Una triste historia sobre el envejecimiento y la falta de conciencia de los propios límites que se ve en muchos conductores mayores.
Hay historias que a priori parecen graciosas pero que, por el duro trasfondo que ocultan, dejan un poso de tristeza.
Esto es lo que sucede con la historia que contó el otro día un amigo, sobre un día que le robó las llaves del coche a su padre antes de salir corriendo de casa.
Con semejante punto de partida, todos los que le escuchábamos esperábamos expectantes que nos contara una anécdota divertida.
Sin embargo, la historia de mi amigo no sucedió hace 30 años, siendo él un adolescente. Ni lo hizo para escaparse de fin de semana con alguna antigua novia.
Sucedió hace apenas unos meses. Y si le quitó las llaves a su padre fue para evitar que tuviese un accidente y, quizá, perdiese la vida en la carretera.
Ya no suena tan divertido, ¿verdad?
Sin embargo, las personas que están demasiado mayores para conducir y no son conscientes del peligro que ello supone son una realidad de la que es muy necesario hablar.
En muchas casas hay personas de avanzada edad que siguen conduciendo.
Para ellas supone mantener su autonomía y, todo hay que decirlo, muchas veces para el resto de la familia implica una comodidad enorme.
No hay que ir a recogerlos ni a llevarlos. Muchas veces incluso son ellos los que nos hacen el favor de recogernos a nosotros, a los niños…
Sin embargo, en ocasiones hay señales de alarma que están ahí. Solo hay que querer verlas.
Eso fue lo que le sucedió a mi amigo, cuando un día reparó en los rasguños y abolladuras que tenía el coche de su padre.
La siguiente vez que fue a visitarle, buscó una excusa para que le llevase en el vehículo a hacer un recado. Quería comprobar hasta dónde llegaba el problema.
Y lamentablemente lo vio más que claro.
La rigidez de las articulaciones de sus brazos y sus hombros dificultaban que pudiese girar el volante.
Tenía problemas para ver y por eso conducía despacio, para que le diese tiempo a frenar en los semáforos o en los pasos de peatones.
Apenas giraba la cabeza.
De hecho, no se interesaba en absoluto por lo que ocurría a la derecha o a la izquierda de la carretera. Solo miraba fijamente al frente, a los semáforos y a las señales, en completa tensión.
Incluso se le veía asustado, pese a tratarse de un trayecto que sabía de memoria.
“¡Cómo pude tardar tanto en darme cuenta!”, se lamentaba mi amigo.
El protagonista de esta historia, el padre de mi colega, goza de buena salud para su edad. Esa no es la cuestión.
Además, siempre fue un conductor prudente y jamás sufrió un accidente. Pero ese tampoco es el tema que nos ocupa aquí.
El hecho es que las funciones cognitivas y musculares necesarias para conducir se van deteriorando con el tiempo en todo el mundo -y a partir de una edad mucho más temprana de lo que pensamos-:
Y naturalmente el consumo de alcohol y de ciertos medicamentos, entre otros factores, comprometen todavía más el estado de alerta necesario para la conducción.
Y con observación no pretendo señalar a nadie con el dedo, sino simplemente hacer una consideración objetiva acerca del envejecimiento que, antes o después, nos va a llegar a todos.
Ahora bien, si es algo tan obvio, ¿por qué nos cuesta tanto reaccionar ante el hecho de que nuestros seres queridos se hagan mayores, como le sucedió a mi amigo?
Los cambios que hemos descrito ocurren tan gradualmente que uno ni los percibe. Además, lo habitual es que la persona vaya adaptando ciertos hábitos a medida que sus habilidades disminuyen.
En el caso de la conducción, por ejemplo, eso se traduce en ir más despacio, en evitar los trayectos nocturnos porque la vista se resiente…
El problema tiene que ser muy grave para que alguien tome cartas en el asunto motu proprio. Es decir, para que llegue a soltar el volante para siempre por decisión personal (como en su día hizo mi madre, por ejemplo).
Por eso no es raro que suceda lo que le ocurrió a mi amigo: que uno se vea en la tesitura de tener que “prohibir” a una persona demasiado mayor coger el coche. Y que, por supuesto, su respuesta sea de rechazo, al menos en un primer momento.
Es por eso que, ante esa situación, uno pasa a convertirse en el peor hijo posible de la noche a la mañana.
“¡Quieres deshacerte de mí!”, estalló el hombre cuando se dio cuenta de por qué mi amigo le había quitado las llaves del coche.
Le recordó que nunca había tenido un accidente. Que no sufría importantes problemas de salud.
Todo eso era cierto.
Que no hacía mucho le habían renovado el carnet por nada menos que ¡cinco años!
Y eso también lo era.
Mi amigo tenía muy mala conciencia porque era consciente de lo que cambiaría la vida de su padre, viudo desde hacía años, si le obligaban a desplazarse en autobús o a coger un taxi cada vez que quisiera salir de casa. Y es que, a pesar de gozar de un buen estado de salud, no caminaba muy bien.
Se imaginó en su lugar. Y comprendió que insinuarle que ya no podía conducir era similar a decirle que no servía para nada.
Sin embargo, a su alrededor todo el mundo le daba la razón. La familia, el propio médico de su padre… Todos coincidían: lo mejor era, sin duda, que el anciano dejase de conducir.
El problema es que quizá no debería tocar a mi amigo el “prohibir” a su padre hacerlo…
En España no hay límite de edad para renovar el carnet de conducir. De hecho, antes se requería pasar el psicotécnico cada 2 años a partir de los 65, cuando ahora es solamente cada 5.
