El misterio de la ballena azul desafía todo lo que sabemos sobre el cáncer. A pesar de tener miles de millones de células (y más probabilidades de sufrir mutaciones cancerígenas), este gigante casi nunca desarrolla tumores.
Y lo mismo ocurre con otros animales grandes, como elefantes u osos polares, que son menos propensos al cáncer que otro más pequeños, humanos incluidos. Conocida como la “paradoja de Peto”, esta incógnita inspira a los científicos para explorar nuevos tratamientos oncológicos.
La ballena azul es uno de los grandes misterios de la investigación sobre el cáncer. A día de hoy, sabemos que los tumores se desarrollan a partir de una célula defectuosa. Por tanto, en teoría, los animales grandes (que tienen más células) deberían tener más casos de cáncer que los pequeños.
Sin embargo, la ballena azul, que está compuesta por 33 billones de células (1.000 veces más que un ser humano) y que puede vivir hasta 100 años, casi nunca desarrolla cáncer. (1)
Este es un enigma que lleva intrigando a los científicos desde hace casi 50 años.
Para entender bien esta cuestión, debemos recordar cómo se desarrollan los cánceres a nivel celular.
Normalmente, cada célula de nuestro cuerpo sigue procesos bioquímicos complejos que le permiten interactuar con otras células y dividirse. Pero, entre estos miles de millones de procesos, algunas cometen errores que alteran su correcto funcionamiento.
Para evitar daños, las células están programadas para autodestruirse si fallan. A este proceso se le llama apoptosis y, si también falla, el sistema inmunitario generalmente destruye estas células defectuosas. (2) (3)
Sin embargo, a veces esto tampoco funciona. Por ejemplo, existen mutaciones que impiden la apoptosis, mientras que otras confieren a las células defectuosas “superpoderes”. Les permiten reproducirse más rápido, escapar del sistema inmune y utilizar los vasos sanguíneos para nutrirse y expandirse. (4)
Así es como nacen las células cancerosas, que se convierten en tumores y, en algunos casos, en metástasis.
En teoría, cuantas más células tiene un animal, más debería sufrir estas mutaciones que favorecen el cáncer. Sin embargo, los estudios demuestran justo lo contrario. Que los animales más grandes (como ballenas o elefantes) son menos propensos a tener cáncer en comparación con los más pequeños (como humanos o ratones).
A este hecho se le conoce como la “paradoja de Peto”.
El investigador Richard Peto bautizó esta paradoja al descubrir, en 1975, que la incidencia de cáncer no está correlacionada con el número de células en el organismo. (5)
Y es que investigaciones realizadas en ballenas habían demostrado que la mayoría no morían de cáncer. Por ejemplo, un estudio que contó con más de 2.000 ejemplares no encontró rastros de cáncer. (6) (7) (8)
Esta paradoja también se observa en otros animales grandes como elefantes, rinocerontes, hipopótamos, osos polares, jirafas, búfalos, morsas y elefantes marinos.
A día de hoy los científicos no pueden explicar las causas exactas de esta paradoja. Sin embargo, investigaciones recientes han revelado algunas “estrategias anticáncer” en estos grandes animales. Y podrían ser fuente de inspiración para desarrollar tratamientos efectivos.
La hipótesis más aceptada es que las defensas anticáncer que desarrollan estos animales se han producido con la propia evolución de las especies. Con los milenios, los primeros seres multicelulares crecieron en tamaño y longevidad, volviéndose así más vulnerables a las mutaciones y, por ende, al riesgo de cáncer. Y, precisamente por ello, habrían desarrollado poco a poco estrategias para limitar la formación de tumores.
En otras palabras, los animales más grandes “inventaron” con su propia evolución mecanismos para frenar el crecimiento del cáncer.
