Usted se sabe las siete letras que componen esta palabra de memoria. Es de los primeros términos que se enseñan a los niños.
Pero lo que es probable que no sepa es que cuando las pronuncia…
¿Por qué no lo sabe? Porque la mayoría de los médicos ignoran el poder de estas letras. O, desde luego, no lo cuentan a sus pacientes.
Y a pesar de ello cada vez más estudios lo confirman: se trata de un simple término que, con pronunciarlo, reduce el riesgo de muerte cardíaca y de sufrir demencia y depresión.
Mejora el descanso.
¡Mejora la salud en prácticamente cualquier parámetro que se mida!
Y, sobre todo, ayuda a mantener los buenos propósitos, ya sea hacer más ejercicio, beber más agua, tomar menos azúcar o cualquier otra cosa que se proponga.
Además, tiene otras dos enormes virtudes: no cuesta nada y no tiene efectos indeseados (al contrario que muchos fármacos).
Estas son las siete letras de tan inestimable poder terapéutico:
Un sencillo “gracias”.
Aunque no solo se trata de pronunciar la palabra: para que la salud mejore es necesario experimentar una auténtica sensación de gratitud -y, por tanto, tener un deseo de corazón de agradecer algo-.
Como le digo, esto es algo que está científicamente probado:
Lo cierto es que no. Le invito a que lo compruebe usted mismo poniendo en práctica las siguientes pautas:
En cualquier caso, una cosa es tratar de ver la vida con las “gafas del positivismo” puestas y otra dejarse arrastrar por la dictadura de la felicidad que parece imperar en nuestros días.
Es normal estar abatido en tiempos de desgracia. De hecho, hay que saber ser indulgente con uno mismo y permitirse estar triste y conmovido.
Y es que uno siempre vive sus circunstancias como puede y es juez único de su propio sufrimiento.
Yo mismo he visto personas que recuperaban la alegría de vivir a pesar de haberse quedado permanentemente incapacitadas a causa de un accidente, mientras que otras se veían completamente desestabilizadas por un robo o por un despido.
Cuando una persona está abatida por el dolor, decirle que “haga un esfuerzo” por ver el lado bueno o que “siempre hay algo peor”, es inútil. En ocasiones resulta incluso cruel.
¿Se puede decir que una persona con problemas de próstata sufre más que una persona con diabetes? ¿Que la osteoartritis es peor que el dolor de riñón? ¿Que es más doloroso perder un hijo que quedar discapacitado?
No se puede. No existe una respuesta correcta a estas preguntas. Y eso se debe a que cada caso es único.
Cada persona reacciona con su historia, su personalidad, sus heridas y sus fortalezas a la espalda. Y a menudo de forma inesperada.
En este sentido, hay una frase con la que no estoy de acuerdo. Es esa que dice: “lo que no te mata, te hace más fuerte”.
En todos mis años de vida puedo decir que, muy al contrario, he visto a personas debilitarse sin remedio, hasta acabar completamente derrotadas, por una enfermedad que, en cambio, no las mató.
Lo que hay que hacer en todos esos casos es tomar a la persona de la mano, mirarla a los ojos y decirle profunda y sinceramente: “Lo siento. Qué difícil debe ser para ti”.
Es decir, reconocer su sufrimiento, en lugar de relativizarlo o, peor aún, negarlo.
En el fondo, no es de extrañar que los participantes en los experimentos antes mencionados sintiesen los beneficios terapéuticos de la gratitud.
Y es que ese efecto se debe, al menos en parte, a que sabían que los investigadores vendrían a comprobar lo que habían escrito, lo cual funciona como una motivación.
El problema es hacer el trabajo de gratitud, de positividad, cuando se está solo y sin apoyo.
Hoy es bien sabido que el mero hecho de participar en un estudio científico en el que uno es observado, en el que alguien “importante” se interesa por su vida, ayuda a cualquier persona a aumentar la moral e incluso hace que se cuide más.
En esta línea, quiero hablarle de un experimento famoso que se realizó en la década de 1970. Unos llamados “expertos en los efectos de la luz” explicaron a los trabajadores de una fábrica que iban a estudiar el efecto de la luz en su productividad.
Durante todo el día, deambularon por la fábrica encendiendo y apagando las luces.
El truco está en que, en realidad, no había estudio sobre el efecto de la luz. De hecho, las luces se encendían y se apagaban sin ton ni son, por completo azar.
Sin embargo, la productividad de los trabajadores se duplicó durante el estudio.
Resultó que estaban tan contentos de que alguien hubiera venido a observarlos y se interesase por ellos, ¡que estaban mucho más motivados!
De ahí mi consejo de antes: hay que reconocer el dolor y apoyar desde la sinceridad, ya que cuando alguien se interesa por ti, te toma de la mano, te incluye en un grupo o en un proyecto… es cuando realmente empiezas a sentirte mejor.
El sentimiento de gratitud y de solidaridad son, efectivamente, muy positivos para el ser humano. Calman, fortalecen… y por ello no es de extrañar que consigan que el sueño mejore, el riesgo de depresión disminuya, el nivel de estrés baje, etc.
Con esto también se reducen la frecuencia cardíaca y la presión arterial, el riesgo de sufrir un accidente cardiovascular (ictus)…
Sin embargo, la verdadera clave para llegar a ese punto es no “forzarse” a sentir gratitud.
Hay que reconstruir y redescubrir a nuestro alrededor los lazos de amistad, de solidaridad… todos ellos tan esenciales para el ser humano como lo es alimentarse cada día.
Ese es el verdadero desafío.
Cuando eso se consigue, comer y dormir mejor, vivir más sano y feliz… se vuelve algo completamente obvio, de una facilidad desconcertante. ¡Se lo aseguro!
¡A su salud!
Luis Miguel Oliveiras
P.D.: En estos momentos de pandemia creo que puedo afirmar que todos tenemos a alguien más o menos cerca que necesita un poco más de gratitud en su vida, así como más apoyo por parte de los demás. Le animo a mostrar su cariño a esa persona empezando por hacerle llegar este mismo e-mail. ¡Estoy seguro de que se lo agradecerá!
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Este ejemplo me lo tengo que aplicar a mí, pues hace años caí con depresión por tener mucho trabajo, entre trabajar 8 horas fuera, seguir la casa y cuidar a los padres de mi marido (uno con demencia y el otro párkinson y bronquios). Yo no he vivido y encima mi marido ha hecho y hace lo que le da la gana. Tengo tanta soledad y poco cariño que pienso que acabaré con pérdida de memoria, y eso sí me preocupa. Y es que, si ahora no me cuidan, ¿qué sucederá si pierdo la cabeza? Bueno, perdónenme por hablar tanto, pero la soledad está devorando mi persona.