Vivimos en una sociedad del confort donde, gracias a los adelantos tecnológicos, la vida es mucho más fácil que antes.
Ahora contamos con electrodomésticos que nos ayudan con las tareas del hogar. Con medios de transporte que nos permiten llegar a casi cualquier rincón del mundo en cuestión de horas. Y con muchos trabajos que se realizan sentados, tras un ordenador, incluso sin necesidad de salir de casa gracias al teletrabajo.
Ahora bien, esta “sociedad del confort” también podría describirse como un “ambiente obesogénico”. Y eso no es nada bueno para nuestra salud. (1)
Con este término se define a los escenarios que favorecen el desarrollo de la obesidad, debido a varios factores.
Por un lado, son aquellos lugares donde se da un estilo de vida sedentario, como ocurre con ese trabajo de escritorio que le comentábamos, que hace que apenas nos movamos durante horas.
Aunque también se considera “ambiente obesogénico” al conjunto de factores externos que pueden conducir al sobrepeso. Y en este sentido podríamos decir que nuestra sociedad es, en sí misma, un ambiente obesogénico.
Basta pensar en los estantes de cualquier supermercado donde se ofrece comida ya preparada, que solo tenemos que calentar en el microondas, y que está repleta de aditivos sintéticos y azúcares añadidos. Sin apenas nutrientes de calidad, que son los que interesan para el cuidado de la salud.
Pero antes incluso de entrar al supermercado nos encontramos con otros ejemplos, en forma de cafeterías, pastelerías y bares, que nos animan a sentarnos para tomar sus aperitivos, dulces o refrescos.
Y más aún. Cuando aún no hemos salido de casa, a través de la televisión, la publicidad nos llena de sugerentes platos que podemos disfrutar con una simple llamada de teléfono o a través de una aplicación del móvil. Para que ni siquiera tengamos que bajar al restaurante o al supermercado. ¡Nuestro plato o snack preferido directamente en casa en cuestión de minutos!
Aunque sabemos que buena parte de esta comida no es saludable, el propio estímulo de verla (en el estante del comercio, paseando por la calle o en un anuncio) hace que la queramos.
Incluso que la deseemos, ya que ese estímulo afecta directamente a nuestro nivel de dopamina, la hormona relacionada con la toma de decisiones y con la sensación de bienestar.
En otras palabras, al ver esa comida al alcance de nuestra mano, es nuestro propio cerebro el que nos pide consumirla. Y cuanto más comamos, más dopamina segregaremos, mejor nos sentiremos y, en consecuencia, querremos seguir comiendo.
¿El resultado de todo esto? Más riesgo de sobrepeso y obesidad, además de desarrollar trastornos metabólicos como diabetes, hipertensión…
Una vez comprendido qué son los “ambientes obesogénicos”, pero también que vivimos rodeados de este enemigo para nuestra salud, toca hacer frente al problema.
Porque sí, hay muchos estímulos que pueden hacer que nos alimentemos mal. Pero somos nosotros los que tenemos la última palabra.
Y con estos consejos podrá actuar sobre esos factores para no caer en la tentación.
Vaya al supermercado con una lista de la compra cerrada y cíñase a ella. Si tiene en mente solo lo que ha apuntado antes de salir de casa, teniendo en cuenta lo que realmente necesita, le será más fácil evitar la sección de dulces o de comida ya preparada. Secciones que, además, suelen estar nada más entrar en el supermercado y con llamativos colores.
Y para una mayor prevención, elabore esa lista de la compra teniendo en cuenta lo que va a comer durante toda la semana. Somos conscientes de que requiere más previsión, pero solo así se asegurará de contar con un menú variado y saludable los siete días.
Siguiendo el concepto de los ambientes obesogénicos, tendemos a comer lo que tenemos al alcance de la mano. Y esto también ocurre en casa, sobre todo si en algún momento tenemos ganas de picar algo.
Por ello, procure que los alimentos más saludables estén a la vista. Por ejemplo, en la encimera de la cocina o en el primer estante nada más abrir el armario o la nevera. Y deje los menos saludables en zonas más ocultas como el último estante del armario.
De este modo no solo previene el sedentarismo, tan nefasto para la salud. También evita que la publicidad que nos anima a consumir productos poco o nada nutricionales afecte a nuestra alimentación. Y lo mismo sucede con las redes sociales en general, donde aparecen constantemente recomendaciones de restaurantes, cadenas de comida a domicilio…
Ya hemos visto que la comida que se nos ofrece sin esfuerzo genera dopamina y esa hormona nos hace sentir bien. Queda claro, por tanto, la fuerte relación que existe entre comida y sentimientos.
Pero también podemos actuar sobre ella, en el caso de que no haga ningún bien a nuestra salud.
Por ejemplo, cuando vea el anuncio de una jugosa hamburguesa, antes de entrar a la cadena de restauración que la sirve, o incluso llamar para que se la traigan a casa, pregúntese si realmente tiene hambre. O si tal vez solo quiere probarla porque el anuncio le ha estimulado para hacerlo.
Si es lo segundo, aléjese de allí lo antes posible para vencer la tentación. Ya verá como en poco tiempo el “hambre” habrá desaparecido y ni siquiera se acordará de la hamburguesa.
Si sigue estos consejos tendrá el control de la situación y ese ambiente obesogénico, por mucho que le anime a comer productos poco saludables y en mayor cantidad, dejará de ser un problema.