La ciencia lleva décadas demostrando que el tacto posee importantes efectos beneficiosos para la salud. Las maneras de beneficiarse de él son muchas, tal y como está a punto de comprobar.
Usted, yo y todos los seres humanos damos una importancia clave al tacto.
Seguramente más de la que incluso seamos conscientes y, en algunos casos, de la que nos gustaría reconocer.
Es por ello que una de las cosas que más nos ha costado durante la pandemia son los “gestos barrera” para la prevención de los contagios.
Y también por lo que, una vez que ha bajado la incidencia de casos, ha sido lo primero en lo que nos hemos relajado, aunque fuese solo parcialmente.
Acercarnos, tocarnos, besarnos… forma parte de nuestra naturaleza. ¡Pero resulta que también de nuestra salud! Descubramos hasta qué punto.
Desde las terapias energéticas como el reiki o el toque terapéutico hasta las técnicas de masaje (shiatsu, por mencionar una de las más conocidas): el punto en común de todas ellas es el poder del tacto.
Y este también es el fundamento base del trabajo del psicoterapeuta holandés Frans Veldman, padre del término “haptonomía”.
Esta palabra se conforma a partir de dos raíces griegas que vienen a significar “leyes del tacto”.
Lo que Veldman quería designar con ella es el tacto como forma de comunicación, como modo de relacionarse con los demás basado en la benevolencia y, por tanto, también en cierta dimensión de cuidado. (1)
Hoy en día, en cambio, la haptonomía es más conocida por su aplicación en las relaciones entre padres e hijos justo después del nacimiento. Es decir, lo que popularmente se conoce como “piel con piel” o “método canguro”.
En la actualidad se sabe que el contacto físico del recién nacido con sus padres es de suma importancia para recuperarse del impacto del nacimiento, así como para que entienda que está protegido.
Esta necesidad vital de contacto es retenida por el bebé, para quien el tacto es el sentido dominante en las primeras etapas de la vida, incluso mucho después del nacimiento. Y de hecho la forma en que se reconoce y se satisface esta necesidad juega un papel muy importante en el equilibrio, el crecimiento y la salud posteriores del niño.
De lo que quizá no somos tan conscientes es de que, en realidad, mantenemos esta necesidad de contacto táctil durante toda la vida (si bien a medida que envejecemos somos más capaces de prescindir de él).
Esa es la razón por la que la haptonomía, de acuerdo con las teorías de Frans Veldman y otros expertos de su talla, posee aplicación terapéutica. Y, de hecho, dirigida a todos los públicos, desde niños hasta ancianos, dado que el contacto físico siempre favorece una sensación de seguridad que ayuda a la curación.
Además, con las personas a las que estimamos o amamos el tacto actúa como una confirmación emocional. Nos “reafirma” en que, en efecto, somos apreciados y valorados. Incluso necesarios.
Y esto en realidad se apoya en un mecanismo tan primitivo, tan enterrado en lo más profundo de nuestro cerebro, que actúa a pesar de nuestras voluntades. ¡No en vano esta técnica se ha analizado desde el punto de vista del marketing por su capacidad para dar confianza y convencer!
Al parecer, las probabilidades de obtener una respuesta positiva en una conversación en la que tocas a tu interlocutor son mucho más altas. Y son varios los experimentos que habrían confirmado ese efecto.
Uno de los primeros, ya en 1977, apuntó de una forma muy curiosa a que las personas tocadas durante unos segundos en el antebrazo por su interlocutor son mucho más receptivas. (2)
Aquel experimento consistió en dejar monedas en una cabina telefónica. Una persona al azar entraba en ella y, al salir, uno de los investigadores se le acercaba y le preguntaba si había encontrado las monedas.
Solo el 63% de las personas devolvió el dinero cuando el investigador optó por no tocarles el brazo. En cambio, cuando sí existió contacto interpersonal durante unos segundos ¡el 93% devolvió el dinero!
