La incidencia de la diabetes aumenta por todas partes y es uno de los problemas sanitarios más graves de nuestro tiempo. No tiene más que mirar a su alrededor; según las estadísticas, de cada diez personas que usted conoce, al menos una ya la sufre.
Escalofriante, ¿verdad?
Y, según las proyecciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la diabetes será la séptima causa de mortalidad en 2030.
Quizá usted hoy no la sufra, ni le preocupe. Pero hace mal. Si no cambia ciertos hábitos hoy, pasará a engrosar las estadísticas en poco tiempo.
Por eso este mensaje va dirigido tanto a los que ya tienen un diagnóstico de diabetes como a los que simplemente tienen alto el azúcar. Pero también a los que hoy no ven en la diabetes un problema pero a la vuelta de algunos años pueden encontrase inmersos en él.
Porque todos están a tiempo de actuar.
La diabetes de tipo 2 es esa enfermedad en la que el cuerpo es incapaz de utilizar eficazmente la insulina. E incluso en ausencia de síntomas, conlleva lesiones en múltiples tejidos, con daños especialmente sensibles en los pequeños vasos de la retina, los riñones y los nervios periféricos. Por ello, la diabetes es una de las principales causas de ceguera, amputación de los miembros inferiores y enfermedad renal terminal. Además, conlleva un importante riesgo de enfermedades cardiovasculares, tanto por sí misma como por su asociación a otros factores de riesgo.
Se supone que cada vez estamos más concienciados sobre cómo alimentarnos mejor y, sin embargo, en sólo una década la prevalencia de personas con índice de masa corporal superior al aconsejado ha aumentado un 8%; el porcentaje de personas que declara haber recibido un diagnóstico de hipertensión arterial ha pasado del 11,9 al 24,9%; las cifras para la hipercolesterolemia del 9,5% al 18,4% y las personas que han recibido el diagnóstico de diabetes del 4,7% al 7,3%.
¿Qué es lo que está pasando?
Por arrojar un poco de luz, veamos qué es lo que nos están recomendando comer. La Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (Aesan) publicó unas recomendaciones genéricas resumidas en su famosa “Pirámide NAOS” en cuya base destaca que hay que tomar a diario, y además varias veces, arroz, pastas y patatas (además de verduras, hortalizas, frutas, lácteos y aceite de oliva). E insisten en no dejar de tomar cada día productos elaborados con cereales, especialmente pan.
Como ve, pan y patatas.
Con esto es con lo que las autoridades sanitarias han decidido mantenerle a usted en forma. Sin duda, a quienes no estén familiarizados con las cuestiones de nutrición la promesa podría parecerles razonable. Después de todo, ¿acaso los cereales no son presentados continuamente por la industria agroalimentaria como alimentos sanos? ¿Y los dietistas no aseguran a coro que lo que engorda no es el pan sino lo que le ponemos encima? ¿Y la patata no es una hortaliza “rica en glúcidos complejos”?
La verdad es que estos alimentos no supondrían ningún peligro para usted si corriera el equivalente a una maratón cada semana. Pero si ese no es su caso, y sigue las recomendaciones oficiales, es decir, que la mayoría de las calorías que ingiera cada día provengan del pan, las pastas y las patatas, es posible que tarde o temprano se una al multitudinario censo de diabéticos y prediabéticos.
¿Podemos confiar en las autoridades sanitarias cuando nos lanzan mensajes con recomendaciones respecto a qué tenemos que comer para, al parecer, ayudarnos a tener un mejor estado de salud? A la vista de las cifras de “damnificados”, la respuesta es sencilla: no, no nos podemos fiar.
Para la mayoría de la gente, el desayuno se compone de pan blanco o bollería, cereales, mermelada y mantequilla para untar en el pan y zumo. Los tentempiés se hacen con galletas, pasteles, tortas de arroz inflado, barritas de cereales, chocolate con leche y productos fritos envasados. En la comida y en la cena también se come pan, y por supuesto pastas, arroz, pizzas, a veces sándwiches y patatas… muchas patatas, fritas o en todas las formas posibles.
Muchos especialistas siguen creyendo que alimentos como el pan o las patatas son azúcares “lentos” que liberan gradualmente su energía. Nada más lejos de la realidad. Estos alimentos poseen en general una carga glucémica elevada, es decir, liberan una cantidad importante de glucosa (azúcar puro) en la sangre en un lapso de tiempo corto.
Todos estos alimentos nos inundan de glucosa. Para transportar este nivel anormalmente alto de azúcar en sangre dentro de las células, el páncreas segrega insulina en una cantidad proporcionalmente acorde con los niveles de azúcar en sangre; es decir, se incrementa notablemente la secreción de esta hormona, con lo que se hace trabajar excesivamente al páncreas.
Si se sigue una dieta de este tipo durante treinta o cuarenta años y además se hace una vida sedentaria (lo que le ocurre a la mayor parte de la población), el sistema acaba por saturarse, simplemente porque no estamos equipados genéticamente para hacer frente a este exceso de azúcar en sangre.
Las células acaban volviéndose resistentes a las instrucciones de la insulina. El páncreas reacciona produciendo aún más insulina para hacer pasar el azúcar a las células. Finalmente acaba por agotarse y deja de producir suficiente insulina. El azúcar en sangre se mantiene alto de forma persistente: ha llegado la diabetes. Diez años después del inicio de la diabetes, la mitad de los enfermos tienen necesidad de seguir un tratamiento con insulina.
En España la situación pronto estará fuera de control. De hecho, 6,5 millones de personas sufren diabetes. ¡Y las previsiones apuntan a un aumento de casi el 55% en dos décadas!
La buena noticia –porque la hay– es que este proceso se puede revertir. Igual que se ha conducido al cuerpo a la diabetes, se le puede ayudar a salir de ella.
Como el tema es lo suficientemente serio, y la solución está tan al alcance de la mano, hemos elaborado un informe especial destinado exactamente a eso: a vencer la diabetes a través de la alimentación. ¡La diabetes sólo podrá salirse con la suya si usted le deja!
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