La piel está cubierta de poros, que son unos agujeritos en donde se encuentran las raíces de los pelos o cabellos (folículos).
Permiten que la piel transpire para refrescar el organismo, así como eliminar el sebo, una sustancia grasa que protege la piel y que forma una fina capa que ayuda a regular la temperatura corporal al mismo tiempo que obstaculiza la labor a las bacterias que tratan de acomodarse en la piel.
Las glándulas sebáceas que tenemos repartidas por todo el cuerpo, salvo en la planta de los pies y en la palma de las manos, son las encargadas de segregar el sebo. Si dejamos un rastro de grasa con los dedos, no es por culpa del sebo, sino más bien porque posiblemente nos hayamos rozado alguna zona en la que la piel es grasa, como por ejemplo la cara.
El tamaño de los poros varía considerablemente de una persona a otra. Para ser sinceros, la gente por lo general prefiere tener los poros pequeños (¡queda más fino que tenerlos grandes!). Cuando son pequeños, la piel parece más firme, más tersa y menos colgante.
Los niños tienen los poros pequeños, lo que les proporciona esa piel de melocotón que todos envidiamos y que no hace tanto tiempo nosotros mismos tuvimos.
Pero el tamaño de los poros viene también determinado por nuestra herencia genética. Así, hay personas con tendencia a tener poros más grandes, lo que conlleva varios problemas:
Las hormonas también desempeñan un papel importante, ya que activan la producción de sebo. Por eso los adolescentes tienen la piel grasa. Las mujeres, cuya producción de hormonas varía durante los ciclos, pueden tener la piel más grasa mientras ovulan y durante el embarazo.
Cuando producimos demasiada grasa (sebo) y los poros se obstruyen, la piel muerta puede hacer que se multipliquen las bacterias y se produzca una pequeña infección. Hablamos del acné.
Cuando la grasa no consigue eliminarse, el acné aumenta y se extiende. Nos sale el terrible grano rojo, a veces incluso con una cabeza blanca, que contiene un líquido amarillento que no es otra cosa que una mezcla de sebo, células de pieles muertas y bacterias.
El otro líquido que produce nuestro cuerpo es el sudor y procede de dos tipos distintos de glándulas.
Las glándulas sudoríparas ecrinas son las más numerosas y se encuentran por todo el cuerpo. En este caso, el sudor se expulsa por los poros, es muy líquido y no se queda pegado. Está compuesto en un 99% por agua y un poco de sal (cloruro de sodio, potasio y magnesio). Las glándulas ecrinas se encuentran sobre todo en la palma de las manos y en la planta de los pies. De ahí que seamos expertos en tener las manos húmedas y empapar los calcetines. Este sudor por sí mismo no huele mal y, si somos aseados, se seca sin dejar ni rastro. Es el sudor denominado “limpio”.
Pero existe otra clase de sudor, pegajoso y cargado de grasas, proteínas y feromonas.
Las feromonas son mensajeros químicos que, en los animales, sirven para enviar mensajes a los demás, sobre todo de tipo sexual. En el caso de los seres humanos, la acción de las feromonas es más misteriosa, pero también existe.
Este sudor pegajoso está producido por las glándulas apocrinas, que se localizan bajo las axilas, en las ingles, alrededor de los pezones y del ano, y surge de los folículos pilosos (las raíces de los pelos).
Las glándulas aprocrinas no se desarrollan hasta la pubertad y son las grandes culpables del olor de la transpiración que hace que nuestros encantadores retoños, que siempre olían fenomenal incluso después de pasarse toda la tarde jugando al sol, empiecen a emanar un olor a tigre desde primera hora de la mañana si no adquieren la costumbre de lavarse y ponerse desodorante.
Para limpiar los poros y acabar con la grasa y los residuos y células muertas que contienen, lo primero que hay que hacer es transpirar de forma regular, realizando una actividad física intensa y, si podemos, completarla pasando un tiempo en la sauna.
En todo caso, hay que olvidarse de las duchas demasiado calientes y demasiado largas que dilatan los poros de la piel y la enrojecen. Ducharse y bañarse con agua fría es buenísimo para contraer los capilares (pequeños vasos sanguíneos de la piel) y reafirmar la piel.
Puede incluso pasarse por la cara un cubito de hielo para reducir todavía más los poros. Envuélvalo en una toalla de algodón y aplíquelo sobre los poros dilatados con una ligera presión, entre 30 segundos y 1 minuto como máximo para no irritar la piel.
También puede aplicarse sobre la piel, con un algodón, agua floral de hamamelis (o “avellano de bruja” o “avellano mágico”). Es una planta originaria de la región del Amazonas que posee propiedades astringentes, es decir, contrae las mucosas. En la piel sirve para cerrar los poros dilatados.
El aceite de avellana y las lociones de aloe vera también funcionan bien.
Aquellos que se encuentren con ganas siempre pueden, por supuesto, elaborar sus propias mascarillas:
¿Conocía esta soluciones para mantener el tamaño de los poros de la piel a raya? ¿Utiliza alguna otra? Le invitamos a compartir sus consejos con el resto de lectores de www.saludnutricionbienestar.com haciendo un comentario un poco más abajo.
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Siguiendo las indicaciones de Alberto Martí Bosch hace 6 años que todos los días los comienzo con un baño de inmersión con 2kg de sal gruesa. Tengo 78 años y este hábito y otras actividades han incrementado mi salud y energía y eliminado molestias musculares y óseas que tenía. ¿Cual es vuestra opinión al respecto?
Interesantísimo el reporte de los poros dilatados los consejos que dan están sencillos fáciles de hacer los voy a poner en práctica pues yo tengo ese problema gracias.
Gracias x este artículo es mi problema frecuente, lo pondré en práctica lo de las mascarillas.