Le voy a contar una historia real que le podrá leer a sus hijos o nietos. Quizá así podrá evitar que un día tengan un desafortunado accidente. Esta historia nos recordará también a nosotros, los adultos, lo preciosa y frágil que es la vida.
«Ahí estoy, flotando en el agua, boca abajo, incapaz de girar la cabeza para respirar. Siento cómo me lleva la corriente suavemente y no me puedo dar la vuelta para gritar. Las piernas no me responden. Intento nadar, pero mis brazos están inmóviles. Espero que mi padre se dé cuenta de que algo va mal. Está a tan sólo unos metros. Pero no se entera de nada. Cuando yo era pequeño, solía jugar a hacerme el muerto en el agua para asustar a los demás.
Con un esfuerzo sobrehumano, consigo por fin girar levemente la cara. Mis labios salen del agua durante una fracción de segundo, lo suficiente para que mi padre me haya oído murmurar «¡Socorro!».
Éste fue mi primer golpe de suerte tras haberme roto el cuello ante unas treinta personas. Me había pasado la tarde saltando al río desde las rocas, cada vez con más valentía, más fascinación, a menudo solo y libre. Tenía 26 años. Nunca había tenido un accidente. Ese año el río estaba especialmente caudaloso por el deshielo. Se habían formado piscinas profundas, cavadas en el granito, cada una con su misterio, que las hacía extrañamente atractivas. A estos hoyos de agua los llamábamos marmitas. Sin embargo, igual que los accidentes de coche se suelen tener cerca de casa, yo fallé el salto en el lugar que mejor conocía, al lado de donde mi familia y amigos estaban de picnic.
Mi padre se tiró al agua y me sacó la cabeza a flote. Con la ayuda de un amigo, me sacaron del río y me pusieron de pie. Es un milagro, pensaba, puedo tenerme en pie. Pero no conseguía mover los brazos. Pensaba que se me habían roto. No me dolía el cuello. No tenía ni idea de lo que me había pasado y pensaba volver a casa para descansar un rato y recuperarme.
Afortunadamente, me encontraba con personas más sensatas. Una llamó a la ambulancia y otra, que tenía un diploma de socorrista, me tumbó en el suelo y me dijo que seguramente tenía un traumatismo neurológico. Llegó la ambulancia y me llevó en 45 minutos al hospital del valle. Me hicieron una radiografía de las manos, que las tenía destrozadas y, por si acaso, del cuello. Las imágenes revelaron que en las manos no me había hecho absolutamente nada. En cambio, la quinta vértebra cervical había estallado, comprimiendo la médula espinal, lo que provocó una hemorragia.
Un neurólogo me explicó más tarde que tenía el canal raquídeo más ancho que la media, lo cual dejaba aún espacio a la médula espinal a pesar del accidente. Las raíces nerviosas que salen de esta vértebra son las que controlan las manos, y por eso me daba la impresión de tener los brazos rotos y no podía moverlos.
El médico decidió darme cortisona por vía intravenosa para disminuir la inflamación y minimizar los daños en la médula espinal. A continuación, me dio a elegir entre sustituir mediante cirugía la vértebra aplastada por un disco de titanio, o colocar un collarín fijado a los hombros para inmovilizar la cabeza durante tres meses, el tiempo que tarda el hueso en curarse.
Escogí la opción del collarín para evitar los riesgos de la cirugía. Fueron tres meses muy duros. Me pasaba las 24 horas del día con un aro de fibra de carbono fijado a la cabeza, sujeto por cuatro barras rígidas atadas a la chaqueta. No podía dormir boca arriba ni ducharme.
Pronto me pude volver a levantar. Mi siguiente triunfo fue poder ir solo al baño. Con mucho cuidado, logré volver a andar. Podía saludar y conseguí firmar documentos con una caligrafía digna de un alumno de párvulos. Me atiborraban de analgésicos que me sumían todo el día en un plácido duermevela. Por la noche, perdía la lucidez y me encontraba con el río, otro río aún más fantástico. Iba a bañarme, pero era incapaz de salir a la superficie. Descubrí que podía respirar bajo el agua. Tras varias semanas, los médicos me mandaron a casa y empezó la espera.
Al cabo de tres meses me quitaron el collarín, que me dejó unas cicatrices muy profundas y el cuello atrofiado.
Han pasado tres años ya y aún no he podido recuperar los músculos ni la amplitud de movimientos. Sé que voy a tener que convivir con un “talón de Aquiles” en alguna parte de la mandíbula.
El dolor fantasma que invadía mis manos ha ido desapareciendo lentamente, al igual que lo hicieron los botes de analgésicos. Si estoy mucho tiempo boca arriba, los dedos se me vuelven a paralizar.
Pero estoy feliz. Casi me quedo parapléjico, tetrapléjico o me muero ahogado. ¡Tuve mucha suerte! Si usted tiene un cuerpo que funciona y no le duele, recuerde que basta un segundo para destruir esta maravilla para siempre».
Ésta es la verdadera historia de lo que le ocurrió a un joven americano, Wesley Dodson. (1)
Le agradecemos que la haya querido compartir. Y esperamos que nos haga a todos un poco más prudentes.
¿Ha vivido usted alguna experiencia que le ha hecho cambiar su forma de actuar y de ver la vida? Si es así le invito a compartirla con el resto de lectores de www.saludnutricionbienestar.com haciendo un comentario un poco más abajo.