Más del 90% de las personas que superan esa edad cuentan con un “apto pero con restricciones” en los reconocimientos médicos. (2)
Pero solo en los casos más graves se incluye, por ejemplo, un límite máximo en el radio de la conducción, limitándola a 10, 25 ó 50 km a la redonda, para evitar que la persona entre en una autopista o en otra zona de mayor riesgo.
Y cuando uno empieza a suponer un auténtico peligro público se espera que la Guardia Civil se haga cargo de la situación, retirando el carnet a la persona.
No me diga que esta no es una forma incluso más traumática de dejar de conducir…
Y usted, ¿qué opina?
No tengo soluciones para esta cuestión. Ni siquiera tengo del todo claro qué medidas habría que adoptar en estos casos.
Pero lo que sí sé es que es un debate que antes o después tendremos que abordar como sociedad, dado que cada vez hay más personas mayores al volante.
Y también sé que hablar de ello con naturalidad y responsabilidad, puede ayudar mucho.
Así que permítame que le pregunte: ¿Se ha enfrentado usted alguna vez a una situación similar con sus padres o algún otro familiar o allegado? ¿Cómo lo resolvió?
Me encantará conocer su historia, para lo que le invito a que deje un comentario más abajo. De ese modo otros lectores podrán beneficiarse de ella.
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Si se consultan las estadísticas de accidentes verán ustedes que la personas mayores son las que tienen menor siniestralidad. Según sus argumentos habría que retirar el carnet de conducir a los hombres entre los 20 y los 30 años.
Hola, lo mejor sería que por Ley, a una edad a determinar (82/3?) o antes en caso de impedimentos físicos/psíquicos graves, se deba depositar definitivamente la licencia de conducir en el registro.
Limitar la zona de conducción a algunos km alrededor de su domicilio para evitar que el conductor mayor se suba a una autopista/autoruta no sirve ya que si se trata de una persona cabezota podría poner en riesgo inútilmente a terceras personas.
Mi opinión es que no se debe retirar el carnet. Uno debe de ser consciente y darse cuenta de cuando no puede ser. Se pueden cumplir muchos años en perfecto estado y la retirada del carnet verdaderamente representa una falta grande de autonomía. Vivimos tiempos en que todo se quiere controlar, caminamos a la alienación como sociedad y eso no esta bien. La vida en si misma tiene riesgos y eso forma parte de ella.
Tengo 72 años y afortunadamente aún puedo conducir con soltura, pero voy percibiendo que estoy perdiendo agudeza visual, lo cual supone un riesgo evidente para mí y el resto de conductores que en un momento dado puedan coincidir conmigo circulando por una carretera.
En mi caso tengo claro, que dejaré de conducir tan pronto perciba un deterioro «incapacitante».
La solución creo que está en que los controles médicos preceptivos para la renovación sean más exigentes para las personas mayores de 65 años. Vengo observando que esos controles psicotécnicos son cada vez más «laxos»: se limitan a una prueba de agudeza visual (eso cuando la hacen) y una entrevista con un «¿médico?» que te hace unas pocas preguntas para rellenar un formulario. Pagas las tasas y se acabó.
Hay demasiados Centros de Reconocimiento autorizados por la DGT, que tengo la impresión que «no cumplen con la normativa al efecto para estos reconocimientos». ¿La DGT inspecciona estos centros? ¿No? Pues podría empezarse por ahí…
Otra idea se me ocurre: Cuando una persona mayor incurra en una infracción, aparte de la correspondiente sanción, automáticamente se le debería exigir pasar un nuevo reconocimiento, pero en una Jefatura de la DGT para que se compruebe si está en condiciones de seguir conduciendo.
Es duro y a mí me va a tocar muy pronto, pero no nos podemos convertir en un peligro para el resto de conductores.
¿Se han visto en una carretera secundaria, en una cola interminable… porque el primer conductor es una persona de edad avanzada que circula a 60 – 70 Km/h en una vía de 90 Km/h? El resto de conductores suele ponerse nervioso y por adelantar en la cola se hacen auténticas barbaridades…
¡Salud, amigo conductor!
Yo creo que obligar o impedir hacer a una persona con todas sus facultades mentales es una falta de respeto, mención aparte del que merecen por el simple hecho de ser mayores. Yo solo haría eso si la persona no está en sus cabales o si supone un peligro serio para el resto. Pero aún así creo que en este caso ya se dará cuenta ella. Desde luego que por dos rasguños y una abolladura no le quitaría las llaves a nadie, también le quitas la libertad. Cada vez llevo peor las prohibiciones, es como si nos trataran a todos de inmaduros. Lo que hay que hacer es educar, pero educar bien.
La DGT debería cambiar la dinámica de renovar carnets a partir de una edad con exámenes rigurosos y controlando de otra manera a los ancianos que solicitan la renovación. A mi padre con 91 años le han renovado por 2 años más , o sea 93… No damos crédito, pero es así y no le puedes decir nada porque se enfada, ya que él no hace nada ilegal pues se encuentra perfectamente… Una pesadilla para la familia …
Fue a un primer centro de reconocimiento médico en el que directamente le dijeron que por edad no se lo hacían… Se fue a un segundo y, aportando analíticas médicas, consiguió el ansiado carnet… Es más, le dijeron que estaba estupendo… Conclusión: La familia o allegados estamos atados de pies y manos mientras no cambie la normativa.