¿Sabía que las películas navideñas están estratégicamente diseñadas para que nos gusten? Y es que activan diversos mecanismos neurológicos que hacen que, da igual la cantidad de veces que hayamos visto ese film (u otro muy similar), siempre nos quedemos pegados a la pantalla. Descúbralos en este texto, con el que comprenderá el éxito de una de las tradiciones navideñas.
Durante las fechas navideñas es muy probable que vea alguna que otra película de esta temática. Y quien dice una, también dice dos, tres ¡o incluso diez!
Porque es llegar el último mes del año para que cines, parrillas televisivas y ahora también plataformas digitales se inunden con este tipo de films.
Con todo este catálogo donde elegir -que puede llegar a abrumar-, es raro que no nos animemos a ver alguna de esas películas. Incluso si es un clásico que ya hemos visto tantas veces que hasta podemos recitar algunos diálogos.
Algunos dirán que es, simplemente, otra tradición más de las fiestas. Pero lo cierto es que están estratégicamente diseñadas para que gusten tanto.
Así lo han confirmado algunos estudios que han analizado los factores neurológicos implicados en esas películas y que merece la pena conocer.
Cualquier tiempo pasado fue mejor. ¿Quién no ha pensado alguna vez algo así? Este pensamiento está directamente relacionado con la nostalgia, un sentimiento por el que suelen evocarse momentos pasados felices.
Pues bien, las películas navideñas están hechas para evocar ese sentimiento de nostalgia.
Reuniones familiares en las que no faltan los villancicos, a veces cantados en torno a un piano. Tardes de sobremesa ojeando álbumes de fotografías al calor de una chimenea…
Aunque sean los recuerdos de personajes ficticios, esas escenas hacen que se respire un sentimiento de nostalgia que hace que nosotros también evoquemos nuestra infancia. Y, al recordar esos momentos felices, automáticamente nos sentiremos bien.
Este es, de hecho, el objetivo de la nostalgia: gracias a ese sentimiento aumenta nuestra autoestima, pero también la sensación de pertenecer a un grupo dentro del que nos sentimos protegidos.
Asimismo, la nostalgia funciona como recurso para hacer frente a un presente que tal vez no está siendo todo lo placentero que nos gustaría.
De este modo, al rememorar esos momentos pasados, que tendemos a vislumbrar como más felices (porque la memoria filtra lo positivo, haciendo que olvidemos lo negativo), se contrarrestan las emociones negativas que acompañan a ciertos eventos presentes. (1)
Por esta razón la nostalgia puede muy bien considerarse como un mecanismo de defensa que el cerebro activa para mejorar el bienestar y, con ello, favorecer nuestra salud.
Las películas navideñas pueden ser más o menos divertidas, estar protagonizadas por algún actor de renombre o un total desconocido y contar con más o menos presupuesto. Todo esto puede variar, pero, lo que suele cumplirse en la mayoría de los casos, es que son poco originales.
Trabajador de éxito que no tiene tiempo para socializar de pronto acaba pasando las navidades en el pueblo de su infancia, donde vuelve a reencontrarse con el que fue el amor de su vida. Salvo algunas excepciones, este suele ser el punto de partida de todos esos films.
Y la principal razón por la que esto ocurre es, sobre todo, para evitar las sorpresas. Porque sí, está claro que nos gusta que nos sorprendan, por ejemplo, con esos thrillers donde al final hay un giro imprevisto que cambia el sentido de todo lo que se había explicado hasta entonces.
Pero cuando lo que estamos viendo es una película que apela a la nostalgia y a una vida familiar, preferimos ser testigos de escenarios y situaciones ya conocidos. Porque en esa familiaridad nos sentimos más seguros.
Es lo que se conoce como “principio de familiaridad”, también denominado “principio de mera exposición”. Según este, y cuyas primeras investigaciones datan de finales del siglo XIX, cualquier exposición a algo novedoso genera sorpresa o incluso rechazo. Sin embargo, cuantas más veces nos expongamos a ese mismo estímulo, nuestra respuesta será mucho más positiva y placentera. (2) (3)
Porque el ser humano tiene predilección por aquello que conoce. El saber lo que va a ocurrir, antes incluso de que se produzca, nos relaja y calma. Sabemos que no habrá ninguna sorpresa al final y eso favorece el bienestar.
Un ejemplo muy claro de este principio lo encontramos en esa canción que la primera vez que escuchamos no termina de gustarnos pero que, a fuerza de repeticiones, acaba por encantarnos.
Y lo mismo ocurre con las películas navideñas en las que prácticamente desde el primer minuto ya sabemos cómo va a terminar, pero aun así no queremos perdérnosla.
Este último factor guarda relación con el que acabamos de comentar. El sistema de recompensa es el área del cerebro que gestiona la sensación de placer que sentimos ante determinados estímulos.
Forma parte del denominado “cerebro reptiliano”, que es un resquicio de nuestro cerebro más primitivo y a su vez está relacionado con el instinto de supervivencia. (4)
Y es que, al sentir placer ante ese estímulo, automáticamente tenderemos a repetir la misma acción que nos ha llevado a sentirlo para volver a experimentarlo. Es decir, perpetuaremos una acción que nos es favorable, lo que a la larga contribuirá a nuestro bienestar y la de toda la especie.
Como puede intuir, esta es la misma respuesta que desencadena cualquier adicción, ya sea a sustancias psicotrópicas, al alcohol, al juego o a cualquier otra actividad que pueda derivar en comportamientos dañinos.
Afortunadamente, con las películas navideñas es difícil que esto ocurra y nos volvamos adictos a ellas. En este caso solo sentiremos placer al ver evocado ese sentimiento de nostalgia.
De este modo, al comprobar que efectivamente esa película que estamos viendo tiene un final feliz, el cerebro recibe el estímulo necesario para segregar una buena dosis de dopamina (la conocida como “hormona de la felicidad”), que es la que activa el sistema de recompensa.
Y si además esas películas ya forman parte de la tradición navideña, ya sea viéndolas solos o en familia, el simple hecho de disfrutarlas contribuye aún más a relajarnos y a mejorar nuestro estado de ánimo.
Se trata, en definitiva, de una excelente forma de autocuidado para mantener nuestra salud. Así que solo queda disfrutar de ellas durante esas fechas tan especiales.
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