Imagine que un policía arresta a dos sospechosos. No hay pruebas suficientes para condenarlos, por lo que visita a cada uno por separado y les ofrece el mismo trato. Si solo uno de los dos confiesa, ese detenido saldrá libre y el otro será condenado a 10 años. Si los dos lo hacen, ambos serán condenados a seis años. Y si ninguno de los dos confiesa, uno y otro serán encerrados durante un año.
Este es el conocido como “dilema del prisionero”, un problema utilizado para estudiar el comportamiento de una persona en su relación con los demás.
¿Qué hubiera hecho usted si fuera uno de esos dos detenidos?
Las opciones son claras: cooperar con su cómplice y permanecer callado, o confesar, cooperando con las autoridades pero traicionando a su cómplice. El resultado, sin embargo, no dependerá solo de lo que usted elija, ya que está condicionado por la elección de su compinche.
En este caso le he presentado una situación hipotética, pero no me negará que en nuestro día a día hemos de enfrentarnos a constantes dilemas éticos o morales en los que muchas veces pareciera que alguien tiene que salir perdiendo. ¿Le suena?
¿En qué medida nuestro comportamiento es “bueno” o “justo”? Es más, ¿consideramos todos por igual lo que es “bueno”?
Un reciente estudio ha contestado a esta cuestión que el ser humano se ha planteado desde hace siglos. Y es que, más allá de divagaciones filosóficas, nuestros valores determinan nuestro comportamiento y la relación con los demás en el día a día. Le adelanto que, aunque a veces quizás no lo parezca, hay unos valores universales que aseguran cierto equilibrio social.
La ética, o la falta de ella, está en la base del ser. Y es que la vida se inicia cuando las moléculas comienzan a copiarse a sí mismas, y casi podríamos decir que se trata de un acto egoísta, ya que en muchos casos estas moléculas promueven su propia replicación a expensas de las demás. Es decir, que unas ganan y otras pierden (¡es la ley del más fuerte!). (1)
Pero, aunque estas moléculas también podrían replicar sin impedir que otras lo hagan (dándose una situación donde todas ganarían), este comportamiento en apariencia poco solidario tiene en realidad mucho que ver con la moralidad y la cooperación. Enseguida se lo mostraré.
Pero primero ¿qué sabemos sobre el alcance de la moralidad?
Tradicionalmente han existido dos tipos de teorías mayoritarias sobre la existencia o no de una única moral común a todos los seres humanos: la universalista y la relativista. Y el debate se ha prolongado durante siglos.
Puede parecer que se trata de un profundo debate filosófico, pero lo cierto es que esta “discusión” forma parte de nuestro día a día. Y es que estas dos teorías salen muchas veces a relucir, incluso sin que seamos conscientes de ello, en conversaciones cotidianas. Por ejemplo en el bar, en una reunión familiar o con amigos al hablar sobre guerras, confrontaciones sociales o divisiones entre pueblos.
Por un lado, hay quien afirma que estos conflictos surgen de la convivencia entre personas con valores distintos a los nuestros. Que no existen el bien y el mal como valores absolutos y que cada sistema de valores, sin ser necesariamente mejor o peor que otro, debe ser juzgado de manera independiente.
Otros, en cambio, dirán que todas las sociedades deben ser juzgadas de acuerdo a una misma y única vara, según una serie de normas morales universales.
Párese a reflexionar un momento. Usted ¿qué opina sobre esto?
Es cierto que las sociedades pueden ser diferentes en aspectos políticos, culturales, religiosos… pero también lo es que todas ellas se enfrentan a unos problemas sociales similares que radican precisamente en la convivencia. Y convivir requiere, lógicamente, cooperación.
Pues bien, la teoría de la “moralidad como cooperación” determina que, debido a que existen muchos tipos de cooperación (muchas situaciones conflictivas en las que la cooperación es necesaria para llegar a una solución), existen igualmente muchos tipos de moralidad.
En definitiva, esta teoría determina 7 tipos de reglas morales basadas en la cooperación:
Ayudar a la familia.
1. Ayudar a la familia.
2. Asistir al grupo.
3. Devolver favores [intercambio social, reciprocidad].
4 y 5. Ser valiente o respetar a los superiores [la adquisición de uno u otro rol -el ser dominante o sumiso- dependerá de la posición de la persona dentro de una jerarquía concreta].
6. Dividir los recursos de manera justa.
7. Respetar las propiedades de los demás.
La primera de estas reglas, la necesidad que sentimos de ayudar a nuestros familiares explicaría por ejemplo por qué aborrecemos el incesto. Cierto sentimiento de pertenencia a la comunidad, por su parte, nos llevaría a formar grupos y coaliciones (hay fuerza y seguridad en ellos), y a valorar la unidad, la solidaridad y la lealtad.
