de sus resultados, ya que estas pruebas suelen basarse en identificar diferentes síntomas a partir de una lista tan larga que prácticamente todos los que se someten a ellas reciben el “diagnóstico” de que sí sufrieron abusos. (7)
Y por si esto fuera poco, no existe manera científica de demostrar que esos recuerdos no son reales. Así, someter a una persona a un escáner cerebral no serviría de nada, pues el resultado va a ser el mismo ya se trate de un hecho real o inducido.
Este inconveniente preocupa especialmente desde un punto de vista legal, ya que existen infinidad de casos de personas que han sido injustamente acusadas de crímenes que no cometieron solo porque un testigo que decía haberles visto en el lugar del crimen ofreció una ingente cantidad de detalles del sospechoso. Sin embargo, la mayoría de esos detalles habían sido inventados por su cerebro a partir de los interrogatorios a los que le había sometido la policía que investigaba ese hecho.
Este conocimiento sobre lo fácil que es inducir falsos recuerdos ha llevado a que se estudien nuevas maneras de realizar los interrogatorios policiales, en ocasiones demasiado sugestivos. De hecho, ya existen sociedades como la British False Memory Society para investigar los casos de personas erróneamente condenadas por los falsos recuerdos de los testigos. (8)
Tal vez la lectura de este texto le haya inquietado y ahora se esté preguntando si quizás ese primer recuerdo que atesora no es más que un producto de su imaginación o incluso si en realidad le ocurrió a otra persona cercana y usted acabó apropiándose de él sin ser consciente de ello.
Para salir de dudas no hay nada más fácil que acudir a las pruebas tangibles de ese hecho. Lo más sencillo es preguntar a algún familiar que estuviera presente en ese hipotético momento, y mejor si existen grabaciones o fotografías que puedan corroborar lo que usted cree que vivió… Lo malo es que en ocasiones esa vivencia no ha sido grabada o fotografiada.
Si ese es su caso, intente prestar atención a los detalles que puedan resultar incongruentes. Por ejemplo, si la ropa que lleva o los objetos que ve en su recuerdo no corresponden a la época en que teóricamente tuvo lugar.
Esto no siempre es fácil, pues esos primeros recuerdos se caracterizan por ser muy borrosos y difusos en cuanto a detalles, pero precisamente ese es el mejor truco para descubrir la verdad: si se trata de una imagen muy vívida, casi tangible y llena de detalles, es muy probable que sea falsa.
Lo normal es que sean recuerdos fragmentados y borrosos debido a esa incapacidad del cerebro de conservar la información a largo plazo al encontrarse en pleno desarrollo.
No obstante, si no es capaz de desvelar el misterio y se queda con la duda de si es real, o incluso en el caso de que tenga la confirmación de que se lo ha inventado, eso no debe afectarle. No debe pensar que ha traicionado a esas personas que formaron parte de su infancia al meterlas en un recuerdo falso.
En mi caso, por ejemplo, sigo rememorando ese momento vivido con mi abuela en la costa y me sigue provocando una gran ternura y felicidad poder evocarlo, aun sabiendo que no ocurrió de verdad.
Y eso es lo que realmente cuenta.
Fuentes:
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El texto me ha dejado ?
El que yo tengo como mi primer recuerdo, es también sobre mi abuela. Recuerdo una cama que me llegaba a la nariz y a ella dándome un trozo del bistec que comía. Yo nací a finales de junio de 1960, mi abuela murió a mediados de mayo de 1963, por lo tanto ni había cumplido los 3 años. Yo he pensado que tal vez fue la última vez que la vi y por eso este flash.