Parece una patata cualquiera, pero no lo es.
La primera generación de patatas OMG (siglas de “organismo modificado genéticamente”) fue aprobada por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos en 2014 y llegó a los medios de comunicación al año siguiente. En 2016 su comercialización fue aprobada en Canadá. (1)
Esta patata se llama White Russet (algo así como “blanca rojiza”) y cuenta con una preciosa página web en la que se alaban todas sus fantásticas cualidades. De hecho, en ella se dice que esta patata supone todo “un gran avance” en la industria agroalimentaria. (2)
El caso es que esta patata ha sido modificada genéticamente para permanecer blanca cuando se pela o se corta. Y tampoco se forman marcas o “moratones” en su superficie si recibe pequeños golpes durante su cosecha o su transporte.
Ahora bien, ¿es eso bueno?
De acuerdo con el fabricante de las semillas de esta patata, “esto reduce hasta en un 15% las pérdidas durante la cosecha, con la consecuente limitación de las emisiones de CO2, de uso de pesticidas y de consumo de agua”.
Es decir, que a todas luces esa modificación genética parecería algo fantástico… si no fuese porque Caius Rommens, el creador de esta “fabulosa” patata y antiguo jefe de equipo en Monsanto (una de las mayores firmas de agroquímica del mundo, que ha estado detrás de gravísimos escándalos relacionados con pesticidas contaminantes), ha decidido contar la verdad.
De hecho, acaba de publicar un incendiario libro sobre el tema, Potatoes: The Worst GMOs (en español Patatas: el peor OMG), en el que denuncia los peligros que esconden tanto estas patatas como otros productos mutados artificialmente (es decir, en el laboratorio). (3)
Lo curioso es que, nada más ser publicado, este libro fue retirado de las librerías, estando hoy únicamente disponible en Amazon. Y es que parece que las confesiones de este investigador han perturbado ciertos intereses de las altas esferas.
Estos son algunos extractos que he seleccionado y traducido del texto original del libro expresamente para usted, para que vea a qué me refiero:
“Creía que mi conocimiento teórico de las patatas era suficiente para mejorarlas; hasta el punto de que, aunque cultivábamos en invernaderos y en el campo, yo rara vez abandonaba el laboratorio. Ese fue uno de mis mayores errores”, arranca Rommens.
“Creíamos que la esencia de la vida radicaba en una molécula muerta, el ADN”, continúa, “y que podíamos mejorar la vida modificando esa molécula en el laboratorio, teniendo esa mutación únicamente el efecto que nosotros buscábamos”.
De hecho, “se suponía que comprendíamos el ADN, y que haríamos solo modificaciones útiles sobre el código genético”, explica. “Sin embargo, en realidad conocíamos sobre el ADN lo mismo que un americano medio sobre la versión en sánscrito del Bhagavad-gītā [importante texto sagrado hinduista]”.
“Sabíamos lo suficiente, eso sí, como para resultar peligrosos, en particular al combinar nuestra ignorancia con nuestros prejuicios y nuestra estrechez de mente”, reconoce. “Además, estábamos obsesionados con los progresos a corto plazo -en el laboratorio-, en detrimento de los problemas a largo -en el campo-”.
“Es la misma mentalidad que en su momento dio lugar a la aparición del DDT, los PCBs, el agente naranja, la hormona de crecimiento bovina recombinante [todos ellos componentes nocivos y tóxicos que conllevaron sendos escándalos sanitarios], etc.”
Y termina: “Creo que es importante que la gente comprenda hasta qué punto los ingenieros genéticos podemos ser ignorantes y torpes, así como estar equivocados”.
Caius Rommins explica que las plantas de estas patatas OMG sufren esterilidad y que determinadas partes de su estructura celular mueren porque derivan de células caducas, que viven tan solo durante un ciclo estacional.
Teniendo una integridad genética tan débil (es decir, inestabilidad del genoma) sufren además centenares de mutaciones que comprometen el rendimiento y la calidad de las cosechas.
Y respecto a su resistencia a los golpes el propio Rommins afirma que el hecho de que las patatas se deterioren a causa de ellos o cuando se pelan o se cortan es un fenómeno natural. Si estas patatas OMG no presentan marcas es únicamente porque su proceso de coloración se ha desactivado.
Ahora bien, en lugar de algo positivo, esto supone un gran problema, ya que el compuesto que provoca la coloración marrón, la melanina, es en realidad un protector que impide a los agentes patógenos penetrar en la carne de la patata dañada.
El peligro oculto en todo esto reside en que esta patata OMG es justamente la que más se usa (o cuyo uso se fomenta más) tanto en restaurantes como en la industria agroalimentaria en general, precisamente por esa supuesta ventaja de no estropearse nunca (puede ser cortada y pelada mucho antes de ser utilizada sin que se ennegrezca).
Todo esto implica que cada vez más estas patatas se conserven durante largo tiempo ya peladas y cortadas, listas para cocinar, aumentado el riesgo de que sustancias contaminantes lleguen al plato.
Quizá haya oído hablar de la tecnología CRISPR (Clustered Regularly Interspaced Short Palindromic Repeats), la cual permite modificar el ADN.
Esta técnica, que ha conseguido devolver la vista a los ratones ciegos corrigiendo su código genético, es presentada a través de los medios de comunicación de masas como un mecanismo simple: el ADN sería como un lazo y el investigador, usando este método, tendría una especie de tijeras y de pegamento que permiten cortar y eliminar o añadir partes a ese lazo.
Pero la ciencia demuestra que las cosas no funcionan de una forma tan básica y simple. Por el contrario, incluso las modificaciones menores del código genético pueden provocar efectos inesperados en cascada.
En este sentido un equipo de investigadores ha examinado el código genético completo de ratones “curados” gracias a la tecnología CRISPR y ha detectado más de 100 añadidos y supresiones adicionales de material genético, así como más de 1.500 mutaciones de nucleótidos aislados. (4) (5)
Genes modificados, mutaciones… son términos que van inevitablemente ligados a riesgo de enfermedad genética y a cáncer. Sin embargo, eso no impide que ciertos investigadores recurran a estas técnicas en seres humanos, con todos los peligros que conlleva para los implicados y para sus descendientes. (6)
Es urgente detener la huida hacia adelante que suponen este tipo de intervenciones, que parecen más el trabajo de un “aprendiz de brujo” que el producto de una ciencia reflexiva y madura.
En tanto que consumidores, todos nosotros podríamos marcar la diferencia dejando de buscar frutas y verduras perfectas, relucientes y sin manchas ni deformidades; como precisamente esas que se encuentran siempre en primera línea en el supermercado, al alcance de la mano, porque son las que compra la mayoría de la gente.
Esto es algo que saben a la perfección los vendedores de productos “bio”, así como también los jardineros. Todo el mundo dice preferir lo ecológico, lo local, lo de temporada… Sin embargo, cuando se intentan vender unas auténticas manzanas ecológicas, recién recogidas en el campo, estas tardan mucho más en desaparecer de los cestos que las grandes y lustrosas Granny Smith o Rome Beauty, bien redondas y uniformes.
En definitiva, que son esos actos reflejos y esa forma de ver y entender las cosas las que deben cambiar en primera instancia si realmente queremos ejercer presión para que los investigadores dejen de inventar nuevas fórmulas y vegetales “perfectos”. ¡Innovaciones que en realidad no son más que puro atraso en lo que a la salud respecta!
Fuentes:
Imágenes:
Artículos relacionados