Ötzi, apodado el «hombre de hielo», ha cautivado a la comunidad científica desde su descubrimiento bajo el hielo en 1991. Y ahora, gracias a los nuevos avances genéticos, ayuda a confirmar la influencia del estilo de vida sobre la salud, tanto en el pasado como en el presente.
Ötzi, el conocido como “hombre de hielo”, ha fascinado a la comunidad científica desde que en 1991 fue hallado su cadáver bajo el hielo de los Alpes.
Un primer análisis de su cuerpo momificado, gracias al hielo, reveló que vivió hace 5.200 años (entre el 3350 y el 3110 a.C.). Sus restos se convirtieron así en los mejor conservados de nuestros antepasados. (1)
Ahora bien, su excelente preservación también ha permitido que se sigan realizando nuevas investigaciones. Y gracias a los últimos avances genéticos se han obtenido datos que contradicen lo que se creía hasta ahora.
Aunque también han permitido confirmar que, más allá de los factores genéticos, es el estilo de vida lo que más afecta a la salud. Tanto en el pasado como en el presente.
¡Compruébelo usted mismo!
Los anteriores análisis realizados a Ötzi habían determinado que medía en torno a 160 cm y que tenía unos 46 años en el momento de su muerte, la cual se produjo de manera violenta. Asimismo, un grupo de investigadores concluyó que era bastante velludo y que tanto sus ojos como su piel eran claros. (2)
Sin embargo, el último estudio que ha tenido como protagonista al hombre de hielo ha obtenido unas conclusiones muy diferentes: sus ojos y piel serían oscuros, asemejándose más a los europeos del sur. (3)
¿Cómo es posible que haya tantas diferencias entre unos y otros estudios? Lo cierto es que aquí la ciencia tiene poco que decir, ya que responde a las ideas preconcebidas que todos tenemos; científicos incluidos.
Así, en los primeros estudios realizados, donde la tecnología no era tan avanzada como ocurre en la actualidad, directamente se dio por hecho que el aspecto de Ötzi debía ser similar al de los nórdicos, ya que su cuerpo se había hallado en esas regiones del norte. Tan simple (y erróneo) como eso.
Ahora bien, esos nuevos avances también han permitido descubrir que nuestro antepasado prehistórico estaba genéticamente predispuesto a sufrir alopecia, además de diabetes tipo 2 y obesidad.
En otras palabras: que sus problemas de salud eran muy similares a los que afectan a la población actual.
¿O tal vez no?
Llegado a este punto es importante recordar que, si bien la predisposición genética es la que hace que se tenga más riesgo de sufrir ciertos problemas de salud, solo es un factor más. Además, este factor en concreto tiene mucha menos relevancia en comparación con el del estilo de vida.
Esto es justo lo que explica por qué nuestro hombre de hielo tenía las mismas probabilidades de desarrollar enfermedades muy actuales. Y que aun sin contar con los adelantos médicos de hoy en día, las patologías que en el siglo XXI suponen auténticas plagas hace 5.000 años apenas existían.
¿Por qué? Pues porque el hombre actual, aun siendo también un Homo sapiens sapiens, ha dejado de ser un cazador-recolector que cada mañana debe buscar su sustento y que de vez en cuando pasa por periodos de hambruna.
Precisamente para evitar esos problemas, nuestros antepasados empezaron a cultivar la tierra y a criar animales, asentándose en poblados.
Pero con el tiempo ese estilo de vida menos errante ha derivado, sobre todo en las últimas décadas -en parte por los avances de la tecnología, que han vuelto la vida mucho más cómoda- en el sedentarismo.
Y es precisamente con esa falta de actividad física y por comer mucho más de lo necesario a nivel nutricional, con el que se desencadenan los problemas de salud a los que siempre hemos estado predispuestos genéticamente.
Por tanto, no es la genética la que conlleva estas patologías, ya sea ahora o hace 5.000 años. En realidad, es consecuencia de la epigenética; es decir de los cambios que se producen en los genes debido a factores ambientales.
Basta echar un vistazo al siguiente listado, extraído de un informe sobre los 600 genes involucrados en la obesidad, para confirmar este hecho. (4)
Por tanto, son los factores epigenéticos los que explican el gran cambio que se ha producido entre el hombre de hielo y el del siglo XXI.
En definitiva, en Ötzi tenemos el mejor ejemplo de que nuestra salud no es víctima de la genética. Que para prevenir cualquier patología y mantenerse saludable es clave la interacción entre genes y estilo de vida.
Y que tanto ahora como hace milenios las elecciones individuales (en cuanto a alimentación, ejercicio físico, patrones de sueño…) son las que moldean nuestra salud.
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