Fuentes:
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Un día después de tener una operación de cáncer de colon, estaba en casa de baja laboral, y en recuperación, me caí desde una altura de casi 3 metros, me partí el cráneo, las costillas y el coxis. Una persona acababa de entrar en casa, llamo a todos los vecinos y autoridades del pueblo, me llevaron a un hospital, en donde estuve 10 días inconsciente. Luego me cambiaron de hospital en donde me diagnosticaron un tratamiento de estar en cama de unos 6 meses más.
no se de donde DIOS me dio fuerzas, en 40 días estaba en casa viviendo solo, y he entendido que la vida es un regalo de DIOS, y como regalo de DIOS, solo la podemos vivir en su camino, si nos salimos de esta camino marcado por DIOS, nos equivocamos, y perdemos el rumbo que DIOS nos dio, por todo tenemos que ser agradecidos, y pensar que A DIOS le pertenecemos y solo EL nos dará felicidad, en esta vida y en mañana, que sepamos ver su LUZ
Estimado señor Dupuis:
Soy una mujer de 51 años y desde los 27 sufro de una enfermedad que se llama liquen escleroatrófico vulvar, recuerdo que me brotó de la noche a la mañana y los médicos tardaron años en diagnosticarlo, ya que siempre me decían que era una dermatitis.
A día de hoy y después de haber probado unos cuantos tratamientos, con homeopatía, cortisonas etc., he encontrado el mejor remedio en el tacrolimus y lavados con tomillo y caléndula, aunque la enfermedad no desaparece nunca y según parece es crónica, no se cura.
Es una enfermedad que sufrimos en silencio muchísimas mujeres, y que nos limita y afecta en las relaciones sexuales y en el ánimo.
Me gustaría mucho que nos hablara a cerca de esta enfermedad, de sus causas y tratamiento y si es posible su curación. Mil gracias. Marian
Parece que no se puede comentar nada en el resto de artículos así que lo pondré aquí. Si me lo quieren publicar muy bien y si no pues nada.
Los 4 últimos años me estado vacunando contra la gripe y no he cogido ni un constipado. Es decir algo realmente efectivo. Otros años, antes de vacunarme, empezaba mi tratamiento natural a partir de finales de Septiembre hasta casi Marzo con complementos de Echinacea, Propoleo y todas esas mandangas sacadineros de herbolario y como era de esperar no me hizo absolutamente nada y seguía cogiendo gripes, catarros y de todo.
Un año que deje de vacunarme y solo tomaba estas historias cogía gripe. 2 en todo el invierno. Desde que me vacuno hace 4 años ni un resfriado y la gripe ha desaparecido por completo y encima GRATIS.
En fin, no se que me podréis decir a este respecto pero vamos, si no tuviésemos la medicina que tenemos en la seguridad social nos iban a sacar las muelas con tenazas y sin anestesia, así que no nos quejemos tanto de las cosas que son realmente efectivas y de los avances.
De estas perlas de la salud natural tengo un montón que me han pasado con el tema de los complementos dietéticos y herbolarios que por cierto, siempre he estado con problemas y hecho polvo hasta que deje de tomar estas cosas naturales, no solo recupere la cordura, sino también el bolsillo.
Ahora no tomo nada de herbolario y no es que este mejor pero tampoco estoy peor, de hecho estoy muy bien y encima me ahorro unos 120 euros mensuales que es lo que me solía gastar yo en estos placebos de dudosa efectividad.
En fin, camelos y caramelos siempre ha habido. Allí donde halla un primo siempre hay alguien más listo para engañarle y estafarle.
Por mis experiencias en la medicina natural y de mucha gente que he conocido y ha sido usuario de esta medicina, que no se porque pero siempre estaban con problemas de salud a pesar de todo lo que tomábamos, me tirado años haciendo el primo comprando cosas de herbolario y jamás he notado mejoría para mis dolencias. NUNCA. Ha sido un derroche de dinero embaucado por los propios herboristas que prometían milagros con productos inocuos y totalmente fuera de la lógica.
Escuchando a buenos o a supuestos buenos médicos naturistas sin formación universitaria, embaucadores que lo único que les importa es su negocio y la pela, que aquí el que sabe de medicina es el médico que para eso es médico y no fontanero o contable. A si que yo al menos y otras personas también de mi entorno, hemos perdido por completo la fe en esta medicina natural, si es que se le puede llamar así.
Cuando lo vives en tus propias carnes no veas como te cambia el chip. Antes era un defensor absoluto de esta medicina. Ahora puedo ser su mayor crítico y detractor ya que hasta que no lo compruebas y se demuestra en uno mismo, en el cuerpo y la mente de uno mismo, no abres los ojos y no te convences del todo de que estas historias poco mas que placebo.
Os animo a los que vais de alternativos y de naturales por la vida, a despertar del engaño placido pero caro sueño de la medicina natural. Os aseguro que vais a ganar en salud.
Estaba veraneando en la Antilla (Huelva) cuando nadando me fui hacia un sitio en que no daba con el pie en tierra, rodeada de gente en el agua, Vino mi hija, se apoyo en mi hombro y me hundí y fue cuando me di cuenta de que no tocaba suelo, tragué agua y estuve apunto de ahogarme, rodeada de gente…
A no ser por mi hijo, que me vio en apuros, me cogió del culete, me empujo y pude salir. Lo recuerdo con pánico, ya si no doy pie no me meto. La gente de mi alrededor pensaba que jugaba…