Seguro que recuerda aquel conocido anuncio de un producto de farmacia para las hemorroides que hablaba de sufrirlas en silencio… Si conectó tanto con los espectadores, es porque trataba un tema relacionado con la salud, pero del que no se hablaba.
Ni entonces, ni ahora.
Y este “silencio” va más allá porque las hemorroides es algo que todos tenemos, pero solo una pequeña parte de la población es consciente de ello: las personas que tienen la desgracia de padecerlas.
Las hemorroides forman parte de nuestra anatomía. Se trata de pequeños vasos sanguíneos, llamados “plexos hemorroidales”, situados en la región anal y rectal.
Su función, junto con el esfínter anal, es la de asegurar la continencia fecal para mantener el control del paso de las heces.
El problema es que, bajo ciertas condiciones, estos vasos pueden dilatarse de manera excesiva, lo que desencadena una crisis hemorroidal. Además, esta inflamación puede ir acompañada de dolor, picor e incluso sangrado, sobre todo durante la deposición.
Lo que ocurre es que, por un mal uso del lenguaje, se suele hablar de “hemorroides” solo cuando se sufren estos problemas. Sería lo mismo que decir que uno tiene “nariz” solo cuando padece un resfriado.
Si hasta ahora no había pensado siquiera en la confusión que acompaña a este término, probablemente es porque no ha sufrido con ellas… ¡y eso es una suerte!
Pero si, por el contrario, es bien consciente de que existe esta parte de la anatomía, muy probablemente signifique que sufre (o ha sufrido) con ellas.
Y si este es su caso, tenemos buenas noticias para usted.
El estreñimiento es quizás una de las principales causas de crisis hemorroidal. Con esta afección se produce una excesiva presión sobre las venas de la zona anal, hemorroides incluidas, que terminan por dilatarse.
El sedentarismo o estar sentado durante mucho tiempo, seguir una dieta pobre en fibra, el embarazo (por el peso del feto, que dificulta el retorno venoso) o el propio momento del parto también son factores desencadenantes.
Se estima que las mujeres son más propensas a sufrir crisis hemorroidales antes de cumplir los 50 años. Y que pasada esa edad 1 de cada 2 adultos de ambos sexos las sufre. Esto se debe a que, a medida que envejecemos, el tejido venoso pierde elasticidad, lo que provoca hinchazón en las venas.
Esto se observa tanto en las hemorroides como en el caso de las varices, que también son más frecuentes a medida que se cumplen años.
Las crisis hemorroidales pueden ser internas o externas, dependiendo de los plexos afectados.
Las hemorroides internas se encuentran dentro del recto, por encima del esfínter anal. Por lo general, son invisibles a simple vista y rara vez provocan dolor, ya que esta zona tiene menos terminaciones nerviosas. Sin embargo, pueden causar un sangrado visible al evacuar.
Aunque su mayor riesgo es que pueden prolapsarse. Es decir, que pueden llegar a salir del ano, especialmente cuando son voluminosas o si se está haciendo un esfuerzo muy intenso y repetido a causa del estreñimiento.
Este prolapso puede ser temporal, replegándose la hemorroide por sí sola o, en los casos más graves, que haya que colocarla de manera manual. Y si la hemorroide interna se queda fuera, aumenta considerablemente el malestar y dolor.
Por su parte, las hemorroides externas se ubican bajo la piel que hay alrededor del ano, por debajo del esfínter anal. A diferencia de las internas, son bien visibles y suelen ser más dolorosas cuando se inflaman, sobre todo si se han formado coágulos sanguíneos, debido a que esta zona es más sensible al tener muchas terminaciones nerviosas.
En ambos casos, estas crisis deben considerarse enfermedades hemorroidales cuando el dolor es insoportable y el problema persiste o se repite con frecuencia.
Por otro lado, aunque en los casos más graves puede ser necesaria la cirugía, existen soluciones naturales que ayudan a aliviar y prevenir las crisis.
La alternancia de baños calientes y fríos es un remedio tradicional que permite aliviar las hemorroides externas. La variación de las temperaturas favorece la vasoconstricción y vasodilatación al mismo tiempo, lo que estimula la circulación sanguínea en la zona afectada.
Para ello, prepare dos recipientes suficientemente grandes, uno con agua caliente (entre 35 y 37°C) y otro con agua fría. Sumerja la zona afectada, primero en el agua caliente durante un minuto, y después en la fría durante 30 segundos. Repita el proceso dos o tres veces y notará cómo se reduce la inflamación, lo que también aliviará el dolor.
Otro tratamiento natural muy eficaz consiste en aplicar bálsamos a base de plantas astringentes, venotónicas y suavizantes. Por ejemplo, las del género Hamamelis o el castaño de Indias (Aesculus hippocastanum). (2) (3)
También tienen propiedades antiinflamatorias y cicatrizantes que ayudan a reducir la permeabilidad de los vasos sanguíneos, aliviando los síntomas y favoreciendo la curación de posibles heridas. Puede tomarlas en forma de tintura madre, de 5 a 10 gotas dos veces al día. (4)
Por su parte, el rusco (Ruscus aculeatus) también es venotónico, astringente y antiinflamatorio. Asociado a menudo al castaño de Indias, también puede tomar su tintura madre, de 20 a 30 gotas dos veces al día. (5) (6) (7)
Por último, tan importante como aliviar los síntomas, es prevenir nuevas crisis. Por ejemplo:
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