Si a usted tuviesen que darle un diagnóstico desolador, ¿preferiría que le diesen la noticia directamente y cuanto antes o que el médico tratase de amortiguar un poco el golpe, dosificando la información o incluso con alguna “mentira piadosa”? Se trata de una cuestión muy personal, pero hay quien defiende las mentiras en toda regla; es decir, que jamás se le diga a un paciente que está “condenado” y que va a morir.
¿Por qué?
Porque la experiencia demuestra que siempre existe cierto nivel de incertidumbre; la probabilidad, incluso ínfima, de una remisión. Y, tras un diagnóstico fatídico, una curación pondría en tela de juicio el pronóstico dado y terminaría perjudicando a ese médico que creía estar diciendo “la verdad”.
Precisamente por eso se dice que en realidad la “verdad médica” es el engaño por excelencia. Y es que hace creer a los pacientes que la medicina es una ciencia exacta, un saber objetivo que permite predecir el futuro con certeza, cuando la realidad es que por naturaleza es más bien lo contrario.
“Cuando ustedes dicen a alguien que tiene una enfermedad mortal, mienten, ya que en realidad no saben nada de eso. Ningún hombre tiene derecho a condenar a otro hombre…”.
Estas eran las palabras que el filósofo francés Vladimir Jankélévitch (1903-1985) dedicó en su día a los médicos, acusándoles de hacer daño a los enfermos con sus “verdades”.
“Lo más importante para ustedes, médicos, es la prolongación del ser, y simplemente existen para ello. Por esa razón no tienen más que un imperativo: mantener la esperanza”.
La experiencia del personal sanitario en contacto con personas gravemente enfermas corrobora esta misma teoría. Diciendo la verdad al enfermo se corre el riesgo de arruinarle los últimos momentos de su vida, provocándole además la rendición (y con ello la muerte) prematura.
De hecho, no son pocos los suicidios que se dan tras un diagnóstico especialmente grave, o los casos de personas que rechazan todo tipo de cuidados tras conocer qué enfermedad sufren.
Y es que hay ciertas palabras, como por ejemplo, “metástasis”, capaces de asustar a cualquiera.
En concreto, “el término ‘metástasis’ es tabú. A veces los médicos prefieren obviarlo y simplemente dejan caer el tono de voz cuando tratan de someter a un paciente a una nueva quimio y ven que este es reticente”, explica Sylvie Fainzang, autora de La relación médico-paciente: información y falsedades. (1)
El que un pronóstico grave deba o no ser ocultado al enfermo, al menos temporal o parcialmente, y que eso sea legítimo, ha sido una cuestión muy debatida a lo largo de los tiempos.
Se remonta incluso al filósofo griego Platón, quien en La República alegaba que la mentira es un “medicamento” útil para el enfermo (si bien su empleo debe estar siempre reservado a los médicos).
También en la Antigua Roma se consideraba que un médico debía ser capaz de ocultar la verdad cuando eso era bueno para el enfermo; especialmente si este esperaba una curación y su dolencia era, en cambio, incurable.
Ahí empieza a evocarse el concepto de “mentira terapéutica”, al que con frecuencia se ha vuelto a recurrir a lo largo de la Historia y que hoy algunos códigos deontológicos médicos recogen, aunque sea parcialmente.
También hay quien, con toda legitimidad, ve el problema desde otro punto de vista totalmente diferente.
No decir la verdad a una persona en estado muy grave implica cierto riesgo de “robarle” parte del tiempo que le queda.
Y es que sin saber qué le depara de verdad el futuro inmediato, engañado sobre su devenir más probable, la persona no dedica su tiempo y sus energías a las cosas que haría si supiese qué le espera en realidad.
Por el contrario, si sabe la verdad el enfermo puede afrontar su propio destino. Prepararse para la muerte, poner en orden sus cosas, visitar a un notario cuando todavía dispone de tiempo y fuerzas para hacerlo… En definitiva, decidir con pleno conocimiento de causa cómo utilizar el tiempo que le queda.
En el imaginario común esa imagen podría estar representada por un anciano que, al final de una larga vida, distribuye entre sus descendientes palabras de sabiduría y bienes materiales, antes de abandonar este mundo.
