Siento comenzar este texto contándole algo terrible, pero es necesario:
El año pasado, el hijo (único) de unos conocidos murió ahogado dentro de un coche la madrugada del día de Navidad.
Cuando regresaba a casa tras la cena, su coche se salió de la calzada y cayó al agua. No logró salir.
Esta es una de las cosas más terribles que pueden sucederle a un padre, lo sé. Pero parece que el destino se ceba aún más cuando algo así sucede una noche como esa.
No tiene sentido negarlo. Mientras que para muchos la Navidad es una época cargada de ilusión, de emotividad y de reencuentros -una época feliz, en definitiva-, muchos otros lo único que desean es que pase lo más rápido posible.
Puede ser que se acuerden de una trágica pérdida o de los que ya no están. Esto es lo que se conoce como “síndrome de la silla vacía”, el cual en un año como este, en medio de una pandemia que ha dejado tantas víctimas por el camino, azota con dureza.
También puede que se vean más solos de lo que les gustaría (no olvidemos a todos los que se encuentran ahora mismo confinados a causa de los contagios), que alguien en su entorno sufra una enfermedad grave o que, simplemente, arrastren una depresión.
Sea cual sea el motivo, estas fechas pueden convertirse en un momento terrible en el que se acaba sufriendo más de lo habitual por la enorme presión que ejerce el “deseo de felicidad”.
Ante esto, es perfectamente lógico sentir agobio y que, de hecho, una persona en duelo termine todavía más replegada sobre sí misma.
Así que, si usted está sufriendo especialmente en estos días, sepa que le entiendo y no voy a pedirle que sonría “a pesar de todo”. Lo único que me gustaría es que leyese este texto hasta el final y, si se ve con fuerzas, me comparta su propia experiencia o sus pensamientos al final.
El otro día me encontré en redes sociales un texto que, más o menos, decía lo siguiente:
“Imagínate haber nacido en 1900.
Cuando tienes 14 años comienza la Primera Guerra Mundial, que termina cuando tienes 18 tras haber dejado un reguero de 22 millones de muertos.
Poco después llega una pandemia mundial, la mal llamada gripe española, que mata a 50 millones de personas.
Sales vivo de ella y solo tienes 20 años.
A los 29 sobrevives a la crisis económica mundial que arranca con el colapso de la bolsa de Nueva York y provoca un reguero de inflación, desempleo y hambre.
Después, a tus 33 años los nazis llegan al poder. En España en 1936 da comienzo una guerra civil que se salda con medio millón de muertes y familias y vecinos enfrentados de por vida.
Cuando cumples 39, la Segunda Guerra Mundial. Esta termina cuando ya tienes 45, tras haber dejado el Holocausto una suma de 6 millones de judíos asesinados. Esta contienda se habrá cobrado la vida de más de 60 millones de personas, en total.
Y no será la última que vean tus ojos: cuando tienes 52 años arranca la guerra de Corea, con 64 la de Vietnam (que acabará cuando tengas 75)…”.
Por supuesto que tal sucesión de desgracias, así expuestas, lo dejan a uno hecho polvo y sin ganas de mediar palabra. Pero debo decir que a mí personalmente el proceso mental que subyace me parece tremendo, por no decir directamente horrible.
¿No tiene uno derecho, acaso, a sentirse desdichado, aunque sus desgracias sean solo las suyas y no tengan esa magnitud?
Asumir los contratiempos, las desgracias personales, y entenderlas forma parte del proceso de recuperación.
Lo que no hay que hacer, eso sí, es regocijarse ni instalarse a largo plazo en el dolor y el miedo. Y es que tan malo para la salud es reprimir el duelo como permanecer en él más tiempo del que corresponde.
Ahora bien, ¿cuánto es ese tiempo “que corresponde”? Pues nadie lo sabe y todos lo sabemos, en realidad.
Es decir, que si se aprende a escuchar al propio cuerpo y se dejan fluir las emociones, uno termina por saberlo.
Los expertos coinciden en que el duelo es un proceso por el que, en caso de una eventual desgracia, tarde o temprano hay que pasar.
Es en sí mismo algo complejo, compuesto por multitud de emociones y pensamientos que nos barren por completo. Pero, si no se deja que fluyan, esas mismas emociones pueden terminar aflorando por otro lado, como por ejemplo bajo la apariencia de una enfermedad (incluso alguna tan grave como el cáncer).
El problema es que vivimos en una sociedad que ha hecho del duelo algo anormal, que castiga al afligido y que solo quiere ver sonrisas y rostros alegres, pese a que la tristeza también forma parte de la vida. Y de hecho ocupa una parte crucial; piense que, sin tristeza, no podríamos saber siquiera qué significa la alegría.
Pues bien, si la tristeza se silencia en cualquier momento del año, ¡imagínese en una época como las navidades!
Estas fechas son el momento de exaltación de la familia y el hogar por excelencia. Y precisamente por ello muchas personas, tras una dramática pérdida (como la que conté al comienzo de este e-mail), nunca vuelven a disfrutarlas igual.
Hay quien dice que solo la inocencia infantil vuelve a despertar el espíritu navideño y la ilusión más puros, esos que todos vamos perdiendo a medida que la vida nos sacude con sus vicisitudes.
Yo no sé si es así.
Lo único que sé es que sentir dolor en unas fechas señaladas como estas es perfectamente normal. Y que sentir el corazón dividido, entre la alegría por los que están y la pena por los que no, también lo es.
El único consejo que puedo darle es que, sean cuales sean sus emociones estos días, no dude en expresarlas abiertamente.
Llore si lo necesita, hable de la persona ausente o de aquello que mueve su pena e incluso trate de simbolizarlo mediante algún elemento que le ayude a sentirse reconfortado.
Siempre que no se haga daño a los que nos rodean, por supuesto, esas son las mejores formas de ayudar a liberarse del dolor.
Y sea como fuere, no olvide que, más pronto que tarde, las navidades terminan y la vida continúa. Así que todo mi ánimo y cariño en estas fechas y… ¡próspero y saludable 2022!
Antes le pedí que, si se veía con fuerzas, me contase su propia experiencia y qué opina de todo esto dejándome un comentario. Aquí puede hacerlo. ¡Estaré encantado de leerle!
Artículos relacionados