Esta serie de dibujos marcó a varias generaciones. De hecho, con ella muchos empezamos a interesarnos por cómo debíamos cuidar de nuestra salud. Sin embargo, hoy día en la televisión ya no hay apenas programas infantiles educativos de esa calidad, capaz de enseñar de forma amena el funcionamiento del cuerpo humano.
El otro día, mientras ordenaba el trastero, experimenté un emotivo viaje al pasado cuando vi la caja donde guardaba todos los VHS de una serie que me marcó enormemente siendo niño: Érase una vez… la vida (también conocida en nuestro país como Érase una vez… el cuerpo humano).
Aunque al verlos también pensé -y seguro que muchos están de acuerdo conmigo- que en la televisión cada vez tienen menos cabida programas de tanta calidad educativa como este.
Y es que en su época Érase una vez… la vida destacó por ser una auténtica superproducción. Para su realización colaboraron diversas televisiones públicas, tanto europeas como americanas.
Su objetivo era ofrecer un programa con el que los niños pudieran aprender.
¡Y vaya si lo hacían!
En mi caso particular aún recuerdo las tardes en las que me sentaba frente al televisor, casi emocionado por la nueva parte del cuerpo humano que iba a descubrir ese día.
Y tiempo después, cuando compré la colección de vídeos de la serie para volver a verla con mis hijos, fue como si la descubriera de nuevo.
Porque solo entonces me di cuenta de muchos detalles que de pequeño me habían pasado totalmente desapercibidos, como por ejemplo la similitud entre algunos personajes y la parte del cuerpo que representaban.
Y es que se explicaban cosas realmente complejas, pero de una forma clara, sencilla y amena. De ese modo los niños conseguían absorber todo el conocimiento, y ello sin perder un ápice de rigurosidad.
Recuerdo el primer episodio en el que vi aparecer a los glóbulos rojos, unos de mis personajes favoritos, cargando a sus espaldas pesadas bolas de dióxido de carbono que debían llevar hasta los pulmones.
Cuando tiempo después aparecieron de nuevo, pero con un color más claro y llevando bolas de oxígeno, mucho más ligeras… ¡comprendí a la primera cómo funcionaba el sistema circulatorio!
Y lo mismo me sucedió cuando vi actuar a los mensajeros del sistema nervioso, los cuales enviaban órdenes a todo el cuerpo con el cerebro como “centro de control”.
O con las plaquetas, que aparecían jugando por el torrente sanguíneo hasta que recibían el aviso de que se había producido una herida. Entonces corrían hacia el lugar indicado para formar, junto con sus amigas, coágulos que ayudaban a frenar la hemorragia.
Podría estar así durante horas.
Y es que con cada episodio quedaba patente la dedicación y el esfuerzo invertido para ofrecer un programa infantil educativo de extraordinaria calidad.
Recordar mis buenos tiempos con Maestro, el adorable y sabio anciano que instruía al grupo de niños sobre la importancia de alimentarse bien, de hacer ejercicio o de lavarse las manos antes de comer, me ha hecho darme cuenta de lo inspiradora que fue esa serie en mi vida.
Quizá fue con ella cuando empezó a gestarse mi deseo por ayudar a otras personas. Cuando quedé maravillado por la complejidad del cuerpo humano y quise que todo el mundo supiera cómo debía cuidarlo.
Y estoy convencido de que no fui el único al que le ocurrió. Que muchos otros niños que vieron esa serie(tal vez usted mismo o sus hijos), u otras de la misma colección que se fueron emitiendo en años posteriores, también encontraron en ellas su vocación: los historiadores con Érase una vez… el hombre, los ingenieros con Érase una vez… los inventores, etc.
Sin embargo, hoy día en la televisión ya no hay apenas programas infantiles divulgativosde tal calidad. Y eso que ahora existen canales dedicados en exclusiva a ese público, incluso con programación continua las 24 horas del día.
Es ciertoque hay programas para que los niños se diviertan. Y muchos de ellos también enseñan valores cruciales para su desarrollo personal, como la amistad o la generosidad. Incluso dan nociones de inglés.
Por supuesto, todo eso está muy bien.
Sin embargo, se echan en falta programas similares a esos con los que tanto disfruté y aprendí de pequeño (y también de adulto).
Además, y tal vez esto sea lo más preocupante, en la actualidad parece existir una tendencia a convertir los programas infantiles en copias de los de adultos.
En ellos se fomenta la rivalidad, la competencia, la polémica… Aspectos y mensajes que deberían ser totalmente ajenos al mundo de la infancia.
Y que, por desgracia, no dejan de ser espejo de lo que ocurre en la programación general, donde no siempre se tiene en cuenta la calidad. De hecho, el concepto de “telebasura” siguemuy arraigado debido a ciertos contenidos que se ofrecen.
Por supuesto, queda la duda de si un programa infantil educativo como Érase una vez… la vida podría triunfar en un momento como el presente, en el que la sociedad y hasta la forma de pensar ha cambiado muchísimo con respecto a la de hace décadas.
En la actualidad la televisión -y todos los medios de comunicación en realidad- está pensada para consumirse sin descanso, lo que hace más fácil que se acaben viendo contenidos de poco valor divulgativo.
Además, con las plataformas digitales se puede elegir a qué hora ver nuestro programa o serie preferida o desde qué dispositivo hacerlo (la televisión, el smartphone, el ordenador…).
En teoría esto tiene la ventaja de que así cada persona puede elegir qué ver sin molestar al resto de inquilinos de la casa. ¡Ya no existen esas “peleas por el mando” que antes eran una constante en muchos hogares!
Pero a cambio ha desaparecido esa experiencia, clave en la infancia, de ver la televisión en familia para comentar y reflexionar sobre lo que se está viendo.
Esto es justo lo que yo hacía con mis hijos con esta colección de vídeos. La misma que ahora, al cabo de los años, me ha hecho recordar unos días repletos de felicidad y conocimiento.
¿Se rechazaría hoy un programa infantil educativo tan centrado en la salud como Érase una vez… la vida, con el que los niños podrían conocer mejor su cuerpo y aprenderían a cuidarlo? ¿Que incluso ayudaría a fomentar su espíritu crítico y su curiosidad?
Las honrosas excepciones que tenemos en la televisión actual me hacen pensar que el conocimiento siempre prevalece, pero… quién sabe.
La televisión sigue siendo uno de los principales medios de comunicación e información, por lo que es necesario que en ella también se ofrezcan contenidos infantiles divulgativos de gran calidad, como sin duda lo fue aquel entrañable programa.
¿Comparte este recuerdo? Estoy seguro de que esta maravillosa serie ha marcado a buena parte de varias generaciones. Y que usted mismo quizá haya sentido nostalgia al rememorar esos días sentado con sus hijos frente al televisor. ¡Comparta con ellos, o con su esposo, su esposa o sus amigos, este momento para el recuerdo!
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