El escritor ruso León Tolstói relata muy bien los efectos destructores de la mentira en su novela La muerte de Iván Ilich:
“El principal tormento de Iván Ilich era la mentira, esa mentira admitida por todos sin saber por qué: que él solo estaba enfermo y no muriéndose; que solo tenía que permanecer tranquilo y cuidarse para que todo se arreglase. Sin embargo, y lo sabía de sobra, hiciese lo que hiciese no llegaría más que a sufrimientos todavía más terribles y a la muerte. […] Esa mentira que se cometía sobre él la víspera de su muerte […] degradaba el acto solemne y formidable de la muerte”.
La verdad nos libra de la duda, de la incertidumbre, de la angustia de no saber.
Y además algunos pacientes se ven estimulados por el conocimiento a fondo de su enfermedad, encontrando en ello un motivo para cooperar activamente con el médico, incluso de abrirse a vías y terapias alternativas y complementarias (en las cuales puede que no hubiesen visto interés si hubieran permanecido en la visión estrecha de una medicina científica salvadora y “todopoderosa”).
Un clima de mentiras y de evasivas también puede derivar en una exageración de la gravedad de la situación, desencadenando en consecuencia una angustia extrema (con pensamientos del tipo: “Si no me dicen nada es porque estoy perdido”). Precisamente por eso es tan necesario alcanzar un punto intermedio que concilie ambas posturas aparentemente contradictorias.
“Cuando un paciente sufre una enfermedad grave, en fase terminal, me planteo la cuestión. No miento jamás, pero sí le digo que el saber científico es por naturaleza incierto y que nadie puede decir jamás cuándo va a llegar la muerte”, me explicaba hace tiempo un amigo, jefe de servicio de cuidados paliativos en un hospital.
“Sobre todo trato de tener en cuenta la historia del paciente y su capacidad de aceptar la verdad. Y también me repito a mí mismo que no decirlo todo o no hacerlo de repente, de forma brutal, no significa mentir. A veces es importante decir las cosas de manera progresiva, tomándose un tiempo. No tenemos derecho a quitarle a nadie la esperanza. Hay que decirle al paciente, por ejemplo, que nunca hemos visto a nadie sobrevivir más allá de 5 años, pero añadiendo que tampoco es algo imposible”.
El médico debe a la persona que examina, cura y aconseja una información sobre su estado que sea leal, clara y apropiada sobre su estado, así como sobre los cuidados que le propone.
No obstante, cuando una persona le pide a otra que la mantenga en la ignorancia respecto a un diagnóstico o un pronóstico, su voluntad debe ser en la medida de lo posible respetada.
Un pronóstico fatal solo puede ser revelado con cautela y cuidadndo también al informar a los familiares del paciente -salvo que este hubiera pedido expresamente que no se les informe-. En este sentido, cabe destacar que en nuestro país la Ley de Autonomía del Paciente, del año 2002, deja claro que el destinatario de la información es exclusivamente el paciente y las personas que este autorice. (2)
Me parece que ese es exactamente el buen equilibrio, por supuesto muy difícil de encontrar, entre el derecho a la verdad y el derecho a no ser “traumatizado” por una “verdad médica” que, por definición, es una realidad incierta.
Según estudios recientes entre el 60 y el 80% de los pacientes mienten a su médico. Y con frecuencia eso se debe al miedo a ser juzgados o reprendidos. (3) (4)
Investigadores de Middlesex y de Salt Lake City encuestaron a cerca de 4.500 personas, de las cuales hasta un 80% llegó a reconocer haber mentido en alguna ocasión a su médico. Mentiras sobre los medicamentos que toman, la dieta que siguen, la frecuencia con la que practican ejercicio, que continúan fumando o bebiendo alcohol, aunque sea de vez en cuando… Por miedo a ser un “mal paciente” y a que el médico piense que no vale la pena “perder el tiempo” tratándolo.
Pero eso es, por supuesto, lo peor que cualquier enfermo puede hacer: inducir voluntariamente a su médico a cometer un error por culpa de haberle dado información falsa. En otras palabras:
¡engañar a la persona que quiere ayudarle y salvarle!
