Hoy quiero compartir con usted la curiosa historia de una remota isla al sur de Japón: Okinawa.
Okinawa es la mayor de un archipiélago de 161 islas coralinas y tiene una población de 1.300.000 habitantes. Quizá le suene por el famoso desembarco de las tropas americanas y la posterior batalla contra el ejército japonés durante la Segunda Guerra Mundial, que el cine bélico se ha encargado de inmortalizar.
Pero Okinawa también es famosa por motivos bien distintos: sus habitantes alcanzan los 100 años de edad con relativa facilidad. Y no sólo viven más tiempo que el resto de los japoneses, ya de por sí longevos, sino que además lo hacen disfrutando de una excelente calidad de vida.
Eso es debido a que las grandes enfermedades crónicas de Occidente registran los niveles más bajos del mundo entre los okinawenses, con un 80% menos de ataques cardíacos que los americanos y un 40% menos de cáncer que los europeos. Además, cuando mueren, generalmente no lo hacen víctimas de una enfermedad, sino que, como se dice coloquialmente, “mueren de viejos”.
Estadísticas en mano, con 34 centenarios por cada 100.000 habitantes y un inusual número de personas por encima de los 105 años, podemos decir oficialmente que en Okinawa se encuentra la población más longeva del mundo.
¿A qué se debe este hecho insólito? ¿Han descubierto en la isla el elixir de la eterna juventud? ¿Poseen el cáliz de la inmortalidad?
Ciertamente, que se alcancen esas cotas tan altas de esperanza de vida podría tener una explicación más racional en las conductas saludables de sus habitantes.
Para ellos, la clave para llegar a centenarios reside en el particular estilo de vida que practican, el denominado Hara Hachi Bu . En él promulgan, una dieta sana, actividad física regular y un bajo nivel de estrés (apoyado en la meditación y en las fuertes creencias espirituales), pero sobre todo destaca el precepto de dejar de comer antes de estar completamente saciados.
Pero, ¿qué hay de cierto en esto? ¿Realmente puede hacernos más longevos dejar parte de la comida en el plato?
La respuesta a ésta y otras preguntas las encontrará en el número de diciembre de Salud AlterNatura, en un interesantísimo artículo dedicado a la longevidad, la alimentación y a la relación entre ambas.
Curiosamente no hay que ir hasta Okinawa para escuchar que si uno pretende vivir más tiene que levantarse de la mesa antes de acabar de comer.
Sin ir más lejos, el refranero popular está lleno de referencias de cómo alcanzar la longevidad con buena salud mediante la privación alimentaria:
“Come poco y cena temprano si quieres llegar a anciano”.
“De hambre a nadie vi morir, de mucho comer cien mil”.
“Quien quisiera salud segura, prefiera el hambre a la hartura”.
“Con poca comida se pasa mejor la vida”.
“Quien quiera ser siempre mozo, coma poco”.
Quizá usted mismo los haya oído alguna vez en su propia casa.
Pensará que algo tiene que haber de cierto si mitos, leyendas urbanas e incluso refranes tradicionales inciden en la importancia de privarse de comer para vivir más y mejor. Mi consejo en materia de nutrición y salud es que no crea todo lo se dice, ya que puede ser peligroso o, cuando menos, inútil.
La línea que separa el mito de la realidad es muy fina, y en este caso debería estar marcada por la base científica.
El efecto de la restricción calórica sobre la capacidad de prolongar la esperanza de vida en animales ha sido profusamente investigado desde hace décadas.
No obstante, los resultados de los diferentes estudios son contradictorios entre sí y no permiten concluir si los animales menos alimentados viven más y sufren con menor frecuencia enfermedades ligadas al envejecimiento.
De esta manera, encontramos a favor:
Y, por otro lado, en contra:
A pesar de que los diferentes estudios realizados sobre el tema son concluyentes de manera individual, no permiten establecer científicamente la causalidad entre la restricción calórica y el aumento de la longevidad en animales.
Pero, ¿qué ocurre con el ser humano?
Llegados a este punto, seguro que lo que a usted realmente le interesa es saber si la restricción calórica puede prolongar la duración de la vida en las personas.
Pues bien, los estudios realizados sí nos permiten arrojar algo de luz sobre el mito del Hara Hachi Bu y, en muchos casos, desmontarlo.
Una de las conclusiones a las que llegaron los investigadores es que la restricción calórica implica una disminución del IGF-1, un factor de crecimiento que puede estimular el desarrollo de tejidos cancerígenos y otras patologías y acelerar el envejecimiento.
Precisamente sobre las tasas de IGF-1 se basa otro estudio llevado a cabo sobre 218 individuos y publicado por las revistas Journal of Gerontology: Medical Sciences y Aging Cell. (5) (6)
En este caso, los resultados obtenidos fueron esclarecedores: las tasas de IGF-1 no habían disminuido pasados los dos años de privación alimentaria que duró el experimento.
Otro estudio de la Sociedad de Restricción Calórica corroboró la falta de impacto de una menor ingesta de calorías sobre los niveles de IGF-1. Dicho de otra forma: pasar hambre no garantiza un aumento de la longevidad. (7)
Sin embargo, este estudio sí puso de relieve la relación entre la cantidad de proteínas absorbidas y las tasas de IGF-1. Y es precisamente ahí donde comienza a desvelarse el misterio de cómo vivir más: no hay que comer menos, sino comer mejor.
En el próximo número de Salud AlterNatura encontrará toda la verdad sobre la incidencia de la privación alimentaria en la longevidad del ser humano.
Pero en el ejemplar de diciembre va a poder leer mucha información muy útil para su salud sobre otros interesantes temas. Sólo tiene que suscribirse hoy mismo, y entre otros, podrá leer:
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Fuentes
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