No hay duda de que sonreír es bueno para la salud, pues aumenta el nivel de endorfinas, la hormona responsable de la felicidad. Sin embargo, sonreír sin ganas y por obligación, como sucede por ejemplo en un trabajo de cara al público, puede inducir al alcoholismo. Esta es la sorprendente conclusión de un equipo de investigadores tras analizar los hábitos de consumo de 1.592 profesionales que tienen contacto directo con el cliente(1), a los que preguntaron la frecuencia con la que fingían u omitían sus emociones, así como la cantidad de alcohol que tomaban después del trabajo.
Y es que al parecer existe una relación entre fingir o exagerar las emociones positivas (o reprimir las negativas) de manera regular y un excesivo consumo de alcohol después del trabajo. La explicación se encuentra en que al simular o suprimir las emociones se está abusando del autocontrol, lo que hace que ya no contemos con él cuando toca controlar la vía de escape que se use para no pensar en el trabajo, como ocurre en este caso con el alcohol. Ello tiene como consecuencia que las personas que más interactúan con el público en su trabajo beben más que la media.
No obstante, esa relación también depende del tipo de trabajo que se realice. Por ejemplo, los enfermeros pueden forzar las emociones positivas para consolar al paciente, lo que a la larga beneficia su relación paciente-enfermero y no tiene consecuencias negativas. Pero si se están fingiendo esas emociones para conseguir una mayor propina, por ejemplo en una cafetería, el efecto en la salud no es positivo y resulta agotador si se está repitiendo una y otra vez.
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