Si usted lo hizo en alguna ocasión y no le dio importancia, reflexione sobre ello.
Me gustaría invitarle a que comparta su opinión acerca del tema de hoy dejando un comentario más abajo. ¿Qué prefiere usted, la verdad por delante o una mentira “piadosa”? ¿Ha vivido alguna experiencia relacionada con este tema que quiera compartir con todos los lectores? Estaremos encantados de leerle.
Fuentes:
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Cuando a mí me detectaron meningiomatosis múltiple hace dieciséis años, agradecí al médico que fuera realista y me contara exactamente lo que tenía y las posibilidades de salir adelante. Llegó a decirme que me quedaban seis meses de vida. Gracias a eso, fui operado con éxito y sigo vivo y coleando. Si me hubiesen dado largas o no me lo hubieran explicado, tal vez habría sido demasiado tarde cuando quisiera decidirme.
Siempre pensé que la verdad radical e inmediata era lo mejor cualquiera fuera el caso. La muerte de mi padre me enseñó que no. El deseaba mantener la esperanza, una mentira piadosa, una lucecita aunque fuera lejana. Le hizo daño saberse muerto antes de muerto, no se merecía tanta verdad, hubiera sido preferible entrar lentamente a ese camino sin retorno que iba sintiendo, que leía entre líneas, que sentía en su cuerpo debilitado que no le respondía.
Hoy sé que cada paciente merece la información y la forma que su persona merece y que no hay regla universal ni ley que pueda aplicarse justamente para todos. Cada uno merece saber lo que quiere saber y luchar hasta el minuto que desee luchar y las herencias no justifican la angustia previa a la partida de nadie.
Pienso que hay que decir las cosas sabiendo que nadie sabe la verdad absoluta, pues haciendo ver al paciente que siempre puede haber esperanza a su enfermedad y que la actitud y todos los medios disponibles sobre tratamientos son importantes para su curación, eso es un punto importante para su posible y en muchos casos probable curación.
Prefiero la verdad. Cuando uno está muy grave lo peor es pensar que estás perdiendo la cabeza y que son imaginaciones tuyas, sin dar mas que evasivas.
Si le preguntas al médico tendría siempre que decir su opinión y si es con humanidad mejor.
Cada persona necesita ser dueño de su tiempo aunque sólo sea para tomar sus últimas voluntades y cómo o donde quiere pasar ese trance.
A veces la familia intenta que el facultativo lo oculte. Pero es un derecho del interesado, en este caso del moribundo crea o no en los milagros.
Soy partidario de saber la verdad. Hay que prepararse a morir y dejar resueltos los asuntos familiares y despedirse de mujer e hijos.
Excelente artículo porque presentan de una forma objetiva las dos opciones… Personalmente siempre prefiero la verdad por más cruda que sea, porque finalmente solo uno es el dueño y arbitro de su vida y debe poder decidir la mejor forma de continuar su vida.
Que bueno que enviaran más artículos profundos!
Saludos y gracias.
Creo que es mejor vivir en la ignorancia, conozco un caso que ante la noticia, intento suicidarse.
Es cruel saber que tienes los días contados.
Sí, querría que mi médico me dijera que es posible que mi vida sea corta e incluso, el grado de sufrimiento que se espera que voy a padecer.
Hay frases de este artículo que expresan exactamente lo que pienso: «Negar la verdad al enfermo es robarle lo que le queda de vida…» Si sabe la verdad, el enfermo puede afrontar su propio destino. Prepararse para la muerte, poner en orden sus cosas, visitar a un notario cuando todavía dispone de tiempo y fuerzas para hacerlo. En definitiva, decidir con pleno conocimiento de causa cómo utilizar el tiempo que le queda.
Muy agradecida por todos sus informes. Un saludo
Y usted, ¿querría que su médico le dijera que va a morir?…
Pues yo sí que querría que el médico me dijera la verdad. Sin dejarse nada. Después de nacer es el acto más importante de nuestra existencia y tenemos derecho a saber y decidir hasta el último segundo de nuestra vida.