La tercera de estas reglas, la del intercambio social, explicaría por qué confiamos en los demás, sentimos culpa y gratitud y perdonamos o hacemos favores. Y las demostraciones de dominación ágil (las “virtudes del héroe” de la valentía, la fortaleza, la habilidad y el ingenio), así como las demostraciones de sumisión moderadas (las “virtudes del monje” de la humildad, deferencia, obediencia y respeto) determinarían el comportamiento entre personas de distinta jerarquía (por ejemplo, el respeto de alguien hacia su jefe o hacia una persona mayor).
Además, en los conflictos o negociaciones basadas en el reparto de recursos, el sentido de justicia o equidad estaría muy presente, pero aún más el reconocimiento de la propiedad privada.
El ser humano ha ido evolucionando a través de una serie de adaptaciones que le permiten cooperar. A nivel cultural, por ejemplo, tiene un importante papel la invención de nuevas soluciones ante las situaciones conflictivas.
Y en el aspecto biológico… ¿recuerda la “molécula egoísta” que se multiplicaba sin pensar en las demás (la ley del más fuerte que mencioné al principio)? Pues, de hecho, la razón de que prioricemos el cuidado a nuestros parientes es que al hacerlo estamos favoreciendo la replicación de nuestros propios genes. Por eso ese gen egoísta quiere ayudar a reproducirse a sus semejantes… ¡incluso si están alojados en otros cuerpos!
En definitiva, juntos, estos mecanismos biológicos y culturales motivan el comportamiento social, cooperativo y altruista. Y según la teoría de la moralidad como cooperación son precisamente esas múltiples soluciones (ese conjunto de instintos, intuiciones e invenciones) lo que constituye la moralidad humana.
Entonces, ¿es así para cualquier persona y en cualquier lugar del planeta?
Para tratar de responder a esta pregunta, un equipo del Instituto de Antropología Cognitiva y Evolutiva de Oxford analizó registros culturales etnográficos sobre ética correspondientes a 60 sociedades (desde la escocesa a la coreana, pasando por diferentes etnias africanas o americanas). (4)
En total, analizaron más de 600.000 palabras de más de 600 estudios de los Archivos de Relaciones Humanas de la Universidad de Yale, en los que buscaron las 7 reglas morales que acabamos de ver.
Investigaciones anteriores ya habían revisado algunos de estos enunciados morales, pero siempre en lugares concretos o con resultados basados en distintos parámetros según cada sociedad analizada y, por lo tanto, imposibles de comparar.
Por ello, este trabajo, fundamentado en una gran muestra representativa de toda la humanidad, constituye la encuesta intercultural sobre moral más grande y completa que se haya realizado jamás.
Pues bien, los investigadores no encontraron ninguna sociedad en la que alguno de los 7 comportamientos cooperativos analizados fuera considerado moralmente malo.
Sin embargo, y aunque todas las sociedades parecían estar de acuerdo con estas 7 reglas morales, había una variación en la forma en que las priorizaban o clasificaban…
Así, hubo significativamente más sociedades en las que la “propiedad” tenía una incidencia mucho mayor que otros términos como “valentía”, “respeto” o “equidad”. Resulta llamativo que este último valor no fuera prevalente en casi ninguna de las sociedades analizadas.
La explicación de esto se debería a las diferencias culturales de cada sociedad. Y es que un europeo medio, por ejemplo, no se rige por la misma escala de valores que un miembro de la tribu de los masáis. El primero, seguramente, tendrá ciertas dificultades para entender por qué las virtudes guerreras son tan respetadas por esta sociedad africana, donde el autosacrificio en la batalla constituye una muestra de lealtad ante el resto de sus congéneres.
Por su parte, para el pueblo Amhara de Etiopía, “burlar la obligación del parentesco es considerado como una desviación vergonzosa, que indica un carácter malvado”, según recoge este estudio. En Corea es más relevante la solidaridad entre vecinos, y la reciprocidad es lo más importante en el esquema de valores de los garo (etnia de Meghalaya, India).
Y, mientras que en la etnia Bemba (de Zambia) se cuenta con un profundo sentido de respeto hacia los mayores, entre los kapauku de Nueva Guinea prima la “justicia” o “equidad”, a la que llaman algo así como “mitad-mitad”. Entre los tarahumaras de México, sin embargo, en las relaciones interpersonales tiene una mayor importancia “el respeto por la propiedad de otros”.
En cuanto al debate entre universalistas y relativistas, a fin de cuentas lo que este estudio demuestra es que Hume estaba en lo cierto al afirmar que los juicios morales dependen de “un sentido o sentimiento interior que la naturaleza ha hecho universal en todas las especies”.
Lo que demuestra todo esto es que la moral es universal. Y puesto que todos tenemos los mismos principios básicos, esta investigación debería ayudar a promover el entendimiento mutuo entre personas de diferentes culturas porque, como ve, ¡no somos tan distintos!
Y los dilemas morales… tómeselos con perspectiva. Como acaba de ver, ¡en su interior está la clave!
Fuentes:
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