Ahora bien, más allá de ese efecto sobre la confianza, el tacto es también una herramienta terapéutica ampliamente utilizada en ciertas medicinas tradicionales.
Estoy pensando en concreto en el masaje shiatsu, japonés, que a su vez tiene como ancestro al Anma, una técnica cuyo nombre literalmente significa “calmar con el tacto”. Es a través de su encuentro con la Medicina Tradicional China (MTC) que ha dado lugar a los masajes como vasto campo curativo.
Pero es que además estas técnicas tienen en cuenta el flujo de la energía en el cuerpo, por lo que sus efectos se multiplican cuando se aplican bien.
En la misma línea que los ancestrales médicos chinos, la profesora de la Universidad de Nueva York Dolores Krieger desarrolló en la década de 1970 lo que pasó a conocerse como “toque terapéutico”.
Se trata de una práctica energética basada en la fijación o imposición de las manos. Sin embargo, al igual que en el reiki y pese a su definición, no hablamos de un contacto necesariamente táctil: a menudo basta con mantener las manos a unos 10 cm del paciente entre 10 y 30 minutos.
El objetivo es volver a armonizar el campo energético del paciente proyectando ciertos pensamientos, sonidos o colores. Y varios estudios han confirmado que esta técnica efectivamente permite reducir la ansiedad y el dolor (especialmente después de someterse a una cirugía o como acompañamiento de la quimioterapia). (3) (4)
Ahora bien, la explicación de su funcionamiento es mucho más lógica de lo que parece, tal y como usted mismo está a punto de comprobar.
Para explicarlo, volveré brevemente a las virtudes tranquilizadoras del contacto del recién nacido con su madre.
Quizá algunos ya lo sepan, pero parte de ese efecto se debe a la secreción de una sustancia muy particular, la oxitocina (u “hormona del amor”, como también se la conoce).
Esta hormona es parcialmente responsable de que el parto se de en buenas condiciones, pues favorece las contracciones uterinas. Pero en realidad es mucho más que eso.
De hecho, si se la conoce con tal sobrenombre es porque también tiene la capacidad de hacernos sentir felices, amados y relajados. Y además entra en conflicto con la percepción del dolor, anulándola.
¡Casi podría parecer cosa de magia!
Pero a lo largo de este texto usted ya ha visto que, de magia, nada. Hay una explicación muy sencilla para ese efecto: el tacto. Y eso funciona cuando tocamos a nuestro bebé por vez primera, cuando hacemos el amor, cuando recibimos una caricia…
Al respecto un equipo de investigadores de la Universidad de Gotemburgo, en Suecia, descubrió un tipo de terminaciones nerviosas específicamente enfocadas en el contacto. Ubicadas en las áreas vellosas, la espalda y los antebrazos, estas fibras, denominadas “nervios CT”, envían sus señales eléctricas a la ínsula posterior, una pequeña región del cerebro esencial para desencadenar emociones positivas. (5)
Los investigadores hallaron que existe una caricia ideal para estimularlas: en concreto la que se realiza a una velocidad y un nivel de presión moderados, así como con una mano y a una temperatura equivalente a la del cuerpo acariciado, es decir, de entre 32 y 34º C.
Además de la caricia, hay otra forma quizás incluso más sencilla de conseguir estos beneficios: ¡a través del abrazo!
Muy generalizado en nuestras latitudes hasta la llegada de la pandemia, se trata de un gesto simple pero que nos llena de emociones positivas y posee efectos terapéuticos extraordinarios.
Y de nuevo es algo que ha demostrado la ciencia: esa breve intimidad física disminuye los niveles de estrés, reduce la presión arterial y ayuda a regular la frecuencia cardíaca. ¡Nada menos! (6)
Eso sí, para obtener tales beneficios la duración del abrazo debe ser de al menos 20 segundos.
Así que ya lo sabe: aunque hay que seguir extremando las precauciones debido a la pandemia, haría bien en abrazarse más con su círculo más cercano. ¡La salud de todos lo agradecerá!
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