Decir la verdad sobre una enfermedad terminal al paciente, depende mucho de la confianza que el paciente y su médico se tienen uno al otro. Otra opinión mía es que depende de si el paciente se sugestione de tal manera que SI puede causarle la muerte, ya sea prematura o no siguiendo las indicaciones de su médico, o inclusive, quitándose la vida, ya que pensaría que sería perder el tiempo si verdaderamente está próximo a la muerte. En realidad depende de tantas cosas que es difícil dar una opinión certera, ya que como dice el dicho °cada cabeza es un mundo» y no se puede uno confiar de la opinión ajena.
Ahora, en lo que se refiere a decirle al médico la verdad sobre los síntomas de su malestar, SI creo que debe uno de decir la verdad, ya que, como ustedes lo expresan, si el médico quiere ayudar al paciente a aliviarse, opino que es su obligación de decirle la verdad, .Esa es mi opinión.
Desde luego que el tema es muy extenso y escabroso ya que intervienen miles de factores y depende de cada caso y de cada individuo. También influyen los familiares, desde luego, y mucho, ya que ellos por defender al ser querido también quieren dar su opinión y eso, en algunos casos es beneficioso, pero en otros, puede ser fatal. Verdaderamente es un dilema muy difícil de resolver y creo que hay que tratar cada caso individualmente, ya que cada ser es una persona que piensa diferente y toma sus decisiones en mil formas. diferentes
Yo, por ejemplo, prefiero que se me diga la verdad, (aunque a veces soy demasiado aprehensiva y me deprimo fácilmente ante ciertas noticias), pero por otro lado, si no me dicen la verdad mi optimismo se eleva demasiado y cometo errores al tomar decisiones. Como dije anteriormente, es muy, pero muy difícil tomar una decisión correcta ante ciertas situaciones y también puede influir el instinto tanto del médico como del paciente para dar la pauta de como actuar.
Mi esposo murió después de una larga enfermedad, un mes antes de su muerte estuvo hospitalizado y los médicos me dijeron que era mejor llevármelo a la casa, que le quedaba poco tiempo de vida, aproximadamente un mes, que ellos o la ciencia ya no podían hacer nada. Era mejor que estuviera en su casa con comodidades y el cariño de su familia. Así lo hicimos le acondicionamos la habitación y contratamos un enfermero para las noches y yo lo atendía en el día. Los médicos me dijeron paso por paso cuales podían ser síntomas que presentaría cuando llegara el momento final, mi experiencia fue horrible verlo día y noche y pensar cuando sería el momento… No se si fue bueno o no que me dijeran que esperara la muerte de mi esposo día a día en la casa… Quede muy afectada… Hoy después de tres años es que empiezo a ser yo de nuevo… todavía me pregunto si ¿La ignorancia hubiera sido mejor?
Gracias
Hola, Tener Salud,
Menuda reflexión para arrancar el fin de semana.
Hasta el momento, yo siempre he pensado que, llegado ese momento, prefiría toda la verdad.
Conozco algunos casos en los que, como explicáis en la segunda parte del artículo, el enfermo ha puesto en orden no solo sus asuntos materiales, sino también los espirituales y ha sido él quien ha dado el consuelo, el coraje y la paz a sus seres queridos, lo que les ha ayudado en su duelo posterior.
Saludos.
Yo creo estar preparado para morir desde que tenía 20 años, por tanto, preferiría que me informasen.
No obstante, no tengo ninguna prisa para morir, al contrario!
Por eso trato de llevar una vida saludable y esta Web me ayuda en el intento.
¡Salud y bienestar para todos!
A mi entender, nunca se le debe mentir a un medico, ya que es cosa que va en contra de la salud de uno mismo.
Es muy complicado. Un familiar al informarle de que el tratamiento no había funcionado, simplemente se dejó morir. No puso en orden nada ni se despidió de nadie, ni se serenó, simplemente le dio depresión y se fue apagando lentamente.
No sé lo que elegiría.
No suelo confiar en los médicos, hoy por hoy son mediadores y sucursales de los laboratorios y me consta que muchos reciben incentivos económicos por parte de los laboratorios, sobre todo, por recetar fármacos costosos, especialmente en psiquiatría, prótesis, tratamientos a base de quimio, lentes intraoculares, etc…
Muy de acuerdo, muchas gracias.