A este respecto, un estudio descubrió en la ballena boreal genes que podrían estar asociados a su longevidad excepcional (más de 200 años). Al comparar su genoma con el de mamíferos de vida más corta (vacas y ratones), los científicos hallaron 151 secuencias de ARN exclusivas de la ballena boreal que regulan ciertos genes. Y también encontraron mutaciones específicas en el gen ERCC1, vinculado al cáncer y a la reparación del ADN. (9) (10)
Por otro lado, en una conferencia, Carlo Maley, director del Arizona Cancer and Evolution Center, señaló que los elefantes son mucho más rápidos a la hora de activar la apoptosis de las células enfermas. Y esto guarda relación con el gen supresor de tumores p53, que regula esa apoptosis. (11)
Pues bien, mientras los humanos tenemos 2 copias de este gen, los elefantes tienen 40. Por eso sus células son extremadamente sensibles a los daños en el ADN y, ante cualquier mutación, se autodestruyen rápidamente. Reduciendo así el riesgo de cáncer.
En el año 2007 varios investigadores estadounidenses propusieron otra hipótesis. Y es que en los grandes mamíferos el tumor podría volverse contra sí mismo. De este modo, a medida que se multiplican, las células cancerosas siguen mutando y pueden comenzar a formar un nuevo tumor independiente del primero. Una especie de “hipertumor” que acaba destruyendo al primero. (12)
Muchas preguntas siguen abiertas sobre el cáncer. Y no hay duda de que seguir estudiando a las ballenas o a los elefantes puede llevar a nuevas estrategias para estimular la apoptosis de las células cancerosas.
Por ejemplo, algunas investigaciones sugieren que el cáncer no es solo una agrupación de células defectuosas, sino organismos independientes. (13)
Incluso se ha demostrado que algunos cánceres son… ¡contagiosos! Este sería el caso de la conocida como “tumoración facial” que diezma a las poblaciones de demonios de Tasmania (un marsupial de Australia) y que se transmite de un individuo a otro, como si fuera un parásito. (14)
Más sorprendente aún. Al estudiar el genoma de estas células cancerosas, se descubrió que era completamente diferente del de las células sanas. Incluso la célula cancerosa había perdido algunos cromosomas. Desde un punto de vista biológico, se trataría entonces de un nuevo ser vivo, genéticamente diferente del que conforman las células sanas. (15)
También se sabe que los tumores se organizan como un organismo independiente que lucha por su propia supervivencia. Es decir, que las células cooperan entre sí, se comunican con el entorno externo y pueden inducir la formación de vasos sanguíneos. (16)
¡Incluso tendrían su propio microbioma! Por ejemplo, se ha encontrado la bacteria Fusobacterium nucleatum dentro de ciertos tumores y, según un estudio israelí, esta ayudaría a que las células cancerosas evadan al sistema inmune. (17)
A raíz de este hallazgo, algunos biólogos se preguntan si el cáncer no sería la “creación de una nueva especie a partir de otra”. O si tal vez la célula cancerosa es una célula que “rompe su contrato” con el organismo y se desliga de las demás, retornando a la vida unicelular, antes de recrear un nuevo ser vivo desde cero. (18)
En definitiva, nuestra comprensión del cáncer está en plena transformación. Y en este proceso están emergiendo nuevas aproximaciones que abordan esta enfermedad de una manera completamente novedosa.
¿Será está la vía para desvelar las preguntas que aún quedan por resolver?
Solo el tiempo lo dirá.
Con lo que no queda duda es que el cáncer es un enemigo temible. De hecho, se ha convertido en la primera causa de muerte en España.
¿Y sabe qué? 1 de cada 10 pacientes de cáncer no muere de cáncer… sino por culpa de los tratamientos a los que se somete para luchar contra la enfermedad. Una dramática paradoja.
Mientras los investigadores siguen avanzando para desvelar los misterios de esta enfermedad, le invitamos a leer una presentación en la que se desvelan algunas claves que los oncólogos no cuentan hoy día. Haga clic aquí para poder verla al completo.
Artículos relacionados