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Tragedia en Valencia

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Cuando una tragedia arrasa comunidades enteras, como ha ocurrido en Valencia, nos enfrentamos a una dolorosa realidad: mientras algunos lo han perdido todo, otros siguen con sus vidas como si nada hubiera ocurrido. Con este texto invitamos a reflexionar sobre cómo vivir con empatía y respeto en momentos de crisis. Equilibrando nuestras propias rutinas con la solidaridad y la sensibilidad hacia quienes sufren.

Valencia es hoy una ciudad arrasada, al igual que otros municipios de la provincia.

Las lluvias torrenciales de la semana pasada, el desbordamiento de ríos y barrancos y las inundaciones relámpago, han dejado localidades enteras anegadas por la lluvia.

Cientos de personas han perdido la vida, varios cientos más siguen desaparecidas. Las imágenes que nos llegan muestran un panorama apocalíptico, dantesco, en el que muchos vecinos han perdido absolutamente todo, las infraestructuras han quedado dañadas, los comercios han desaparecido. Comunidades enteras están devastadas.

Es una situación de dolor colectivo que pone en evidencia una compleja e inevitable realidad: mientras una parte del país vive momentos de verdadero apocalipsis, otra parte continúa con sus actividades cotidianas.

El mismo día que muchas localidades estaban inundadas y ya llegaban terribles imágenes de cauces desbordados, coches arrastrados por las corrientes y personas desesperadas, en otros sitios del país se preparaban las fiestas de Halloween. Y cuando el jueves ya el dolor en la comunidad valenciana era clamoroso, en redes sociales se compartían disfraces, fiestas, cenas… como si nada hubiera pasado.

Y realmente para la inmensa mayoría de los habitantes del país nada ha pasado. Sus vidas, su mundo, sigue intacto. Aunque para otros el mundo que conocían se haya desintegrado.

¿Ver o sentir?

Este contraste es duro de procesar. Para quienes no han sido directamente afectados, puede ser difícil imaginar la magnitud de la pérdida que otros están sufriendo.

Sin embargo, la tecnología y las redes sociales nos han hecho más conscientes de esta división emocional, en la que para algunos la tragedia se convierte en algo que “vemos” en lugar de algo que “sentimos”.

Esta desconexión puede provocar una especie de disonancia ética: ¿es adecuado continuar con nuestra vida como si tal cosa mientras otros atraviesan un sufrimiento tan profundo?

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La respuesta es compleja.

En un momento así vale la pena recordar que adoptar una postura EQUILIBRADA es importante, tanto para respetar el sufrimiento de quienes lo están viviendo como también para cuidar nuestra propia salud emocional.

Aquí tiene algunas pautas por si pueden serle útiles.

  1. Evitar la frivolidad en tiempos de crisis. Si bien la vida sigue, es importante ser conscientes de cómo nuestra conducta en momentos así puede resonar en los demás. Las publicaciones o actitudes frívolas pueden parecer fuera de lugar e incluso ofensivas para quienes viven la tragedia en carne propia. Ser sensibles a esto no significa que debamos frenar nuestra vida, pero sí que consideremos el impacto de nuestros actos, especialmente en el ámbito público.
  2. Adoptar una empatía activa y solidaria. Estar informados es fundamental, pero también lo es preguntarnos cómo podemos ayudar. La solidaridad puede tomar muchas formas: desde donar o colaborar con organizaciones de ayuda hasta simplemente compartir información útil para aquellos que puedan necesitarla. Ser parte activa de la solución o al menos contribuir de alguna manera puede ayudarnos a mitigar el sentimiento de impotencia y crear un impacto positivo.
  3. Evitar caer en el doomscrolling. El otro extremo de la desconexión es el exceso de información negativa. Quedarse pegado al flujo interminable de noticias trágicas puede afectar seriamente nuestra salud mental, generando ansiedad y desesperanza. La corriente interminable de noticias sobre crisis y tragedias genera una sensación constante de inquietud, algo que se conoce como “incertidumbre existencial”. Cuando nos concentramos en esta incertidumbre, se desencadenan ciertas respuestas en el cerebro, particularmente en la amígdala, la parte responsable de procesar las amenazas, y se inicia una reacción en cadena, liberando hormonas del estrés como el cortisol. Y si este proceso se mantiene en el tiempo puede conllevar un estrés crónico que, debido al efecto inflamatorio, acabe afectando incluso al correcto funcionamiento del cerebro. En vez de consumir información sin fin, puede ser saludable establecer límites y luego dedicar el tiempo a actividades que también nos nutran emocionalmente.
  4. Vivir con propósito, sin desentenderse. La tragedia de otros no debe anular nuestra vida, pero sí puede recordarnos la importancia de vivir de manera consciente y solidaria. La vida sigue, pero seguir adelante también significa reconocer el dolor ajeno y, en la medida de lo posible, buscar una conexión que nos enriquezca a todos. Pequeños gestos, como una llamada de apoyo a quienes están cerca de las zonas afectadas o el respeto por el duelo colectivo, pueden marcar una gran diferencia.

En este contexto, vivir con sensibilidad y respeto hacia los demás puede ayudar a que el país, como conjunto, se sobreponga y sane. La empatía activa, el compromiso con una ayuda concreta y el autocuidado emocional son herramientas esenciales para atravesar estos tiempos difíciles de una manera saludable y solidaria.

Nuestro abrazo más sincero para aquellos que han sufrido en carne propia esta tragedia.


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