La verdad matizada con alguna esperanza.
La muerte no me asusta. Es algo tan natural que no me sorprende. A mí me encantaría, llegado el momento, saber el tiempo que me queda para resolver cualquier asunto pendiente y no dejar problemas a nadie. Si tuviera una enfermedad terminal yo obligaría al médico a decirme la verdad, y para que éste no tenga escrúpulos le demostraría mi entereza y sobre todo mi fe en que pasaré a otro plano. La muerte no existe, es el vehículo para pasar a otra situación. Tengo pruebas fehacientes de ello.
La verdad por delante desde el primer momento y si hay alternativas de tratamientos innovadores, también.
Ante el hecho de la muerte, irreversible por el momento, aunque existe un libro «La muerte de la muerte» que da esperanzas al respecto, mi opinión es que, ante una situación en la que el profesional de la salud ha de informar al paciente sobre la realidad de la precariedad de su estado y la gravedad del mismo, debe, considerando las variables personales y contextuales del paciente, transmitirle la verdad con la máxima objetividad, máxima que es relativa considerando lo anterior. Por tanto, siempre adaptada a la persona que va a recibir la noticia.
Bien, es verdad que la situación es muy peliaguda, pero en mi más modesta opinión, pienso que es mejor decirle la verdad. El hecho de morir, nos acompaña a cada ser humano desde que nacemos -aunque no sabemos bien el momento cumbre-. No obstante, si se le dice la verdad al paciente, éste tiene tiempo para prepararse y zanjar cuentas pendientes, con lo que moralmente consigue una tranquilidad personal que, obrando a la ligera, no obtiene.
El decirle al enfermo que va a morir, pienso logra este efecto, pero lo que no veo muy bien es que se le diga la verdad de «cómo va a morir» -sus síntomas-. En ese terreno es dónde creo que el médico debe inventarse «algo muy bueno» para conseguir engañarle y que llegue al momento crítico con un poco de ignorancia respecto a él y, que una vez llegado éste, sea su destino el que obre.
Hay que contar la verdad pero dejando una puerta abierta: «Su enfermedad, hoy por hoy, parece incurable pero intentaremos, con su ayuda, (pensamientos positivos y otros) y nuestra dedicación, darle esquinazo»
Nadie puede ni debe afirmar algo que en verdad desconoce…
¿O acaso con el título de médico se otorga el don de la infalibilidad?
Por otra parte, quien de verdad quiere vivir, vive y hace caso omiso de una sentencia médica buscando entre todas a su alcance para recuperar su Armonía Holística. Sin embargo, quien no posee en sí las suficientes ganas de vivir, de buscar la forma de cambiar aquello que en su fuero interno le ha llevado hasta ese punto extremo…
La verdad por delante siempre.
Yo prefiero la verdad por delante.
Yo quiero saber la verdad. El tiempo que me queda y si voy a sufrir o no.
Necesito saberlo para poder prepararme y tomar las disposiciones necesarias.
Siendo ateo, no tengo preocupaciones por lo que pueda pasar después de muerto. Se que no pasará nada y que no hay nada después. Pero quiero poder organizar a mi manera lo que me queda de vida.
Totalmente de acuerdo con el criterio del doctor jefe de paliativos, respecto al equilibrio en el diagnóstico: NO MENTIR, pero hacer hincapié en que cada persona es distinta, con sus propias capacidades no siempre coincidentes con la estadística, y que el conocimiento y opinión personal del pronosticador puede y debe ser completado o ampliado por otras posibilidades a explorar. Nunca se debe menoscabar la fuerza impulsora de este enfoque en mi opinión. Que sinceramente, pienso que es el más ajustado no sólo a la ética, sino a la realidad.
Yo pienso que es mejor decir la verdad pero de manera humanitaria y nunca quitándole esperanzas de sobrevivir pues la mente influye mucho sobre el cuerpo y el pronóstico.
Es mejor saberlo para poder vivir lo que te quede de vida en paz contigo mismo y con los demás.
