¿No tiene a veces la sensación de que cuidarse es agotador?
Le doy solo unos datos.
Según algunos estudios, cada día hay que caminar un mínimo de 7.500 pasos (e interesa hacerlo de esta manera) y comer una buena cantidad de frutas y verduras (mejor si no falta esta fruta en concreto).
También es bueno realizar actividades que estimulen el cerebro para retrasar el deterioro cognitivo, darse “baños de bosque” para mejorar el estado de ánimo (pinche en este enlace para leer más sobre el tema) y meditar para alejar el estrés (incluso existen técnicas que apenas requieren unos minutos, como la que se indica aquí).
Pero estos son solo algunos ejemplos. ¡La lista de “deberes” puede llegar a ser interminable!
Y por eso en una sociedad como la nuestra, en la que se nos impulsa constantemente a dar más de nosotros mismos y a esforzarnos siempre un poco más, cuidarse también puede terminar convirtiéndose en un problema.
En primer lugar, la presión por seguir cada uno de esos buenos consejos puede hacer que nos sintamos aún más estresados cuando nuestra única intención era ganar en salud.
E incluso puede hacernos sentir culpables por no cuidarnos lo suficiente.
Por eso lo que hoy quiero decirle es que tiene razón si cree que de vez en cuando necesita tomarse un respiro. Y, por supuesto, que no debe martirizarse a usted mismo por pensar así.
Aunque no cumpla con todos y cada uno de los objetivos que se había marcado para el día o para la semana, debe pensar que cada medida que haya tomado cuenta. En lugar de enfocarse en que no lo está “haciendo bien”, vea el lado positivo.
Por ejemplo, si en vez de la hora y media de ejercicio que se recomienda practicar a la semana usted “solo” puede practicarlo durante 1 hora, borre el “solo” de la ecuación. Al fin y al cabo, es 1 hora que se ha mantenido activo, ayudando a alejar el sedentarismo. ¡Por supuesto eso es mejor que nada!
Y si ve que no le va a dar tiempo a llegar al mercado o a esa tienda de productos frescos y ecológicos que tanto le gusta antes de que eche el cierre, no se agobie. ¡En ese caso será peor el remedio que la enfermedad!
Mejor: ¿por qué no planifica su próxima visita y aprovecha ese tiempo libre que acaba de ganar para relajarse y recargar energías, incluso meditando unos minutos?
Se trata de que valore cada paso que da en el cuidado de su salud como se merece, por pequeño que pueda parecerle dentro de esa interminable lista de buenos hábitos saludables que todos tenemos por delante.
No es la primera vez que menciono la importancia de valorar las particularidades de cada persona.
Así ocurre, por ejemplo, con el ejercicio. A la hora de elegir una actividad física no vale la misma para una persona de 20 ó de 80 años, pero la elección también depende de si se padece alguna patología crónica y de las preferencias de cada uno.
Pues bien, con el cuidado de la salud sucede lo mismo.
A veces, bien por motivos de trabajo, bien porque debemos atender otros compromisos y obligaciones, no disponemos del tiempo necesario para centrarnos en nuestra salud con toda la dedicación que nos gustaría.
Otras veces depende de los medios e infraestructuras que tenemos a nuestro alcance. Por ejemplo, no todo el mundo tiene cerca de su hogar algún mercado o tienda especializada en productos ecológicos para preparar recetas repletas de nutrientes, ni un huerto propio en el que cultivar verduras.
Por supuesto, estas medidas son fabulosas para la salud… Pero no si las circunstancias particulares hacen que, para conseguirlas, uno tenga que ir corriendo de un lado a otro, con la agenda bien a mano para recordar todo lo que debe hacer.
Eso solo va a conseguir que haga acto de presencia ese gran enemigo de la salud tan presente en nuestra sociedad: el estrés.
Él puede ser el responsable de que ese deseo por cuidarse, por paradójico que resulte, ponga en riesgo nuestra propia salud.
Por ello, si un día se siente desbordado, respire hondo y deje de pensar en lo que “debe” hacer para centrarse en lo que le “apetece” hacer hoy.
Por ejemplo, relájese, descanse y disfrute de un buen libro acompañado de una tisana caliente o incluso de una copa de vino. ¡Y es que el propio hecho de pararse a escucharse a uno mismo es también una fantástica forma de cuidarse!
Usted ¿qué opina? ¿Se ha visto reflejado alguna vez en una situación similar? O ¿tal vez le ha recordado a algún familiar o allegado? Si es el caso, le animo a reenviarle directamente este e-mail para hacerle reflexionar sobre la importancia de cuidarse… ¡escuchándose!
¡A su salud!
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