¿Qué pensaría si le dijeran que debe pagar más por un nuevo medicamento, pese a que ofrece los mismos efectos que otros ya disponibles y a un costo menor? Seguramente, lo consideraría injusto, ¿verdad? Sin embargo, esta situación es más común de lo que podríamos imaginar.
¿Qué pensaría si tuviera que pagar más dinero por un fármaco que acaba de salir al mercado, pero que ofrece los mismos efectos que otros medicamentos ya existentes y que además son más baratos?
Es probable que le parezca hasta una tomadura de pelo, ¿verdad?
Sin embargo, se trata de una realidad que es más habitual de lo que podríamos imaginar.
La Agencia Europea de Medicamentos (EMA) y la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos son los organismos encargados de validar la comercialización de un fármaco, en Europa y Estados Unidos respectivamente. En otras palabras, son los que deciden si un medicamento es apto para usarse sin entrañar riesgos para la salud.
Sin embargo, en esa evaluación no se compara la eficacia del fármaco en cuestión con la de otros que ya existían.
Esta labor corresponde a organismos independientes, vinculados cada uno al país (o estado) donde se comercializará ese fármaco, como es el caso de España con la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS).
Este organismo es el encargado de evaluar la relevancia de medicamentos similares, comparándolos entre sí. Y esto permite, por ejemplo, que el gobierno de cada país sepa qué fármacos interesa que estén disponibles lo antes posible.
Asimismo, ayuda a que pacientes y médicos sepan qué medicamentos pueden aplicar para cada tratamiento, atendiendo tanto a su eficacia como al precio de venta.
En resumen, la EMA aprueba y la AEMPS hace la selección final.
Ahora bien, debido a este proceso puede ocurrir que se comercialicen fármacos muy similares entre sí, según su aplicación terapéutica, pero con una diferencia de precios abismal.
Es decir, que se desarrollan nuevos fármacos, lo que implica un gran costo en investigación y material, para prácticamente nada. Debido a que su eficacia es igual (o incluso menor) a la que conseguían otros ya disponibles en el mercado.
Aunque lo peor es que muchos de esos fármacos acaban vendiéndose más caros bajo el pretexto de que son nuevos.
Esta ha sido la conclusión de un estudio realizado por la Universidad de Zúrich en la que se analizaron los medicamentos que se pusieron a la venta en Europa y Estados Unidos entre los años 2011 y 2020. (1)
Estamos hablando de entre 80 y 100 medicamentos nuevos cada año que, en realidad, no ofrecen ninguna indicación nueva.
Para entender esto bien, hay que pensar que cada fármaco que llega al mercado recibe una primera indicación. Se refiere a la primera descripción para su uso.
Pero a menudo ocurre que estudios posteriores a su comercialización demuestran que ese mismo fármaco puede ayudar ante otros problemas de salud. Y, cuando esto ocurre, el medicamento recibe indicaciones adicionales.
Por ejemplo, el Pembrolizumab se aprobó primero para el tratamiento de un tipo de cáncer de piel, el melanoma avanzado (su primera indicación) y luego para tratar el cáncer de pulmón, riñón… (indicaciones adicionales).
Pues bien, volviendo al estudio del que le hablábamos, sus responsables han constatado que hasta dos tercios de los nuevos usos descubiertos para medicamentos ya presentes en el mercado tienen un “bajo valor terapéutico”. O, dicho de un modo más claro, que no valen mucho.
Sobre todo, no valen los altísimos precios que llegan a pagarse por esos fármacos “nuevos”.
Precisamente por ello señalan la necesidad de que toda la información referente al valor terapéutico del fármaco, comparándolo con otros medicamentos ya existentes, debe ser comunicada claramente. Tanto al paciente que tenga la intención de usarlo como a los médicos que puedan prescribirlo.
Y, asimismo, que esa similitud quede reflejada en el precio del “nuevo” fármaco, existiendo una coherencia entre su coste y las nuevas propiedades que realmente ofrece.
De este modo, cuando se adquiera un medicamento en la farmacia, debe estar bien indicada su eficacia, si existe algún medicamento similar y si esa eficacia es equitativa en relación a su coste.
Porque… ¿para qué pagar más por un fármaco cuando se puede obtener el mismo resultado con otro ya existente a un menor precio?
Este razonamiento es totalmente válido.
Sobre todo, si estamos hablando de fármacos destinados al tratamiento del cáncer, que es lo que sucedía con la mayoría de los medicamentos analizados por la EMA entre 2011 y 2022.
Porque no se trata de medicamentos para pacientes con dolor de cabeza o de estómago. Se trata de personas que sufren graves enfermedades, que en muchos casos tienen un estado de salud muy delicado y que estarían dispuestas a hacer lo que fuera para acabar con esa enfermedad.
Incluido el pagar un alto precio por un fármaco que, le han asegurado, puede ayudarles a hacer frente a ese tumor.
Por tanto, no comunicar toda la información relativa a ese medicamento (y otros similares) conlleva, directamente, que el paciente pierda su tiempo y su dinero. Y también su esperanza.
Algo totalmente inaceptable. Más aún cuando estamos hablando de su salud.
Ante las conclusiones de este estudio, surge la necesidad de reflexionar.
Es hora de que el campo farmacológico deje de ser una carrera hacia la mayor rentabilidad para los laboratorios que desarrollan esos medicamentos. Y que por encima de los beneficios económicos siempre prime la salud de las personas.
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