Procuro ir desprendiéndome de «equipaje» poco a poco, dejando mis asuntos en un relativo orden, de forma que si llegara el caso de una enfermedad de mal pronóstico, pudiera tener la cabeza despejada para centrarme en aprovechar el tiempo disponible… Eso es la teoría y así creo que pediría la verdad de mi situación. Pienso que mejor que pidiese la verdad, pues soy muy curioso e intuitivo y estoy seguro de que «leyendo» los gestos, los silencios, los tonos de voz, las miradas… Me acabaría enterando y la ocultación solo haría que entonces magnificase quizá la gravedad de mi estado… O sea, verdad sí, pero siempre verdad con esperanza.
¡Interesante artículo!
Al respecto solo puedo decir que depende de cada caso.
En el mio prefiero la verdad, no le tengo miedo a la muerte.
A mi hija (36 años) le diagnosticaron cáncer de colón (grado 04) con metástasis en el 80 % del hígado y solo le dieron de 6 meses a un año y vivió casi 5 años. Se lo dijeron y eso le dio fuerzas para vivir.
A mi madre le dieron 3 meses de vida (cáncer de mama) y vivió 8 años.
Los médicos no son infalibles.
A mi padre le dijeron brutalmente que no había nada que hacer, le dieron un frasquito de morfina y un teléfono para pedir oxigeno junto con el numero de la asociación contra el cáncer, voluntarios con pocos medios y muchas peticiones de ayuda. De estar todavía con energía y esperanzado, perdió la fuerza para luchar, intentó suicidarse con pastilla y murió a los 20 días. Ha sido tremendamente cruel no darle una esperanza aunque remota con con un placebo… Es más, me dijeron que los placebos están prohibidos en España o por lo menos en Andalucía. Ha sido la situación mas desesperada que me ha tocado vivir.
No me asusta la muerte pero si el dolor y sufrimiento. Prefiero la verdad pero con la eutanasia final. Por eso he hecho el testamento vital.
Por supuesto la verdad, mi lema es no tengo esperanzas, lo se, ¿pero que puedo hacer para intentar luchar contra ese diagnóstico?
Me he visto en esa tesitura con un hijo de 25 años y créame que lo difícil fue oír del propio oncólogo, no puedo responder a su hijo, hágalo por mi.
Pero fue también la decisión mas valiente que e tomado en mi vida, hablar con sinceridad y animarlo a luchar, hoy contra todo pronostico sigue vivo.
Me gustaría saber la verdad, una mentira sobre la enfermedad sería engañarme a mi misma sobre la verdadera realidad. Hay que afrontar los problemas de salud como vienen y siempre intentando ser optimista, pues si luchas con una sonrisa, recibirás sonrisas y todo será más agradable para ti y los que te rodean.
La verdad = realidad en este tema tan personal, no creo haya nadie preparado para exponerla. Ahora bien, si nos regimos por la estadística, considerada como la casuística numérica, no tenemos más remedio que aceptarla como verdadera, deseando que se aplique a los menos posibles. Les expongo mi reflexión.
Mi humilde opinión es que si bien la verdad hay que saberla, no tiene porque ser la verdad la opinión del médico.
Decir que habla desde su experiencia y sus conocimientos puede ayudar a reflexionar sobre como replantearse vivir el momento presente y agradecer que todo ocurre por alguna razón y mi laboratorio interior puede empezar a reaccionar a mi favor.
Ser sensible para dar explicaciones es una muestra del gran profesional.
La verdad siempre se pone de manifiesto y está en mí gestionarla.
Me siento algo desconsolado porque en ningún comentario he leído sobre la esperanza o incertidumbre que debería estar presente en los últimos días de vida de una persona. Si no es el enfermo terminal, podían ser algunos familiares los que pensaran en el nuevo camino que se emprende después de morir, o al menos, con alguna o muchas dudas. Si algo me podía preocupar a mí, sería la suerte de mis familiares cercanos que se quedan, pero a mí la muerte no me preocupa porque tengo la esperanza de encontrar otra vida más plena, sin frío ni calor, ni gente amargada porque se equivocó al elegir el camino, ni gente triste porque el mundo es injusto con los desfavorecidos de la tierra, ni carteristas que roban a los turistas que viajan con ilusión y amor con el sano deseo de conocer mundo.
El tema de la vida y la muerte, creo que deberían enseñarlo en los colegios, así no tendríamos que enfrentarnos a ese trance tan doloroso para todos. En edades tan adultas si se educará desde pequeños que la vida y la muerte van juntas, creo que no se daría tanta importancia al hecho de irse cuando podía ser simplemente una fase más de nuestra vida en la tierra.
Hay que decir la realidad, que suele ser la verdad.
Mi experiencia; En New York, que es donde vivía mi madre y vive mi hermana, aprobé la eutanasia. Consideré que dejaría de sufrir de acuerdo a su situación irreversible. Experiencia de esta vida.
Esto de «decir la verdad» en realidad es bastante relativo ya que es la opinión del médico en relación a una enfermedad que él cree o no terminal. La opinión del médico puede ser en algunos casos una sentencia de muerte, impacta fuertemente en la psique de sus pacientes y algunos hacen sus diagnósticos con frialdad. Yo creo que siempre hay una esperanza, por lo tanto el médico debería cambiar su lenguaje y hablar de la enfermedad con el paciente siempre con esperanza aunque la conclusión de los exámenes sea la muerte; decirle al paciente que hay una posibilidad de morir y que la medicina tradicional no puede hacer nada mas es mejor que decirle al paciente que le quedan por meses de vida. Personalmente creo que la enfermedad es algo muy personal y es mucho lo que las creencias propias pueden hacer al respecto, tanto que puede morir en menos tiempo del que se creía o hasta sanar completamente. Por último señalar que creo es necesario enfrentar la muerte, es decir, hacerla parte de nuestra vida, no desviar la mirada y hacer oídos sordos ante la palabra «MUERTE» sino que verla como parte integrante de la VIDA. Enfrentarla y hablar de la muerte, no temer a la palabra o a su significado, haciéndola parte de la vida es liberador.
Si he de morir, me gustaría saberlo. En realidad creo que la muerte es un acontecimiento tan natural como el nacimiento. A mi no me da miedo la muerte.
Aprovecharía para hacer Las cosas que me gustan y no he podido hacer. Repasaría mi vida, lo que hecho bien y lo que hecho mal y esto último intentaría corregirlo.
Solucionaría los asuntos pendientes con familiares y amigos y intentaría expandir mi capacidad de amar a todos y a todo.
La vida es maravillosa y la muerte también.
Atravesé un diagnóstico y cirugías por tumor maligno y siempre preferí «la absoluta verdad». Esto me permitió cambiar muchas de las que eran «mis prioridades», revalorizar muchas situaciones y personas, y re-armar lo que pretendo del resto de mi vida. Los profesionales de la salud deben ser muy respetuosos y cuidadosos en cómo encaran la situación o cuadro de salud con sus pacientes, porque » así como una palabra cura, una palabra puede matar » .Los seres humanos somos extremadamente emocionales, aunque alguno no lo parezca y también percibimos si nos mienten o esconden algo, que excede la terapéutica que apliquen y cada persona tiene que ser respetado en
su capacidad de elegir. Mi experiencia fue que el médico fue sucinto y directo, pero fue muy inapropiado que al darme a conocer el diagnóstico no tuviera en cuenta que estaba también mi mamá y ella muy mayor de edad y con patología cardíaca quedó muy afectada.
Si se tratara de informar a un ser querido de una enfermedad terminal, pienso que es cruel hacerle saber que tiene los días contados. No tenemos derecho a quitarle a nadie la esperanza de seguir viviendo más tiempo del que le predicen, porque los pronósticos de vida no siempre se cumplen. Pienso que no habría que esperar llegar al final de tus días para dejar tus cosas en orden. Tampoco sabemos, y llegado el momento, cómo vamos a responder… Podemos abandonarnos y no querer seguir viviendo, o por el contrario reunir fuerzas para seguir luchando. Depende de la persona y de sus circunstancias.
En definitiva yo estaría de acuerdo en hablar de la enfermedad con total claridad pero siempre con esperanza. Sí que es verdad, como se ha afirmado anteriormente que la verdad nos libra de la duda, de la incertidumbre, de la angustia de no saber.
Yo tengo una enfermedad rara, Quistes de Tarlov, y también tengo un electro estimulador de médula.